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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El referéndum de Uruguay

LOS TIRANOS terminan muchas veces por creer que la inmovilidad y el silencio impuestos por su terror de Estado y que los informes de sus serviles aduladores reflejan la realidad de una aquiescencia de la población. Generalmente, de todas formas, son más desconfiados que los militares uruguayos, a los que acaba de sorprender el resultado negativo del referéndum que habían montado para la aprobación de un texto constitucional que habían redactado por sí mismos y para sí mismos. Es un hecho insólito. Se debe a este error de apreciación, que había permitido que las viejas instituciones electorales en una nación de tradición democrática (en un país que fue llamado «la Suiza de América») funcionaban con regularidad, aunque en el vacío: censos actualizados y correctos, funcionarios pulcros y minuciosos, urnas herméticas y estadísticas correctas. Pero se debe, sobre todo, a que la población ha tenido el espíritu cívico de votar mayoritariamente su opinión, a pesar de todas las presiones y censuras, a pesar de que la oposición visible está en la cárcel.Los militares pretendían una legalización de sí mismos. Habían llegado al poder por un doble golpe de Estado: el de 1973, con la cabeza visible de Bordaberry, apoyado por las fuerzas armadas, y el de 1976, por el que sustituían a Bordaberry por un «Consiejo de la Nación». El afán de cubrir con textos de apariencia legal lo que fue pura fuerza les llevó entonces a institucionalizar un período de cinco años. Se cumplirían en junio de 1981; tratan, por tanto, de forzar una nueva legalidad, que esta vez estaría cubierta por el arma tradicional del referéndum. Les ha fallado.

Dentro de los límites de la pura decencia, los militares uruguayos deberían, a la vista del resultado, liberar los 3.000 presos políticos del país, entre ellos al general Líber Seregni, que creó el Frente Amplio, que hubiera podido ser una coalición de fuerzas sociales que iban de la derecha moderada a la izquierda; no ha cesado de funcionar en la clandestinidad. Tras esta liberación, y la restitución de la libertad de Prensa y otras libertades cívicas, habría de convocarse un período electoral para el regreso de la democracia y del régimen civil.

No parece que sea esa la intención de los dictadores, que reciben estímulos a su vocación de poder de los dos grandes países fronterizos, Argentina y Brasil, y que acaban de escuchar a Reagan prometerles créditos para ayuda militar, que Carter y la Administración demócrata les había suprimido. Es evidente que sin la táctica de Carter de los «derechos humanos» y la tendencia de Washington a establecer democracias controladas y fuertes los militares uruguayos no habrían caído en la tentación de este referéndum que se les ha escapado de las manos; quiere decirse que no olfatearon a tiempo no sólo el resultado de la votación en su país, sino el de la de Estados Unidos. Los dictadores no tienen sentido de las elecciones. Lo que parece que pretenden ahora es quitarle sentido al resultado adverso, en el sentido de que sólo se ha rechazado un determinado texto constitucional, sin indicación clara desde qué punto de vista se ha rechazado, pero que en ningún caso era el régimen lo que se ponía a votación. Pero en todo caso, ni el comportamiento del poder ni el de la oposición va a ser el mismo de antes después de esta decisión popular.

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