El chivo expiatorio
SOBRE GALTIERI ha caído ahora la mancha de la tragedia argentina: sus compañeros de Junta se desprenden de él, le ceden gustosamente todo su oprobio, le buscan sucesor en la jefatura del Ejército de Tierra y en la Presidencia de la República. Es una injusticia más. Y es un mecanismo absolutamente insatisfactorio el de que estos perpetradores del largo régimen luctuoso se mantengan en el poder y sea su cooptación la que provea la plaza vacante por el chivo expiatorio. Que la provea por la elevación de quien hasta ahora era ministro del Interior y,. por tanto, responsable de encarcelamientos, torturas, persecuciones, desapariciones y muertes directas es, además de un propósito de continuar en el mismo camino, una ceguera absoluta sobre su propia imagen y sobre sus propias posibilidades.Dejando aparte, una vez más, el fondo histórico y la situación jurídica de las Malvinas, hay que considerar que el episodio iniciado por la Junta el 2 de abril es una continuación más de su régimen, y estuvo hecha por razones de la. perpetuación de ese régimen: un golpe de Estado internacional como continuación del estilo y la manera del golpe de Estado nacional por el que pudieron detentar el poder. Galtieri ha dado el rostro durante los últimos meses, y concretamente desde abril, a esta irregularidad. Pero Galtieri fue elevado y mantenido en el poder por los mismos hombres que ahora le destituyen y eligen a otro de entre ellos para continuar la injusticia. El gesto no tiene valor. No es admisible.
Las promesas acerca de un futuro Estatuto de Partidos Políticos dictado por la Junta, que precedería a unas elecciones a finales de 1983 en circunstancias y con leyes decididas por esta misma Junta, no tienen ningún carácter resolutorio para la situación de catástrofe a la que han llevado al país.
No es previsible, por tanto, que estas desesperadas maniobras de última hora para salvarse y continuar detentando el poder puedan ir adelante. No se sabe, en realidad, quién manda en Argentina en estos momentos, ni siquiera si manda alguien. Los militares que ejercen todavía el poder nominal y que buscan su legalización dentro de la misma ilegalidad que se les dio no pueden tener más opción en estos momentos que desaparecer, aunque sea de una manera más suave que la que impusieron a sus enemigos; no pueden pretender quedarse aguardando o construyendo condiciones objetivas para el regreso a la democracia en un lejano porvenir. Un verdadero sentido del patriotismo, una recuperación del código del honor auténtico y no fingido requerirían que, simple y llanamente, entregasen la República a los civiles. Sería la manera real de ayudar a salvar a un país: a salvarlo de ellos mismos. Y no sólo con la entrega de un chivo expiatorio.
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