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Tribuna:ANALISIS
Tribuna
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La dictadura uruguaya y su complejo de urnas

La dictadura uruguaya siempre tuvo una obsesión: conseguir el aval de las urnas, a fin de mostrar al mundo que, tras su gesto adusto y su ademán abusivo, había un amplio apoyo popular. Quizá ese desvelo tenga su origen en lo que los psicólogos llaman amnesia de evocación, ya que cualquier curioso en historia sabe que el pueblo uruguayo, desde Artigas hasta hoy, ha tenido una conducta auténticamente democrática que no puede compadecerse con ninguna tiranía. Fue precisamente Artigas quien proclamó ante la Asamblea de la Provincia Oriental, el 4 de abril de 1813: "Mi autoridad emana de vosotros y cesa por vuestra presencia soberana". El actual presidente, general Gregorio Alvarez, cuya autoridad emana tan sólo de los veintitantos generales que lo nominaron, quizá no recuerde que el mismo Artigas escribió, el 25 de diciembre de 1812: "La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo". Ciento setenta años después, la cuestión sigue siendo la misma, y quienes hoy detentan el poder deberían saber que un pueblo que proviene de semejante mentor (alguien que en 1815, o sea, tres años antes de que naciera Marx, promugnó la primera reforma agraria en América Latina) jamás podrá avalar con sus votos ninguna variante de despotismo.La primera vez que los militares uruguayos decidieron acudir a un dictamen de las urnas fue en septiembre de 1973, apenas tres meses después del golpe. La universidad nunca había sido santo de su devoción, y se convencieron de que el triunfo de las izquierdas en las elecciones universitarias siempre se había debido a que el voto no era obligatorio ni secreto; en consecuencia, llamaron a elecciones bajo la fiscalización de la corte electoral con voto secreto y obligatorio. El resultado fue el más contundente de toda la historia de la universidad: el 89% de los estudiantes, el 80%, de los docentes y el 88% de los profesionales votaron contra la dictadura. Semanas después, y como consecuencia de semejante débâcIe, los militares clau

800.000 y de torturados superior a 100.000. Hoy hay en los establecimientos de detención de Uruguay más presos políticos que presos por delitos comunes. Pero estas cifras no son estáticas. Crecen constantemente". El trágico pronóstico de Michelini se cumplió puntualmente: las letales cifras siguieron creciendo hasta ahogar toda libertad, toda recuperación democrática, todo desarrollo económico. El propio Michelini fue asesinado.

Sin embargo, el poder omnímodo pero ilegítimo suele confundir a los omnipotentes. De tanto proclamar en sus discursos y comunícados que habían actuado y actuaban en nombre del pueblo, acabaron por creérselo, y, para confirmarlo, convocaron en noviembre de 1980 a un reféndum sobre un lamentable proyecto de Constitución que les garantizaba un papel tutelar y decisivo en cualquier Gobierno del futuro. Pero he ahí que, a pesar de las tranquilizadoras en cuestas de Gallup, la ciudadanía pronunció un inclemente no. Por primera vez en la historia, a nivel mundial, una dictadura era derrotada en un plebiscito.

Uno de los síntomas más claros de que la enseñanza no funciona bien en el Uruguay de hoy es que los militares no aprenden. Tras ese contundente dictamen popular, que demostró para siempre que el pueblo orienta¡ es democrático hasta la médula y que todas las soluciones que descarten una auténtica salida democrática serán, en definitiva, inviables, la dictadura extrajo una sola consecuencia: debía consagrarse a dividir el campo del no, y su gran propuesta fue la llamada ley de partidos políticos, mediante la cual son autorizados los dos partidos tradicionales, blancos y colorados, más (en aras del pluralismo) la Unión Cívica, un partido casi inexistente, que en las elecciones generales de 1971 no alcanzó los 9.000 votos. Gracias a esa maniobra, la coalición de izquierdas Frente Amplio, que en aquellos comicios agrupó a democrístianos, socialistas, comunistas e independientes, sigue discrimininada y prohibida.

Un ambiente adverso

A comienzos de este año, el presidente Alvarez reconoció por fin que la dictadura enfrentaba 'un ambiente particularmente adverso". Tal comprobación no representó ninguna novedad para el pueblo uruguayo; la novedad fue que los militares reconocieran semejante evidencia.

Las recientes elecciones internas del 28 de noviembre han confirmado que el general Alvarez tenía razón: el ambiente era particularmente adverso. El 80% de los votantes se pronunció contra la dictadura. Los candidatos que recibieron todo el apoyo oficialista: el terrateniente Alberto Gallinal, y sobre todo el ex boxeador, ex presidente y ex embajador en España, Jorge Pacheco Areco, sufrieron una aplastante derrota ante los candidatos de la oposición. El voto en blanco fue defendido por el Frente Amplio como una forma de señalar su vetada presencia y también su desacuerdo con una ley que mantiene numerosas proscripciones y tácitamente relega a los votantes de izquierda a ser una suerte de parias o desclasados políticos, algo así como subciudadanos sin derecho a elegir ni a votar a sus propios candidatos. El gran derrotado de estos peculiares comicios es, sin duda, Pacheco Areco, de quien el pueblo no olvida que fue el primer instigador de la brutal represión que asoló el país durante un triste decenio. Los grandes triunfadores se llaman Wilson Ferreira , el carismático y proscripto líder blanco, cuyo grupo obtuvo el 75% de los votos de su partido, y el general Liber Seregni, estoico presidente del Frente Amplio, que lleva ocho años en prisión. Los nombres de estos dos líderes fueron insistentemente coreados por la multitud, que, tras conocerse los resultados, invadió la avenida 18 de Julio desde el Obelisco hasta la plaza de la Independencia.

El no contra la desesperación

La contradicción que enfrenta el régimen aparece ahora con mayor claridad. A partir del no en 1980, la dictadura supo que debía encontrar urgentemente una salida; que debía mejorar su imagen interior y exterior. Sin embargo, cada vez que intenta una módica aperturita, el pueblo la colma con su plena inconformidad, con su inagotable rebeldía. Por eso es de admirar la sabiduría con que el pueblo oriental va dosificando sus importantes pasos en esta movida y movilizadora etapa. Con innegable intuición política, va hallando el camino entre la cautela y la osadía.

A menudo se ha dicho que las dictaduras del Cono Sur sufren el síndrome de Nüremberg, y es probable que así sea; pero la gris e implacable dictadura uruguaya sufre además de un complejo de urnas.. Conscientes de la vocación democrática de los uruguayos, los militares han ensayado todos los recursos, todas las maniobras, todos los efugios y subterfugios, para lograr que las urnas los condecoren. Pero una y otra vez éstas los contradicen, los humillan y, en definitIva, los degradan. ¿Aprenderán algún día la repetida lección?

Artigas tiene siempre la última palabra. El 21 de abril de 1811 decía desde el Campamento de Mercedes: "A los tiranos no les queda más recurso que el triste partido de la desesperación". La cita suena incorregiblemente actual. Sólo un triste partido de la desesperación puede meter al prójimo en un cepo, sólo quien no tiene fe en la vida puede apostarlo todo a la muerte. ¿Comprenderán algún día estos autoritarios que su única solución es disolver para siempre su triste partido de la desesperación, emprender de una vez por todas su demorada vuelta a los cuarteles y permitir por fin que el pueblo uruguayo no se sienta obligado a votar contra la desesperación, sino a favor de la esperanza?

Mario Benedetti es escritor uruguayo.

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