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Reportaje:

La vendimia, un suspiro para los parados

Los temporeros españoles consiguen ahorrar de 50.000 a 100.000 pesetas por persona en 20 días de trabajo

Andreu Missé

Cuando dentro de unos años le cuenten a Luis Reyes su epopeya, en la vendimia del 83, todo le parecerá un sueño. Porque para Luis Reyes, aquel viaje de septiembre del 83, cuando sólo contaba seis meses de vida, fue en realidad como un largo sueño. Tan largo como aquel tren que a las siete de la tarde del 13 de septiembre se detuvo en la estación de Lora del Rio y se llevó a medio pueblo a la vendimia de Francia y al último aprendiz de vendimiador que con el traqueteo del tren templaba su cuerpo para la vida de temporero. Todos los lloros y risas de aquellos días se los contó luego su abuelo Manuel.Sevilla. 16.20 horas. La estación ha quedado chica. El andén corto. Una muchedumbre se agolpa en la vía. De todos los pueblos llegan gentes para marchar a la vendimia. Los hombres acarrean pesadas maletas, sacos, y toda clase de bultos que llevan amarrados con cuerdas a sus espaldas. Las mujeres y los niños se apretujan en torno a las pilas de equipajes que van creciendo en medio del andén. Todos los vendimiadores llevan la comida para toda la campaña.

Los Trujillo van cinco. Entre el padre y sus cuatro hijos, de 19 a 14 años, llevan una verdadera despensa. Seis kilos de garbanzos, cuatro de arroz, habichuelas y lentejas, cinco de aceite, una caja de tomates y pimientos, varios kilos de tocino, morcillas, mortadela y chopé, latas de atún y sardinas, y hasta un bote de ocho kilos de conejo frito en adobo. "Si tuviéramos que comprarlo en Francia nos comeríamos todo el jornal".

Sevilla 16.30 horas. Con 10 minutos de retraso, el tren pita, se estira, se arrastra sacando todas sus fuerzas y empieza a caminar. Los vagones van repletos hasta el techo. Hay carga como para parar un tren. En el andén se quedan los familiares, los amigos, y los chicos de la radio y de la tele.

Diamantino García, el cura de Los Corrales, presidente del Sindicato de Obreros del Campo, con 14 vendimias a las espaldas, se ha convertido en un hombre insustituible para los temporeros. Pero este año Diamantino abandona Sevilla con el corazón herido. Deja ocho jornaleros encarcelados y otros 200 encerrados pidiendo su libertad.

En el tren todo son apreturas y calores. Los hombres se han sacado las camisas y asomado a las ventanillas. Los cuerpos sudorosos buscan el alivio del airecillo que mueve el tren. Silenciosos se despiden de la tierra con la mirada perdida en el fondo de la vega, donde se acaba la tierra y el infinito empieza. Por la ventana van desfilando verdes campos de naranjos y melocotoneros, tablares de girasoles maduros y maizales secos. Tractores que preparan la sementera levantan espesas polvaredas nublando los enjabelgados cortijos que asoman por las laderas. "Tractores y más tractores que han cambiado la faz de estas tierras. Arrancaron los olivos y cada vez son más escasos los algodonales. No siembran niguna planta que pueda darnos trabajo. Nadie que vea esta tierra creería que no da trabajo. Pero prefieren llenar los campos de máquinas y echarnos a los jornaleros del campo."

En la tapia de un cortijo han firmado la sentencia: "Pagaréis con lágrimas todo el sudor que nos habéis hecho derramar".

Palma del Río. 19.30. Una impresionante muchedumbre espera la llegada del catalán, convertido estos días en el tren de la vendimia. Todos confían en que alguien les hará un huequecillo. Apenas se detiene el tren, los más decididos se arriman a las ventanillas a la espera de unos brazos generosos que les cojan las maletas. De Palma del Río saldrán este año varios cientos de vendimiadores. Como el abuelo Manuel, con 40 años, que, con su mujer y sus cinco hijos, va a Nimes desde 1966. María, la hija mayor, de 20 años, y su marido llevan consigo a su pequeño Luis Reyes, de seis meses. El nieto y los dos hijos pequeños de Manuel, de 3 y 7 años, estarán bajo el cuidado de Setefilla, la hija de 14 años que cuidará de la intendencia de toda la familia. Todos viven con los ojos puestos en el pequeño. En el mismo asiento improvisan una cuna a cuya vera harán guardia permanente el padre o la madre, durante todo el trayecto.

Pasado el castillo de Almodóvar, dos jóvenes vienen en busca de Diamantino: "Estamos igual que cada año. Hay cuatro lavabos con las puertas bloqueadas y tres retretes sin agua. En dos vagones no se puede vivir de la peste que echan los retretes". Buscan al revisor y la historia se repite. Buenas palabras, pero no hay agua.

Córdoba. 20.15. Primera parada larga. Los hombres saltan del tren en busca de agua. Saben por otros años dónde encontrarla. Al lado de los servicios de la estación, en la antigua lampistería, hay un grifo con agua. Rellenan sus garrafas y botellas forradas de esparto para conservar el frescor. Francisco Reina, 52 años, lleva agua apara sus tres hijas, Juana, Francisca y Dolores, que le acompañan a la vendimia este año. "Juana, de 23, y Francisca, de 16, me llegaron ayer de los hoteles de Calella. Las pobres no han tenido ni un momento de respiro. Ya lo tenía todo preparado y les dije: andando que esto hay que aprovecharlo. Cada año", dice en tono cariñoso, "le pongo los arreos a otra niña. Esta vez le ha tocado a Dolores, que ya tiene 14 años".

Cae la tarde y aparece una media luna mora que brilla en el Guadalquivir cada vez que el tren cruza sus aguas. La familia de Manuel toma la cena. Una inmensa cazuela de pollo que ofrecen a todo el que se acerca.

Linares-Baeza. 22.25. El cielo se llena de estrellas. El ambiente se refresca, pero varios vagones siguen sin agua, y se mantiene viva la protesta. Subió un nuevo revisor y "hay que volver a contarle de nuevo la misma copla".

La noche invita a las tertulias. A los juegos de cartas y al cante. Mientras, los mayores cuentan historias de otras campañas. Antonio Trujillo Zamora, de 46 años, hijo de Los Corrales, va a la vendimia francesa desde hace 17 años. Le acompañan sus hijos, Miguel, de 19 años, Remedios, de 18, Fernando, de 15, y Antonio, de 14 años. Para Fernando, ya es su sexta campaña. Desde los 10 años se gana el jornal de un hombre. "Cuando vuelva de la uva", cuenta Fernando, "empezaremos la aceituna de verdeo en Córdoba, que dura un mes y medio. Luego, la aceituna negra, hasta finales de febrero. Una temporada de paro y, con suerte, en abril salimos para Navarra a la campaña del espárrago".

Alcázar de San Juan. 12.45. La falta de agua forma un fuerte bullicio. La indignación crece. Diamantino recuerda al nuevo revisor que en el tren viajan personas y que la situación es irresistible. Ante la insistencia, el funcionario le deja la llave para que pueda abrir las puertas bloqueadas, pero el agua no llega.

Antonio Trujillo invita a café en el inmenso bar de Alcázar y se explica: "Esto se acabaría con el algodón. Lo que pasa es que los dueños no quieren bregar con el personal. Mientras nos pagaban lo que querían, no hubo problemas, pero cuando pedimos nuestros derechos dejaron de plantarlo".

Albacete. 2.15. El primer turno duerme. No hay espacio para que todos puedan descansar. Los asientos se reparten a voluntad. El tren está tranquilo hasta que aparece el revisor en el departamento de Manuel. Enseña sus billetes de familia numerosa. Le piden el carné.

Y resulta que lo olvidó. No hay contemplaciones. Suplica: ¿Cómo no se fía usted si aquí mismo tiene a todos mis hijos?". Hay un pequeño altercado, pero al final Manuel debe pagar las 868 pesetas de diferencia. Su nieto Luis Reyes se despierta. Lloros y nervios. Alguien se pregunta: "¿Con este rasero, qué pena les corresponde a los responsables de que haya vagones sin agua ni retrete?".

Valencia. 5.00. Por fin aparece el carrito del agua, que recorre todo el tren repostando los vagones. Renfe ha precisado 11 horas para acondicionar mínimamente el tren. Los hombres que aún no han dormido, buscan cualquier rincón para echar un sueño. Un grupo se aloja en los vagones vacíos de primera. La dicha dura una hora hasta que un empleado les echa.

Barcelona. 10.30. Hace unas horas que amaneció nublado. Las mujeres corren a los lavabos. Se lavan, se remilgan y se ponen guapas. Los hombres se empapan el cabello y aparecen rectamente peinados. En Barcelona hay gran actividad oficial en torno al tren de vendimiadores. El director de Renfe se aproxima al tren y se inquieta cuando ve cómo viajan estas gentes. Confiesa que es un transporte tercermundista impropio de personas.

Tras dos largas horas de espera, el tren vuelve a arrancar. No llegará a la frontera hasta pasadas las cuatro de la tarde. El cansancio asoma por todos los rostros. Pero aún queda ánimo para los proyectos.

María Hidalgo, 20 años y nueve de vendimia, quiere ser auxiliar de enfermera. Rosario Gutiérrez, de 18, que terminó COU en Osuna, quiere estudiar Filología Francesa y seguir leyendo a Camús. Paquita, 20 años, cinco de vendimiadora, quiere acabar auxiliar de clínica en Ecija. Carmen, 19 años, quiere ser periodista, quiere huir del pueblo. "Allí no hay más futuro que el de coger novio, casarte y llenarte de hijos".

Cerbère. 16.20. Poco antes de pasar la frontera aparecen cinco parados de Castelldefels que subieron deseperados al tren, en busca de trabajo, pero sin contratos. Los veteranos les dieron consejos, pero no hubo suerte y la policía francesa les devolvió a España. Son casi las siete de la tarde cuando el tren llega a Narbonne. Empieza la diáspora por los departamentos del Sur, cada familia a su tajo, a su viña. Se han conocido hace dos días y se despiden como amigos de toda la vida. A la puerta de la estación esperarán ansiosamente que llegue el patrón para poder descansar un rato. Cuando despierten a la mañana siguiente, ya se encontrarán vendimiando.

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