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Un baño de humanidades hispánicas

La primera sensación visual de la inauguración de la exposición Catalunya en la España moderna, 1714-1983, era un entrelazamiento de brazos, colores y procedencias: el brazo del presidente de la Generalitat, enlazando el del presidente González; los brazos de los guardias municipales madrileños -en azul y rojo de gran gala-, entrelazados con los ujieres de la Generalitat -de riguroso azul con emblemas cuatribarrados- y con los geo de la escolta presidencial. Mientras Felipe González y Jordi Pujol contemplaban las obras que atestiguan la aportación catalana a la historia reciente de España, una señora del público comentaba que la confusión de brazos "parecía una sardana".La palabra predominante entre los invitados era "conocimiento": el conocimiento de Cataluña en Madrid y en España "Conocerse", decía el consejero adjunto al presidente de la Generalitat, Miguel Coll Alentorn, "es tener buenas relaciones; los mal entendidos y los roces surgen del desconocimiento". Antón Cañellas, un poco apartado del núcleo central de autoridades, comentaba con una amplia sonrisa la amenidad e interés de la exposición, explicando que "este tipo de actos sirven para que la gente vea la auténtica imagen de Cataluña, más allá de prejuicios".

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En realidad, el centro cultural de la plaza de Colón fue ayer una fiesta, un baño recíproco de humanidad catalana y madrileña, detectable en detalles como el del presidente González y el presidente Pujol comentando casi al unísono "lo que hemos envejecido" al contemplar fotografías de los años de la clandestinidad y la transición democrática. Rostros famosos de la política capitalina -algunos de ellos salidos para la ocasión del limbo del retiro político- intercambiaban abrazos con redoble con políticos catalanes de los que usan el puente aéreo o comentaban la jugada con políticos catalanes de los que viven en Madrid. Sorprendía el visible rejuvenecimiento de Landelino Lavilla o la campechanía de Salvador Sánchez Terán. Se intuía una cierta nostalgia en los rostros del ministro de Sanidad, Ernest Lluch, o del siempre apresurado Lluís Reverter, director general de Relaciones Sociales del Ministro de Defensa. Claro que, para apresuramiento, se llevaba la palma Roca Junyent, que abandonó el acto a la mitad, dejando tras de sí una estela de "muy bien, gracias", con que respondía a quienes le preguntaban qué le parecía la exposición. Mientras tanto, el secretario del presidente del Gobierno, Julio Feo, ensayaba una nueva dimensión de la confraternización castellano-catalana fotografiándose con la cantante María del Mar Bonet.

Y el acto, terminó sin discursos, con un alcalde Tierno fastuoso de gallardía despidiendo a González y Pujol mientras una azafata tropezaba con un guardía municipal en su intento de dar un ramo de rosas a la esposa del presidente de la Generalitat. Fuera, poco, antes de subir al coche tras la valla de brazos de sus escoltas, Jordi Pujol habló de "divulgar la realidad y la vitalidad de Cataluña". Los espectadores, el pueblo soberano, hacían su peculiar análisis de la sítuación. Aliguien gritó en sordina: "Visca Catalunya", y una señora le preguntaba a otra: "¿Tú crees que siempre hablan en catalán?", mientras el Mercedes de Jordi Pujol, con el banderín de Cataluña, se alejaba por la calle de Goya.

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