En el corazón de las tinieblas / y 2
MARTÍN PRIETO Durante la guerra civil no declarada entre las fuerzas armadas argentinas la subversión de izquierdas que cautivó a lo más generoso de la juventud del país proliferaron como setas los campos clandestinos de detención, y el Ejército se: hartó de enterrar cadáveres NN (Ningún Nombre), mientras la aviación naval arrojaba sus muertos en el río de la Plata, y en el Atlántico sur cuando empezaron a quejarse los habitantes de las playas uruguayas.
Se acabó, por ejemplo, con los psicólogos, por disolventes sociales; se desterró la teoría de conjuntos de la enseñanza matemática, por subversiva, y se prohibió la palabra vector por perteneciente a la terminología marxista; por el decreto 604 de su Gobierno, el presidente teniente general Viola -otro enfermo alcohólico, como su sucesor el teniente general Galtieri- ordenó el exterminio de la bibliografía de izquierdas. En dos años y medio, 84 periodistas desaparecieron en la que puede reputarse de la mayor matanza profesional de la historia. El terror germinó con tal pujanza que los militantes montoneros fueron provistos de cápsulas de cianuro para suicidarse en caso de detención: se ingirieron por centenares.
Una numerosa partida de Ford Falcon de color verde destinada a la Policía Federal fue requisada por los grupos de tareas destinados al chupamiento callejero de personas (chupar: secuestrar); el Falcon, un coche grande, robusto, vulgar, verde, sin matrículas, con dos antenas y tres tipos dentro sembró el terror en las áreas urbanas. Familias enteras desaparecieron en los chupaderos: los hijos, los padres, los abuelos, los hijos de los hijos... La desaparición de niños secuestrados junto con sus padres, o nacidos en prisión, es otro de los dramas añadidos de las posguerras argentinas. El Gobierno democrático ha tenido que ordenar la revisión pormenorizada de todas las adopciones realizadas entre 1976 y 1982 para socorrer en sus legítimas pesquisas a las Abuelas de la Plaza de Mayo; genetistas estadounidenses fueron llamados a consulta, y se han dado casos deplorables, como el de una niña de nueve años adoptada por el torturador y asesino de sus padres, que ha tenido que conocer la verdad al ser encontrada por las abuelas, y que ya es un caso psiquiátrico de libro.
Sometidos a tratamiento psiquiátrico se encuentran también no pocos jefes y oficiales que participiaron en la represión o conocieron sus horrores y que, en el mejor de los casos, pidieron su retiro. Porque el diseño represor basado en la desaparición de personas, sin siquiera la más burda o hipócrita garantía jurídica, conllevó inevitablemente la aparición de las más abyectas características de la condición humana y la fascinación del espanto por el espanto mismo. Como reconoce el Informe Sábato sobre las atrocidades en Argentina, se llegaron a aplicar tormentos inéditos en la historia de la barbarie humana.
¿Sabía la sociedad argentina lo que estaba ocurriendo? Mayoritaria y generalizadamente, sí. Es perceptible en esta sociedad un extendido y justificado complejo de culpabilidad. Primero debe recordarse: que el golpe militar de Videla, Massera y Agosti fue recibido por la mayoría de la población conun suspiro de alivio y que personalidades de la cultura, la política, el periodismo -algunas de ellas posteriormente víctimas de la brutalidad castrense- alentaron y jalearon aquel cuartelazo. Vaya en su descargo que por más de 50 años la clase intelectual y política argentina se ha pasado la vida golpeando irresponsablemente la puerta de los cuarteles.
Después, un equipo económico dirigido por el ahora procesado José Alfredo Martínez de Hoz, monetarista de la escuela de Chicago, profesor de Economía en la Escuela Militar de la, Nación, subvaluó artificialmente el dólar norteamericano frente al peso argentino, practicando un liberalismo económico salvaje que expandió la corrupción financiera y la alegría económica como una metástasis: la era de la plata dulce. Muchos argentinos se encontraron sin libertades públicas, pero con dinero fácil en el bolsillo y se acostumbraron a recitar "por algo será" cada vez que en sus cercanías desaparecía un familiar, un amigo, un compañero de trabajo. "Por algo será", "algo habrá hecho", se justificaban mientras marchaban a Miami para un fin de semana de compras.
En las noches de luna llena -esa gigantesca y luminosa luna austral-, algunos porteños acomodados e ilustrados y civilizados salían a las terrazas de sus pisos altos para ver en el contraluz lunar aquellos extraños aviones nocturnos que bombardeaban el río de la Plata con puntitos negros. Por eso este juicio a las juntas militares es doblemente necesario: además de cumplir con la justicia, hay que proceder a una grande y dolorosa ablución nacional.
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