Los compañeros de prisión de Miguel Hernández recuerdan la aventura carcelaria del poeta
La Asociación de Amigos de Miguel Hernández organizó el pasado jueves un encuentro con algunos compañeros de cárcel del poeta, en un acto celebrado en la sede de la Fundación de Investigaciones Marxistas con la asistencia de familiares y amigos del autor de Viento del pueblo, así como sus destacadas biógrafas Concha Zardoya y María Gracia Ifach. Los que intervinieron recordaron anécdotas e incidentes de las diversas estancias en prisión del poeta de Orihuela hasta su traslado en junio de 1941 a la cárcel de Alicante, donde fallecería.
Fernando Fernández Revuelta, oficial del Ejército republicano y periodista, que fue condenado a muerte y más tarde logró exiliarse en América, dijo haber conocido al poeta en 1934, en la madrileña Cuesta de Moyano, donde Hernández buscaba material para la famosa Enciclopedia taurina, de José María de Cossío, de la que fue redactor.Fernández Revuelta no volvió a ver a Miguel hasta que, nada más terminar la guerra, se encuentran en la cárcel de la calle de Torrijos, hoy Conde de Peñalver, un antiguo asilo de ancianos en el que fueron encerrados 2.500 reclusos «que estábamos como piojos en costura. Por cierto que Miguel solía decir: «El piojo es un caballero: pica, se va y no hay quien lo atrape».
El poeta había llegado a Torrijos tras largos viajes por la Península, custodiado por la Guardia Civil. Antes, durante la contienda, recorrió el frente leyendo poemas y arengando a las tropas en primera línea. Fernández Revuelta recordó también las tertulias literarias de la prisión, en las que Miguel solía decir que había que despemanizar España, así como las letrillas que improvisaba el poeta y su pasión por el ajedrez. Evocó el día en que, desde la reclusión, dedicó a su hijo las Nanas de la cebolla, y la tarde en que, tras ser obligado a barrer el patio de la cárcel, escribió el Soneto de la escoba.
«Repentinamente, Miguel es liberado, lo que supone una sorpresa para todos. Se va a la embajada de Chile, donde le ofrecen asilo político y una pronta partida hacia el otro lado del océano, pero prefiere irse a Orihuela con Josefina Manresa, su mujer, y su hijo, aunque se juegue la vida».
Miguel Hernández, en efecto, es detenido, siendo llevado a la cárcel de Palencia, y luego a la prisión de Conde de Toreno, en Madrid, para finalmente ingresar en el penal de Ocaña, para esperar su último traslado a Alicante.
El período de Ocaña fue descrito por Florentino Hernández Girbal, comisario político durante la guerra, y escritor, también compañero de cárcel del poeta. El 27 de diciembre de 1941 se celebra una singular comida-homenaje, para la que se redacta un menú humorístico que incluye una sopa sala once, un intercambio fraterno-microscópico y otros platos de parecida modestia, cerrándose el banquete con unos cigarrillos plenipotenciarios (auténticos Phillip Morris, según Hernández Girbal) y unas palabras de Miguel: «Esto no es un homenaje, que eso huele a estatua de plaza pública. Prefiero tomarlo como un recibimiento a mi hambre, que tenía el tamaño de una vaca. Aunque, como poeta, debo decir que he notado la ausencia del laurel entre los condimentos».
Hernández Girbal dio paso a la intervención de otro de los recluidos en Ocaña, el militante comunista Juan Antonio Areste.
Areste dijo que el poeta tenía «la inocencia del primer hombre».
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