_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nicaragua y la izquierda

Hace unas semanas, cuando el canciller de Nicaragua, Miguel d'Escoto, estuvo en Barcelona para recibir el premio otorgado al pueblo de Nicaragua por la Fundación Comín, le oí decir que su país había pasado momentos muy difíciles, pero que lo peor todavía no había llegado. Es posible que ese peor esté a punto de llegar después de unas elecciones norteamericanas que han dado cuatro años de carta blanca al presidente Ronald Reagan.En plena campaña electoral, el señor Reagan festejó por todo lo alto el primer aniversario de la invasión de la isla de Granada por las tropas norteamericanas, presentándola sin pudor como una gran victoria de EE UU sobre el comunismo. Con este antecedente todo es posible en América Central, y no es de extrañar que los dirigentes sandinistas se hayan apresurado a tomar medidas de movilización y de defensa para hacer frente a un posible ataque norteamericano.

Lo que está ocurriendo con Nicaragua clama al cielo. Pocas veces se ha visto una política tan descarnada de acoso y derribo como la practicada por los gobernantes norteamericanos contra Nicaragua, con la complicidad activa de toda la derecha internacional y la pasividad de un sector de la izquierda. Dentro de las terribles dificultades con que se mueven, los sandinistas siguen fieles a su proyecto inicial de una revolución no alineada, de una economía mixta y de un sistema político pluralista.

Pero existe una enorme campaña de intoxicación, avalada incluso por ilustres y homenajeadas plumas, para presentar al mundo una imagen totalmente contraria.

Si los dirigentes de Nicaragua toman medidas para defender al país frente a la agresión sistemática se les acusa de restringir las libertades. Si buscan armas para repeler la agresión se les acusa de militaristas. Si piden garantías para aceptar las primeras propuestas del Grupo de Contadora se les acusa de totalitarios. Si intentan conciliar la revolución con el Evangelio reciben la condena airada del Papa. En cambio, EE UU organiza, financia y entrena una guerrilla contra un país empobrecido y expoliado por la dictadura somocista y sólo una minoría denuncia ese atentado internacional.

La CIA mina los puertos de Nicaragua, destruye los depósitos de carburante, sobrevuela día y noche el territorio nicaragüense, organiza atentados e incluso difunde manuales sobre la manera de llevarlos a cabo, intenta ahogar económicamente al país y nada de esto provoca ninguna reacción masiva de condena. La derecha, que tanto se llena la boca hablando de independencia, de libertad y de cristianismo, acoge con entusiasmo esa negación sistemática de las tres cosas. Y una parte de la izquierda acepta con resignación el hecho, o incluso se justifica a sí misma con dudas sobre tal o cual aspecto parcial de la revolución sandinista.

En el mundo actual hay pocos casos tan claros de agresión sistemática, de cinismo político y de desprecio al Derecho. Si el Gobierno sandinista recurre al Tribunal Internacional de Justicia para denunciar el minado de sus puertos por parte de la CIA y el alto tribunal le da la razón, Estados Unidos anuncia que no reconoce su jurisdicción. Si el Gobierno sandinista acepta íntegramente la propuesta del Grupo de Contadora, EE UU dice que la propuesta no vale y obliga a sus satélites de América Central a solicitar una modificación. Si los gobernantes de Nicaragua organizan unas elecciones, se hace todo lo posible para invalidarlas. Lo que ha ocurrido con las elecciones de Nicaragua es lo más significativo.

Primero se acusa al Gobierno sandinista de no querer someterse a las elecciones y, por tanto, de no aceptar las reglas democráticas. Cuando el Gobierno sandinista convoca elecciones, se hace todo lo posible para desacreditarlas. Se utiliza a un hombre como Arturo Cruz -que vive en Estados Unidos- para que haga imposibles las elecciones con unas exigencias inaceptables para el Gobierno de Nicaragua, como para cualquier otro Gobierno. Se presiona a los partidos que aceptan ir a las elecciones para que se retiren, incluso con generosos repartos de dinero. Y cuando las elecciones se celebran, a pesar de todo, y los sandinistas ganan limpiamente con casi el 70% de unos votos, resulta que estas elecciones no son democráticas.

Y eso lo dicen los mismos que aceptan sin pestañear las formas electorales de Guatemala y de Honduras, los que no protestan por las enormes limitaciones y manipulaciones del proceso electoral en El Salvador, los que nada dicen de elecciones en Chile.

Pero lo peor no es esto. En definitiva, para la derecha, las elecciones de Nicaragua sólo podían ser válidas si servían como dijo la representante de EE UU en las Naciones Unidas, la señora Kirkpatrick- "para echar a los sandinistas". Lo peor es cuando gentes de izquierdas entran, por activa o por pasiva, en este mismo juego.

Me parece incomprensible que el presidente de nuestro Gobierno reciba personalmente a un dirigente de la contrarrevolución mercenaria como Edén Pastora -aunque sea como secretario general del PSOE- y que ni el Gobierno español ni el PSOE se dignen enviar observadores a las eleftiones de, Nicaragua.

Lo peor que podemos hacer, desde esta parte del mundo, es contribuir al aislamiento de Nicaragua, dar por buenas las razones del agresor o callarse ante la prepotencia de éste. España puede y debe tener un gran papel en América Latina, a condición de que su actitud sea clara.

Es posible que se puedan discutir muchas cosas de Nicaragua, como de otros países. Pero hay momentos en que es preciso optar. Éste es, a mi entender, el caso de Nicaragua actualmente. El gran peligro de Nicaragua es el aislamiento. Todos sabemos que, si Nicaragua es atacada, se tendrá que defender sola. Lo único que podemos hacer es impedir que el ataque se produzca. Y para eso no podemos ni debemos dejar a Nicaragua sola.

Jordi Solé Turá ex diputado del PSUC, es catedrático de Derecho Político de la Universidad de Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_