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Tribuna
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El Levante, "feliz"

El Gobierno preautonómico valenciano va a tener que librar una doble batalla de descentralización: el progresivo desligamiento del poder central, al igual que corresponde a cualquier territorio con aspiraciones autonómicas, y un segundo proceso que viene configurado por la misma estructura interna del País Valenciano: acabar con la dependencia a que se ven sometidos los habitantes de las zonas interiores, de escasos recursos económicos, a los servicios del litoral, donde el desarrollo económico sitúa a sus ciudadanos en los primeros puestos en la renta per cápita nacional.El País Valenciano es actualmente el conjunto de lo que el desarrollo histórico ha determinado que sea: dos lenguas, dos culturas y dos riquezas distintas. De los tres millones de habitantes con que cuentan las tres provincias levantinas, hay una minoría de castellano-parlantes (500.000) que subsisten en las zonas de secano, próximas a Aragón y La Mancha, a base del cultivo del almendro, la vid, el olivo, y las pequeñas industrias artesanales de corcho, cerámica o textiles. Cuando las heladas o los incendios se han sumado a la deficiencia con que la Administración ha tratado a los agricultores por aquello de conseguir a toda costa «el milagro español», este medio millón de levantinos félices han tenido que optar por la vendimia francesa o por el subempleo en la industria o la construcción.

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Mientras tanto, los 2.500.000 valenciano-parlantes, concentrados en las ciudades del litoral, han contribuido cada año de manera decisiva a equilibrar la balanza de pagos. Durante 1977, las exportaciones valencianas constituyeron el 20 % del total nacional y de esta cifra sólo un 39 % correspondió a la agricultura (naranjas sin mercurio, fundamentalmente) y el restante 70 % a la industria, concretamente a los sectores del azulejo, calzado, muebles, juguetes y chapados. Y es que, desde la década de los sesenta, la población agraria valenciana ha pasado a ocupar sólo el 20 % del censo demográfico. El 41% es industrial y el resto, corresponde al sector servicios. El proletariado es, por tanto, la primera fuerza social del País Valenciano. La burguesía ha actuado como factor castellanizante, hasta el extremo, tan bien fomentado por el franquismo, de avergonzarse de hablar la lengua materna.

De las divisas conseguidas gracias a las exportaciones valencianas (cien mil millones de pesetas el año pasado) sólo una ínfima parte ha repercutido en este territorio. De esta manera, los labradores han atravesado por verdaderas penurias cuando la naranja se ha helado y, por la misma razón, la pequeña y mediana industria, auténtico soporte de la economía industrial valenciana (de los 62.000 empresarios valencianos, el 80% son propietarios de talleres de menos de 300 trabajadores) está ahora atravesando la peor crisis de su existencia. No es extraño, pues, que la mayor parte de los diputados valencianos sostengan como objetivo prioritario del Gobierno autonómico arropar a la pequeña y mediana empresa, a fin de ayudarles a superar la crisis, en vista de que el Gobierno de Madrid ha concentrado sus esfuerzos en dar facilidades a los dos grandes monstruos industriales: la IV Planta y la multinacional Ford.

Los 600.000 valencianos que se manifestaron el pasado 9 de octubre en demanda del Estatuto de Autonomía querrían, a buen segu o, ver lejos de sí personalidades como aquel alto cargo del Ministerio de Agricultura de la era franquista que en una ocasión, ante una mala temporada naranjera, aconsejó en un alarde de conocimiento de la huerta valenciana que «no se sembraran naranjas el próximo año».

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