'El señor de las moscas'
Publicar la primera novela a los 43 años no es precisamente un buen récord. Y eso fue lo que le sucedió a William Golding, que había paseado infructuosamente por diversos editores el manuscrito de Lord of the flies -El señor de las moscas, Sin embargo, cuando el libro apareció por fin en 1954, el éxito fue instantáneo, aunque más de crítica que de público. Eran los años en los que el Reino Unido conocía los primeros coletazos de lo que después sería conocido como grupo de los jóvenes airados, junto a los que en un principio se intentó colocar la figura del nuevo narrador.Sin embargo, aunque la profunda rebelión de la literatura de Golding no cede en nada a la de aquellos rebeldes sociales que mostraban su descontento en aquellos años en los que se deshacía el Imperio, su estirpe literaria y sus maneras de hacer poco tenían que ver. Mientras dramaturgos como Osborne o Wesker, o narradores como Sillitoe se apoyaban en lo social, William Golding penetraba en sus libros, como un moralista o un filósofo, en los recovecos morales de la condición humana.
El señor de las moscas fue el primer eslabón de una cadena que todavía prosigue lenta e inexorable, construyendo una obra implacable. Golding traspasaba la fábula para llegar al mito. Pero, al final, sus mitos no resultan demasiado optimistas y ni siquiera satisfactorios.
En ésta su primera novela, un grupo de niños naufraga en una isla desierta. La inocencia de los niños parece acordarse con la naturaleza lujuriosa y feliz; son niños británicos, civilizados, perfectamente educados, que tratan en principio de organizarse según las ideas de bondad, perfección y justicia que han recibido.
Pero pronto irrumpe el mal en aquel paraíso natural de inocencia, un mal lentamente insinuado, que surge del interior mismo de los niños, del miedo o de la ambición, de la envidia o de la fuerza. Un mal que progresivamente destroza aquella comunidad de inocentes para convertirla en una horda de salvajes.
Éste es el tema de Golding, el moralista pesimista, el racionalista bastante desesperado: el de la búsqueda y persecución del mal, que se integra al lado del bien en esa moneda que es la persona humana, donde el haz siempre necesita de un envés.
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