Washington, a la caza de minerales y espacios oceánicos estratégicos
El abrupto cambio de guardia y de posiciones de la Administración Reagan en la actual décima sesión de la interminable III Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar constituye el bando oficial anunciando el triunfo de las presiones de los consorcios mineros transnacionales (véase EL PAIS de 11-3-1981).
El bombazo norteamericano estremeció a los casi 160 miembros de la III Conferencia, que se habían acercado un año antes a un módico consenso. Este permitía vislumbrar una mínima participación de la mayoría de los países tercermundistas de la ONU en la explotación de los nódulos minerales posados en el lecho oceánico. El package deal, o sea, el tratamiento «como un todo» de la problemática del derecho del mar, fue el pórtico consensual -ahora arrasado por Estados Unidos- previo a la conferencia más larga y ambiciosa de la historia, iniciada en diciembre de 1973.La nueva actitud de Washington dinamiza en realidad los antecedentes acumulados en tiempos de Jimmy Carter, quien rubricó, en septiembre de 1979, una decisión del lobby militar (Pentágono, Departamento de Defensa, Consejo de Seguridad Nacional). Estados Unidos anunció entonces que desconocería toda soberanía marítima de las naciones costeras más allá de las tres millas, y dio órdenes públicas a sus flotas de mar y aire para que aplicaran esa decisión unilateral.
El aparente exabrupto de visos bélicos no ocultó, empero, a los expertos las motivaciones de fondo de la medida. Además de coincidir con la VI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, congregada en La Habana (95 Estados), permitió emerger al iceberg de los intereses mineros, en la política norteamericana en torno a Centroamérica, el Caribe y otras zonas conflictivas.
Trascendieron las sordas pujas que dichos intereses mantuvieron con el propio Henry Kissinger, al reclamar miles de millas cuadradas en aguas norteamericanas y toda clase de garantías de la Administración federal para sus operaciones en el país y otras regiones del mundo, incluidas las militares.
Los nódulos oceánicos polimetálicos son pequeñas bolas minerales ricas en cobre, manganeso, cobalto y níquel. Fuentes científicas norteamericanas cifraban ya en la década anterior una riqueza inexplotada de 1.500 trillones de toneladas sólo en el océano Pacífico, especialmente frente a Centroamérica. También el Indico y el Atlántico sur son ricos en estos nódulos.
Estadísticas del propio Ministerio del Interior de Estados Unidos, estudios estratégicos, un informe de Lester Brown (World Without Borders, El mundo sin fronteras) e ínvestigaciones de las Naciones Unidas revelan la madeja de causalidades que explican incluso la actual política estadounidense en el área centroamericana y caribeña.
Estados Unidos depende en altísimo grado de las importaciones para sus necesidades de ciertos metales estratégicos, y dependerá mucho más aún, según todas las previsiones. En 1971 gastó 6.000 millones de dólares en estas importaciones, que pasarán a 30.000 millones en 1985 y a 50.000 millones en el año 2000 (véase recuadro).
Nódulos polimetálicos
Según la Secretaría General de la ONU, hacia 1985, los nódulos minerales oceánicos proveerán del 70% de la demanda mundial de cobalto, el 30% de níquel y el 16% de manganeso.
Fuentes especializadas indican a su vez que, tomando 36 minerales decisivos para la gran industria, la Unión Soviética puede autoabastecerse de veintiséis de ellos, y Estados Unidos, sólo de once. Todos los incidios auguran que esa problemática debe acentuar la tensión y los exabruptos de la política exterior de la Casa Blanca.
Mientras la mayoría de los Estados prefiere abordar la cuestión de esas riquezas marinas como res communes, Estados Unidos llevó al clímax su criterio de res nullius, propiedad de nadie, o sea, del más fuerte. Ya a principios de los setenta, los grandes consorcios norteamericanos desarrollaron la tecnología necesaria -que quieren poner en marcha sin más dilación- y la gran concentración de empresas.
La famosa Kennecott Copper formó un anillo de cinco miembros con compañías presuntamente japonesas y británicas. Objetivos similares tienen la Deep Sea Ventures (subsidiaria (le Tenneco), la International Nikel Company, la Summa Corporation y otras de la República Federal de Alemania, Francia y Japón.
Mientras unos ochenta Estados limitan su mar territorial a las doce millas y extienden su mar patrimonial (zona económica exclusiva, ZEE) a las doscientas millas, sólo una veintena admiten (a los otros) la franja de las tres millas a todos los efectos. Pero otros quince, sobre todo latinoamericanos, reivindican la «soberanía global» sobre las doscientas millas marinas.
Por ende,la decisión de Washington presagia más de un roce y diversos entuertos internacionales, ya registrados en América Latina cuando Carter «dio la orden» citada. El Parlamento de Ecuador, el Gobierno de Costa Rica y otros países hicieron oír entonces ásperos rechazos sin eufemismos a la orden político -militar de Washington, cuyos ecos reviven ahora multiplicados en las cancillerías del mundo ante la «ofensiva Reagan».
Para los analistas, que amplían los intereses mineros a los petroleros, las mismas raíces se mueven detrás del nuevo desembarco de Estados Unidos (octubre de 1979) en su base naval de Guantánamo (Cuba) y de las maniobras aeronavales Solid Shield 80 en el Caribe Actualmente, en este espacio marino, Estados Unidos tiene concentrada la mayor flota de la historia. Centroamérica además es muy rica en depósitos de uranio y petróleo.
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