Algo más que un certamen cinematográfico
Si el cine infantil español puede traducirse en el silencio casi más absoluto, la última edición del Certamen Internacional de Cine para la Infancia y la Juventud, celebrado a principios de julio en Gijón, ha significado un grito fuerte y decidido dentro de un panorama que debemos observar desde ahora como menos desolador.Una vez más, Gijón ha dado oportunidad a unos pocos de observar como en realidad sí puede existir un cine específicamente infantil que se aleje tanto de los intereses de las grandes multinacionales como de los afanes colonizadores de todas aquellas industrias que introducen una variada gama de subproductos culturales, a través de dos medios fundamentalmente como son el cine y la televisión.
Más de trescientos niños de toda España a través de la Asociación Chicos para Gijón, se han desplazado hasta esta ciudad asturiana para acompañar a los niños gijoneses. Las salas en donde se han proyectado los filmes seleccionados han mostrado llenos casi continuos. El público que ha acudido a estas salas ha sido, en su mayoría, un público específicamente infantil y juvenil, un público participativo, cruel en ocasiones y vivo siempre. Hasta los palcos se han convertido en fortaleza inaccesible de los niños espectadores. Desperdigada en las salas la minoría de adultos ha tratado de no hacerse notar.
Un año más hemos visto el cine para niños que se hace en el mundo. También hemos comprobado cuál es la temática que predomina en ese otro cine específicamente destinado a los espectadores jóvenes: la critica de las instituciones, la opresión y la dictadura del adulto, la marginación a la que se ve abocado el propio joven... Temas todos ellos que se han repetido como si esta edición del certamen quisiera subrayarnos que el joven necesita oír hablar de todo aquello con lo que se identifica de forma fundamental.
El joven, un radar vivo
No vale el escapismo, no vale oír hablar de historias rosas. El mundo que nos rodea es cruel y agresivo y el joven es un radar vivo capaz de detectar esa crueldad y de identificarla allá donde se encuentre. Sería lástima que un año más se dejaran escapar algunos de los materiales que en Gijón se han presentado. Todos los niños españoles deberían tener acceso a estas producciones que les aportan datos fundamentales acerca de la existencia de un universo rico y vario.
La realidad no es la que presentan las series americanas, la realidad no es el dibujo perfeccionista de Walt Disney o el de creación industrial fabricado por los japoneses. No hay, en suma, una realidad única, una realidad que se alimente de temas tópicos, personajes estereotipados o estéticas empobrecedoras. La realidad es nuestra propia realidad contrastada con el universo inmediato que nos rodea. Con qué derecho podemos trasmitir a nuestros niños y jóvenes una cultura repleta de fetiches impuestos que en absoluto forman parte de su ámbito más inmediato. Cómo hacer que el niño identifique su entorno y trate de sentir un mínimo arraigo si día a día le negamos la posibilidad de sentirse identificado con el microcosmo que habita.
No sabemos cómo definir el cine infantil y, sin embargo, año tras año, Gijón nos da la muestra de lo que es este cine: la opción a poder elegir, la opción a contrastar diversos lenguajes, técnicas narrativas o géneros cinematográficos. No se trata de combatir imponiendo los criterios culturalistas del adulto. Se trata de dar al niño solamente eso: la libertad de poder elegir.
Frente a esta opinión entraría a jugar, sin duda, la reflexión del adulto desconfíado, la opinión de los administradores de la política cultural y educativa de nuestro país durante tantos años, el parecer de todos aquellos mercaderes y comerciantes que buscan el éxito asegurado en la venta de su producto. En suma, todos aquellos para quienes el cine infantil habría de meterse en un mismo paquete con el cine familiar o el autorizado para todos los públicos. Durante años, esta opinión ha cuajado en la conciencia de padres y educadores.
Mirar sin ver y oír sin escuchar
El cine y la televisión, tal y como hoy existen, han creado espectadores ciegos y sordos capaces de mirar sin ver y de oír sin escuchar; espectadores hechos al ruido icónico y sonoro de la imagen audiovisual.
Hemos de recuperar a un intermediario capaz de construir a partir de la imagen esos canales de comunicación sin duda implícitos en el propio producto audiovisual. Y es el educador quien tiene la responsabilidad de reconocer el valor de la cultura audiovisual y es también el educador quien ha de servirse de la imagen en su beneficio, como canal de cultura que es.
Una amplia representación de las experiencias hasta hoy realizadas en el Estado español acudieron a mostrar sus logros, a conocer otras muestras de trabajo, a dialogar sobre la realidad de la educación en la imagen dentro de la escuela actual, de las posibilidades de realización de un cine específicamente dirigido a los niños en sus distintos niveles de edad. Las investigaciones hasta ahora realizadas han sido orientadas fundamentalmente a conocer en profundidad cómo los productos audiovisuales que habitualmente inciden sobre el escolar, impregnan su sensibilidad estética y condicionan su capacidad receptiva.
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