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Viaje alrededor de una cabeza

El homenaje 'Paseos con Antonio Machado' se celebra hoy en Baeza, tras su prohibición el 20 de febrero de 1966

Vicente Molina Foix

En un país distinto podría haber sido una excursión artística o un rito de devotos. Íbamos, sin embargo, con el convencimiento de asistir a un acto de servicio. Y acabamos gritando entre los olivares las mismas consignas de reivindicación que en el campus, al menos, podía oír el rival y el desinteresado.Yo recuerdo que en febrero de 1966, el mundo inmediato parecía poder descoyuntarse a cualquier hora, y no pocos teníamos la corazonada de una hecatombe próxima (literalmente, el sacrificio se estaba produciendo; para la algarabía aún tendríamos que esperar 25 meses); 1965 había sido un año clave para los estudiantes de mi generación, tan crucial para nosotros como 1956 lo fue para la que hoy nos precede en saber y poder.

El primer trimestre del curso 1965-1966 había dado lugar en Madrid a los más graves sucesos universitarios desde la anterior década, y no es fácil olvidar la desconcertante, y no del todo ingrata, sensación de desafectos que teníamos muchos de los estudiantes que íbamos a Baeza a participar en el homenaje a Antonio Machado.

Se acababa de expulsar ignominiosamente, entre otros, a los dos únicos profesores que en nuestra facultad de Filosofía y Letras atraían y convencían, Agustín García Calvo y Aranguren, y a la mayoría de los que habíamos participado en una masiva y tensa encerrona de protesta en la facultad de Económicas se nos había abierto expediente académico.

Como bastantes otros, yo estaba en febrero de 1966 en situación de exclaustrado de los recintos universitarios madrileños, y por eso, viajar a Baeza parecía no sólo un desafío más a los castigadores, sino la extensión geográfica de un estado de extraterritorialidad política.

Imagino que de aquellas jornadas de Baeza habrá reminiscencias muy distintas, según las circunstancias de cada peregrino Las mías son así. El Club de Amigos de la Unesco fletaba autobuses para acudir al acto, y yo, en compañía del poeta Antonio Martínez Sarrión y de Terenci Moix, que a la sazón vivía una bullente temporada madrileña, viajé en uno de los que, saliendo de Madrid el sábado día 19 por la mañana, permitían pecnoctar en Baeza antes del homenaje del domingo.

En el autocar me encontré con varios compañeros de la Complutense, y hubo cantos amortiguados y eslóganes durante el trayecto Sarrión, que en aquellos días era vecino y comensal mío, viajaba poseído por una sensación, supongo que no menos desconcertante: la de ser funcionario público camino de un acto ilegal,

Terenci estaba taciturno, tocado con una hermosa boina; se había rapado la cabeza días antes, en un gesto de amor contrariado que había impresionado hondamente al destinatario de acción tan radical.

Confraternidad

Al llegar, a última hora de la tarde, a Baeza, anduvimos un buen rato por sus bonitas calles, observados, con una mezcla de curiosidad y presentida fatalidad, por los habitantes. Nosotros dormíamos en una pensión local, pero los más pudientes y los maestros estaban en el cercano parador nacional de Úbeda, y allí acabamos yendo después de cenar.

Ese rato de confraternidad en el hermoso palacio restaurado fue para nosotros, sobre todo a la vista de lo que sucedió 12 horas más tarde, lo más emocionante y cálido del viaje. Sastre, Celaya, Moreno Galván, Raimon, por citar sólo algunos de los que entonces eran indiscutibles héroes de una lista civil de escritores y artistas, estaban en Úbeda y, de forma improvisada, se organizó una reunión en uno de los salones del parador, donde se recitaron poemas de ocasión y Raimon interpretó canciones cuyas estrofas todos conocíamos.

Creo que Gil de Biedma, en un bello poema referido a una concentración y personajes diferentes, expresa muy bien lo que sentimos los más jóvenes: "Predominaba un sentimiento de general jubilación. / Abrazos, / inesperadas preguntas de amistad / y la salutación de algún maestro / -borrosamente afin a su retrato / en la Antología de Gerardo Diego- / nos recibieron al entrar".

La mañana del 20, encapotada y gélida, disipó en parte el gozo de la noche anterior -antes de que lo hicieran del todo los porrazos-.Temprano se empezó a formar la comitiva en el centro del pueblo. Estábamos allí los que habíamos llegado -en autobús o en automóvil- el día anterior, ya que la Guardia Civil había acordonado los alrededores de Baeza, y los muchos vehículos que, desde Madrid, desde Alicante, Zaragoza o Bilbao, habían viajado por la noche para estar en el pueblo de mañana eran interceptados. Grupos dispersos de viajeros intentaron, a pie, reunirse con los que nos dirigíamos desde el interior de Baeza al sitio señalado para el homenaje: el camino rural, tras las murallas viejas, donde don Antonio solía pasear.

De hecho, el momento de más intensa participación colectiva de la jornada fue ese recorrido por las estrechas calles de Baeza, del que dan constancia las históricas fotografías que acompañan esta rememoración, fotos que, encontradas recientemente, en un cajón de casa, creo haber tomado yo mismo. Se sabía que la Policía Armada había ocupado posiciones en el lugar del homenaje, y pocas esperanzas había de llegar a ver colocada la cabeza de bronce de Machado, esculpida por Pablo Serrano, que, se corría en voz baja, había viajado a Baeza camuflada en el portamaletas de un coche.

Gritos y carreras

Pese a la diversidad de grupos interiores y exteriores y las dificultades de acceso, se fue formando una marea unitaria, que llegó finalmente a su destino. Un parsimonioso teniente de la Policía Armada mandaba las fuerzas que impidieron el paso y exhortaba a los recalcitrantes a dispersarse.

En el campo abierto, con la muda presencia de los árboles por únicos testigos, los consejos, primero; las secas amenazas, los gritos de rigor y, al fin, las carreras para huir de la carga, cobraron una dimensión irreal y de espanto. Todo podía suceder impunemente en aquel impasible paisaje.

La cabeza de don Antonio nunca apareció; la cabeza de los manifestantes recibió los golpes policiales, y hubo una desbandada. Vi trozos de pancarta en los bancales, y hasta un par de paraguas dejados en la carrera.

En el viaje de vuelta se cantó mucho menos. Algunos aún guardamos la postal con el dibujo que hizo Miró para anunciar el acto.

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