Irritacion soviética ante el "alineamiento" de Schmidt con Washington en el tema de los euromisiles
El Kremlin parece haber perdido su confianza en un posible aplazamiento de la instalación en Europa de los cohetes norteamericanos Pershing y Cruise de alcance medio, euromisiles Esta es la impresión que se obtiene de Ia lectura de los periódicos de estos días. La pasada semana, en Tbilissi (Georgia soviética), el jefe del Estado, Leónidas Breznev, advirtió ya que el despliegue de los euromisiles tendría respuesta por parte soviética. Breznev abundaba en su discurso en una de las tesis ya expuestas varias veces, durante los últimos tiempos: nosotros no queremos acelerar la carrera de armamentos, pero tampoco estamos dispuestos a quedar rezagados.
El reciente viaje a Washington del canciller de la República Federal de Alemania, Helmut Schmidt, no ha llenado precisamente de esperanza a las autoridades del Kremlin. Después de la elección de Reagan, Moscú pensaba quizá en que se crearlia un gran foso entre los Gobiernos moderados de Europa occidental y el duro equipo que ocupa la Casa Blanca desde finales de enero.Las propuestas soviéticas a favor de la distensión y la «resurrección» de los acuerdos SALT II sobre limitación de armamento estratégico, podrían haber encontrado buen eco en el Oeste de Europa, que, visto desde la capital soviética, parecía más inclinado a una convivencia pragmática con el Este que a plantear posiciones inflexibles.
Leyendo el comunicado conjunto firmado hace pocos días en Washington por Schmidt y Reagan y el informe presentado al Parlamento de Bonn por el canciller alemán, las esperanzas del Kremlin parecían desvanecerse definitivamente.
El jueves, un editorial de Pravda -órgano del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS- no escondía el desencanto. Este diario moscovita se resistía a reconocer en Schmidt a aquel que «no hace mucho tiempo estaba a favor de la distensión, los acuerdos SALT II y predicaba la buena vecindad de la URSS». Ahora, según Pravda, ese mismo hombre se alía con Washington, presentando a la Unión Soviética como una fuerza hostil.
El anuncio de que Schmidt y Reagan habían llegado a un acuerdo en Washington para negociar la instalación de armas nucleares en Europa tenía así rápida respuesta en el Kremlin.
Según Moscú, con este gesto él Gobierno de Bonn se adhería, de hecho, a la política de EE UU, que trata de favorecer unas conversaciones que «legalicen el rearme y no el desarme».
Pravda era implacable en su juicio: «El proyecto de Bonn de adaptarse a la política de Estados Unidos contiene un error de cálculo». Las tesis soviéticas afirman que Europa occidental es la primera beneficiaria del desarme, ya que su prosperidad pasa por el buen entendimiento con la URSS.
En ese sentido, el largo comentario de Pravda (algo más de seis folios) hacía al final una recomendación a Bonn. Washington, venia a decir, no es un socio fiable, ya que «no tiene la intención de contar con la opinión de sus aliados».
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