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Las ciudades contra el hambre

El hambre y la desnutrición en el mundo están alcanzando extremos que deben sacudir la indiferencia generalizada ante este grave suceso. De tarde en tarde, ciertas fotos de Prensa o algunas imágenes escalofriantes de la televisión nos lo recuerdan: millones de personas mueren por la falta de alimentos. Los datos más recientes sobre la- situación de los países africanos castigados por la sequía (Etiopía, Mauritania, Senegal, Mozambique, Zambia, Zimbabue, Chad, Mali, Níger, Sudán) son conocidos: 30 millones de personas en peligro de muerte, de los que 10 millones se vieron obligados a abandonar sus hogares en busca de alimentos y agua potable. Pero el hambre y la desnutrición no solamente se ceban en el llamado Tercer Mundo; también en las grandes metrópolis de los países más prósperos, en los suburbios, instala su patética presencia.Ocurre, además, que las predicciones que pesan sobre la escasez de alimentos y su desigual distribución en el mundo son últimamente más sombrías debido a la progresiva desertización de amplias zonas a causa de la despoblación forestal y del mal uso de la tierra (cultivos sucesivos sin fertilizantes), debido a las fabulosas sumas invertidas en la industria de la guerra, que limitan las posibilidades de desarrollo de los países pobres, y a la recesión económica mundial, que ha mermado la ayuda internacional al desarrollo y, en consecuencia, la capacidad en estos países para emprender programas que les permitan salir de su angustiosa situación. Si a ello añadimos el escaso éxito de las ayudas internacionales a los países afectados, muchas veces por la carencia de carreteras y de los más elementales medios de transporte, el dramatismo del cuadro resulta incontrovertible.

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Este fenómeno del hambre y la desnutrición ha alcanzado límites profundamente inmorales. Porque aunque existan razones de índole tan diversa como las enumeradas, el hambre y la desnutrición no tienen justificación alguna y son, en definitiva, consecuencia directa de un sistema social y económico mal organizado, provocador de desigualdades y de injusticias.

Así la cosas, las ciudades, ámbitos de convivencia, de solidaridad y de paz -principios que con frecuencia se oponen a las razones de poder que mueven a los Estados, como gustaba recordar Enrique Tierno Galván-, levantan su voz en defensa de los principios universales de la moral, de la solidaridad y de la justicia. Preocupados por las tragedias humanas que provoca el hambre en el mundo, y siguiendo la iniciativa impulsada desde la alcaldía de Madrid por Enrique Tierno Galván, nos reunimos estos días en Madrid, en la conferencia internacional El hambre en el mundo. Intentamos la movilización de las ciudades en la lucha contra el hambre y la desnutrición. Hemos logrado la asistencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y de numerosas organizaciones intermunicipales e internacionales, y, más allá de los discursos y de las palabras imprescindibles, existen proyectos muy concretos de cooperación y de ayuda con algunas de las ciudades más castigadas de Latinoamérica y de África.

Con sencillez y con honestidad, Madrid, ciudad abierta y universal, une sus esfuerzos al de otras ciudades y al de otros organismos no resignados a la indiferencia, mientras el hambre y la desnutrición siguen produciendo víctimas.

Juan Barranco es alcalde de Madrid.

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