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El tenor italiano Franco Bonisolli, aclamado en Bilbao por su interpretación de la ópera "Otello"

Es muy posible que sir Laurence Olivier habria aplaudido la interpretación dramática que el pasado martes hizo del Otello, de Verdi, el tenor italiano Franco Bonisolli, en el 30º Festival de la Opera de Bilbao. Tras el éxito obtenido la semana pasada con el Andrea Chenier, de Umberto Giordano, volvió a poner en pie al público de Bilbao en un apasionante mano a mano con la soprano puertorriqueña Margarita Castro-Alberti, que hizo una soberbia Desdémona.

Antes de venir a Bilbao («el ambiente operístico que se respira aquí es difícil encontrarlo en ninguna otra parte») ha hecho un mes de descanso en una ajetreada temporada, en la que ha interpretado 85 óperas por todo el mundo. Dentro de unos días partirá hacia Chicago para hacer el don José, en un gran montaje que va a realizarse de la ópera Carmen, de Georges Bizet. Luego irá a Viena, Londres, San Francisco..., en una rueda interminable de actuaciones, que no concluirán hasta julio. Nacido muy cerca de los montes Dolomitas, donde a los catorce años era ya instructor de esquí, Franco Bonisolli tiene más de cuarenta años de edad (es muy divo como para concretarla). Vive entre Niza, Roma e Indianápolis, donde posee un rancho. Viene a ganar un millón de pesetas por ópera cantada. Considera que no es más famoso porque no tiene a su alrededor un completo aparato de administradores y publicitarios con que cuentan otros cantantes. «No quiero saber nada de esa gente». Veinte años de trabajo y estudios («no hago otra cosa») le permiten cantar cien óperas, amén del repertorio barroco.

Las críticas que le hablan hecho a su interpretación de Andrea Chenier eran inmejorables, y se mostraba confiado, pletórico, cuando llegó el lunes al teatro Coliseo Albia, de Bilbao, para ensayar el Otello. Ante el espejo del camarín comentaba como una de sus virtudes la versatilidad interpretativa, que le permite cantar las más diversas óperas. «Yo me atrevo con todo; no tengo rival. No hay gente que haga lo que yo, y eso me da confianza. Soy como el topo, que cuando no tiene rival es capaz de comerse a sí mismo si se encuentra ante un espejo».

Fuerza dramática

De Bonisolli dicen los entendidos que posee una enorme fuerza dramática, una escala de gran amplitud y una voz central inmejorable. El quisiera hacerse un hueco en la crónica histórica del bel canto, como un continuador de la escuela de Enrico Caruso, el único al que realmente admira. «por toda la eternidad será el mejor. Es la academia de la ópera». Sin embargo, tiene palabras de reconocimiento para Masini y Mario del Mónaco, no oculta sus simpatías hacia Kraus, y, sobre todo, hacia Monserrat Caballé, con quien recientemente interpretó el Turandot, de Giacomo Puccini. «Es mucho mejor que la Callas; es una maravilla. Nadie canta como ella». Para Bonisolli, la ópera de Verdi es una obra redonda, todo un reto a las condiciones dramáticas de un tenor lírico. Explica que el Otello viene a ser para un cantante de ópera «ese toro grande y bravo con que gusta enfrentarse un auténtico torero». «El Otello», añade, «es un personaje grande; es un caníbal que devora al artista. Cada vez que lo interpreto, el personaje va a más, me pide más. Es difícil controlarlo».

Minutos después, situado ya en el siglo XV, rodeado de soldados y marineros venecianos, en las almenas de su castillo chipriota, a pesar de vestir un buzo moderno, más propio de un cantante rock, Franco Bonisolli se transforma en el gobernador Otello. Con una notable expresividad corporal y facial logra personificar el orgullo roto, la fiereza y la violencia del moro celoso, con un dramatismo poco usual entre los cantantes de ópera.

Talento interpretativo

«El cantante de ópera debe tener más talento interpretativo, si cabe, que el actor de teatro, porque debe lograr imprimir, de forma simultánea, dramatismo al texto y a la música. Por eso creo que la ópera es la manifestación más grande del arte, porque tiene música, texto, danza y arte pictórico de diseño. La música debe poner la atmósfera al texto; debe ser un impresionismo sonoro del contenido del texto». Con el director de orquesta, con sus compañeros, el decorador, el montador escénico, y hasta con el sastre, repasa Franco Bonisolli cada uno de los detalles de la obra, tratando de ajustarse al máximo a la forma en que Verdi la concibió. Es un perfeccionista. «La ópera es un maravilloso paseo por el pasado. Es un cuadro de época animado que debe representarse con estricta fidelidad, sin la más mínima concesión a los modernismos. La introducción de elementos nuevos en óperas clásicas me parece una mamarrachada intolerable. ¿Se imagina alguien una maja vestida de Goya con pantalones vaqueros?».

A partir de esta concepción respetuosa de los textos y partituras de las óperas clásicas, Franco Bonisolli cuestiona la validez de las grabaciones de ópera, «porque ofrecen un sonido que en la realidad no existe». «El disco es incapaz de transmítir el sonido, la atmósfera, el dramatismo die una ópera en vivo, que sólo puede captarse en un teatro».

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