Un argentino protesta
En un editorial del 27 de septiembre, titulado Argentinos somos todos, se imputa a toda la sociedad argentina la responsabilidad de los desaparecidos y del silencio cómplice ante las torturas. La clase media gozó del dólar barato bajo la dictadura y viajó a Europa. La Iglesia católica "descendió los párpados" y hasta las izquierdas guardaron silencio. Todos los argentinos se humillaron ante la dietadura, pero se alzó una voz solitaria, nos informa, que condenó la represión en Argentina. Esa voz fue la del presidente de Estados Unidos, el señor Carter.Así, Argentina habría exhibido hechos inéditos en la "historia de la crueldad humana 77 y el presidente del país que más bombas de hidrógeno ha acumulado (y arrojado) resultaría ser el campeón de los derechos humanos. Ustedes serán berberiscos, como quería Unamuno, pero mienten como europeos profesionales. De otro modo, informarían a sus lectores que el papel de los ejércitos en América Latina es dual y frecuentemente contradictorio. A veces son instrumentos de la oligarquía y reprimen al pueblo, como Pinochet; otras, sirven a los banqueros y exterminan a los terroristas con métodos análogos, como los generales Videla y Viola; en otros casos, entran en la historia como libertadores de millones de indios, como el general Velasco Alvarado, o enfrentan al imperialismo, como Perón, Torrijos, Ovando o Torres. Cuando ocurre esto último, los intelectuales democráticos o de izquierda se apresuran a contribuir a su derrocamiento. Tomemos el caso de Borges y de Sábato, por ejemplo. Cuando Videla y Viola arrojaron del poder a la presidenta
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