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Un lexicógrafo lúcido

La Universidad de Barcelona ha centrado su acto inaugural del nuevo año académico en un homenaje a Pompeu Fabra. El hecho, visto desde fuera de la Universidad, y más desde fuera de Cataluña, necesita una explicación. Con las presentes líneas espero dársela a quien se interese por él.De momento, es patente la búsqueda, por nuestra parte, de un nuevo estilo del acto inaugural. Después de constatar una vez y otra que el modo tradicional de inaugurar un curso universitario, incidía bien poco, por lo menos en Barcelona, en la propia Universidad y absolutamente nada en la sociedad que justifica su existencia, y conscientes de que las relaciones entre Universidad y socie dad son esenciales para ambas, nos lanzamos a ensayar otras ma neras de celebrar una jornada que tiene su realce singular.

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En el presente año, la cultura catalana y el pueblo catalán se sienten profundamente agradecidos a Pompeu Fabra, el gramático y lexicógrafo lúcido que supo poner un poco de orden en el funcionamiento, harto anómalo (por razones conocidas) de la lengua catalana. La ortografía (1913), la gramática (1918) y el diccionario (1932), todo ello obra de Fabra, hicieron del catalán una lengua indefinidamente apta, capaz de expresar la multiplicidad de registros del lenguaje. Gracias a tener establecida su codificación (y muy bien establecida, por cierto), el catalán pudo capear el temporal, después de 1939, cuando empezaba la época más dura de su historia. La lengua catalana se ha repuesto, sobre todo, gracias a Fabra. Por ello, este año de 1982, en que se cumplen cincuenta de la aparición del Diccionari General (1932), es un verdadero año jubilar. La Universidad de Barcelona ha querido unirse a una celebración muy extendida.

Todavía había otra razón para que en la Universidad nos acordásemos de Pompeu Fabra. Fabra fue el presidente del Patronato que regía la Autónoma de Barcelona todo el tiempo que aquél existió (1933-1939). Pero conviene dar alguna información al respecto. Cuando Cataluña obtuvo su estatuto de autonomía (1932), la Generalitat habría podido soñar con una Universidad propia. De procederse así hubiéramos tenidos dos universidades enfrentadas o, por lo menos, paralelas, con grave quebranto de la unidad en la vida social del país. Felizmente se optó por la fórmula de la Universidad Autónoma, la llamada "Universidad del Patronato", porque éste era el órgano que ejercía el gobierno en la institución.

La Universidad Autónoma de 1933 fue una realización afortunada, que dejó una impronta indeleble en todos cuantos participaron de ella. Nuestra Universidad de Barcelona alcanzó, bajo el régimen del Patronato, las cotas más altas en eficacia y en prestigio.

Parece increíble, pero la obra del Patronato, que tan hondo caló, se llevó a cabo en poco más de un año (de julio de 1933 a octubre de 1934). Fue un año de incesante ilusión y abnegada dedicación por parte de todos. De ahí su trascendencia. De ahí que bastantes años después, el recuerdo del balance de la Autónoma se convirtiera en un verdadero mito.

Y todo se había logrado en un año, ya que, a raíz de los sucesos de octubre de 1934, el Patronato fue disuelto, y no se pudo rehacer hasta febrero de 1936.

Hoy las cosas son muy distintas, en el número de universitarios, en la misma idea de Universidad, en su funcionamiento, etcétera. Ahora bien, salvando las distancias, aún en nuestros días las lejanas realizaciones de la Autónoma son como un faro de orientación, y se han de tener muy en cuenta por quienes llevan la Universidad. Se podrían citar numerosos ejemplos. Me quedo con el de la lengua: la Universidad Autónoma, que tanto extendió en su seno el uso del catalán, atendió al mismo tiempo magníficamente el castellano.

Antoni M. Badia i Margarit es rector de la Universidad de Barcelona y catedrático de la facultad de Filología.

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