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El mito y la poesía

El nombre de Miguel Hernández ha llenado la poesía española de posguerra de resonancias diversas. Con una corta biografía -nació en 1910 y murió a los 32 años, víctima de la tuberculosis y de la cárcel- y una obra literaria no demasiado extensa, está considerado como el poeta de la resistencia antifranquista, por una parte, y como el fundador de una poesía de fuerte acento social, aunque justo es decir que de una estética más deudora en sus mejores versos del modernismo y de la generación del 27. Concita, pues, Miguel Hernández veneraciones y aversiones, y hay que decir que esto ocurre más por su mito que por su poesía. Ha sido enarbolado coino bandera, sin duda con justicia.Miguel Hernández nació en Orihuela, Alicante, el 30 de octubre de 1910, en el seno de una familia humilde y campesina. Considerado como autodidacta, tras una infancia de pastoreo y necesidad, lo cierto es que su primera poesía es la más compleja lingüísticamente, aquélla en que se ven de manera casi transparente sus lecturas y sus relaciones, entre las que destacan -además de los clásicos venerados en su época, Garellaso y San Juan de la Cruz, pero sobre todo Góngora- Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez por una parte, y los ya entonces jóvenes maestros del 27 por otra. Mantiene buena amistad, por ejemplo, con Vicente Aleixandre y Rafael Alberti, aunque, según se dice, no se llevaba tan bien con Federico García Lorca y con Luis Cernuda.

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Intervino activamente Miguel Hernández en la guerra civil española, tras la cual vivió un corto destierro en Portugal. A su vuelta fue detenido en Madrid y condenado a muerte, pero la intervención de un obispo, tras la gestión diplomática de Pablo Neruda, salvó su vida, aunque no su libertad. Falleció en la cárcel del Reformatorio para Adultos de Alicante, a consecuencia de las hambres, la tuberculosis y las malas condiciones carcelarias.

Su primer libro de poemas, Perito en lunas, apareció en Murcia en 1933, y los dos más conocidos, El rayo que no cesa y Vientos del pueblo lo harían en 1936. El resto de su obra apareció póstumo, bajo el título El silbo vulnerado, en Buenos

Aires, en 1959. A sus poemas hay que añadir las piezas dramáticas Quién te ha visto y quién te ve, y Sombra de lo que eras, El labrador de más aire y Los hijos de la piedra.

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