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Homenajes en Orihuela y Alicante a Miguel Hernández en el 40 aniversario de su muerte

Josefina Manresa revisa sus memorias sobre el poeta y algunos escritos inéditos

La figura de Josefina Manresa, la mujer que todavía guarda luto por el poeta, se recorta claramente al fondo del homenaje que tributa hoy la ciudad de Orihuela a Miguel Hernández. Porque Josefina Manresa ha sido quien ha mantenido durante estos cuarenta años el recuerdo de su marido, quien ha creído en la calidad de los escritos que de él escondía. Y es la única, o a quien más, hoy le duele que Miguel Hernández no pueda estar presente en los actos que organiza su ciudad en su memoria.

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"Es una pena que se lo hagan muerto. Estos días en que se remueve especialmente la memoria de Miguel, me duele todo y me apena que él no pueda tener la satisfacción que le daría este homenaje que le han preparado en Orihuela", explica rotunda su viuda, Josefina Manresa, 66 años, saliendo, por una vez, del ensimismamiento que la envuelve cuando habla del poeta. A ella le fastidia tanto barullo, porque tendrá que visitarle en el cementerio de Alicante "cuando se hayan ido los del homenaje". Y explica, sonriendo, que le gusta ir de cuando en cuando, "pero sola, para hablar con él".En la sala de su casa de Elche, donde reside desde el año 1950 -"pensé que si no me salía trabajo de coser podría emplearme en una fábrica de aquí"-, todo es un recogimiento premeditado, para no molestar el silencio que impone esta mujer. "La verdad es que como mejor me lo paso es pensando", dice. Tampoco hay un solo libro a la vista, aunque sí unos cuantos dibujos enmarcados sobre Miguel Hernández, así como una reproducción de la foto de su ficha policial.

A la viuda de Miguel Hernández de lo que más le gusta hablar es del tiempo en que conoció al poeta, y de cómo este la cortejaba. Entonces se le pone una sonrisa que debe ser la misma que tenía a sus quince años, cuando le vio por primera vez. Y suelta de sopetón, muy gráficamente: "Le veíamos pasar, una y otra vez, desde el taller de costura de la calle Mayor, con la camisa tan blanca, abierta, y esa cara tan roja... de puro colorado que se ponía al saber que yo le notaba mirar". Y Josefina pasa sin aliento a recordar cómo le conoció por primera vez, en una verbena. "Aunque no le hice caso en esa ocasión; porque en Orihuela, en aquellos tiempos, éramos un poco tonticas. Decíamos que los novios de feria no eran serios, que te dejaban. Aunque yo sé, ahora lo sé, que Miguel no hubiera hecho eso. Así que le hice pasar lo consabido". Y se ríe recordando el trance, y justificándose: "Mira, yo soy muy triste, mi vida la lie pasado cosiendo y recordando, pero tengo la risa fácil".

La edición completa de la obra poética

"Espero, ya con un poco de desesperación por su tardanza, que salga la edición completa para España de su obra poética. Alianza Editorial la viene preparando desde hace cuatro meses". Una tercera revisión de sus memorias sobre el poeta -"quiero añadir una descripción de la casa de los padres de Miguel y algún episodio de nuestro traslado a Cox, en agosto de 1936"- ocupa el resto de su tiempo. La viuda del poeta oriolano prepara igualmente la posible edición de algunos originales inéditos de Miguel Hernández. "Dos cuentos y alguna prosa más", aunque los cuentos están inacabados al parecer, motivo por el que duda de la conveniencia de sacarlos a la calle.

El reloj con carillón de la sala interrumpe de pronto los recuerdos de Josefina, quien durante todo este tiempo ha permanecido sentada, con la bata negra con la que se encontraba limpiando "la verdura de la, noche", cuando comenzó la visilla. La llegada de una antigua vecina cambia la conversación y trae de repente su última ilusión: la cría de palomos. Su último eslabón con la realidad, casualmente su relación más directa con la idea primitiva de la injusticia, que toda la vida ha conservado. "Desde hace cuatro años, crío palomos en la terraza" (vive en un ático)", y de tanto que me he encariñado con ellos, hasta casi he dejado de comer carne".

Josefina Manresa cuenta cómo un compañero de cárcel de Miguel, un tal Antonio, le regaló precisamente la primera pareja. Sin embargo, la viuda del poeta muestra un disgusto descomunal al relatar cómo ahora sólo le quedan dos palomos de la docena que tenía. Al parecer, según cuenta, una larga lucha frente a la oposición de los miembros de la asociación local de colombicultura terminó con el envío, por parte de éstos, de una hembra que "terminó por llevárselos a todos. Después los mataron, aunque eso sí, dijeron que los habían dado a las monjas del asilo". A propósito del incidente, Josefina Manresa desata su indignación por el hecho de no sentirse libre para la cría y disfrute de estas aves "porque unos señores hayan formado una sociedad entre ellos". Y termina explicando airadamente que de política no entiende -"yo soy una persona muy insignificante, que lo único que he hecho en mi vida, ha sido darle a Miguel todo el amor y comprensión que necesitaba, porque eso sí sabía hacerlo"-, pero que sí conoce cuál es el bien y el mal. Y otras cosas, tan poéticamente por el estllo como que "mis palomos son libres y necesitan volar, sin necesidad de que yo le pida permiso a nadie".

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