Algunas prioridades norteamericanas para 1987
El presidente Carter ha entrado en el nuevo año con un gran despliegue diplomático: un viaje que ha abarcado el Este comunista (Polonia), el petróleo conservador (Irán y Arabia), un gigante oriental (la Unión India), el punto todavía hoy más peligroso del mundo (Oriente Próximo) y los aliados tradicionales (París y Bruselas). El balance del viaje no se ha hecho aún, pero la mayor parte de los especialistas creen que Norteamérica reforzará su influencia exterior a lo largo de 1978, obteniendo un nuevo margen de ventaja sobre la Unión Soviética.La estrategia del predominio forma un tejido en el que se entrecruzan el poder nuclear, la política económica, los programas científicos, la diplomacia, el control de las materias primas... Desde el Este y desde la propia Europa se deforma la situación y se montan escenarios para simplificar la realidad. En España se insiste últimamente en pintar a Estados Unidos como un país en retirada, gobernado por un productor de cacahuetes y por una red de espías con gabardina: los hombres y los fondos de la CIA sirven para explicarlo todo y, de paso, para evitar todo análisis. Más allá de los cacahuetes, habría que recordar que Carter es, pequeña casualidad, un doctor en física nuclear en un país con 4.000 universidades y 25.000 millones de dólares gastados al año en investigación tecnológica.
Para la diplomacia norteamericana España sigue siendo un país absorbido por problemas internos, a veces irrelevantes. La escasa atención prestada al mundo exterior sorprende en una nación con un grado alto de dependencia. En Washington se reconoce, sin embargo, la habilidad de la Monarquía española para cancelar el franquismo, una etapa arcaizante en que este país, vuelto hacia dentro, miraba al mundo de reojo, desde unos criterios de dimensión ferrolana, con la obsesión del «odio extranjero».
Si España analizara ahora las líneas de la futura acción norteamericana, podría plantearse una Mueva relación menos sumisa y más europea con Estados Unidos. Convendría que las tendencias que más nos afectan no pasaran inadvertidas en nuestro país. La primera de ellas es la que los americanos llaman el Foodpower: es el poder de, la agricultura, la maquinaria mundial de la alimentación, utilizada como poder de disuasión y gran baza negociadora.
En un mundo de crecimiento demográfico acelerado, la posibilidad de competir en el suministro masivo de alimentos se convierte en una prioridad política. La FAO asegura que una población mundial doble a la actual, en tomo a los 10.000 millones, podría alimentarse holgadamente con una distribución racional de los recursos y las explotaciones. Pero la irracionalidad política hace que hoy casi un tercio de los seres humanos reciban una cantidad de proteínas y calorías inferior al mínimo necesario. Hay, además, una segunda vertiente del problema: algunas potencias industriales dependen de sus compras al exterior en este capítulo de primera necesidad. La Unión Soviética tiene que comprar quince millones de toneladas anuales de grano para abastecer su mercado propio. La planificación centralizada tiene sus peculiaridades, y así resulta que el 40% del trigo ruso es consumido como forraje.
La ventaja agrícola de Norteamérica sobre la URSS tiende a crecer. La cosecha soviética de grano de 1976 fue de 194 millones de toneladas frente a 298 de Norteamérica. En 1985 el déficit cerealista de los países en vía de desarrollo superará los ochenta millones de toneladas. Ese desequilibrio sólo podrá cubrirse con los excedentes norteamericanos, australianos y canadienses. Este es el Foodpower.
Hay que preguntarse aquí por el papel de España, un país, de mala política agrícola que se mantiene, con todo, en el puesto número veinte de la producción mundial de cereales. Algo extraño se descubre al ver que este país, de respetable, potencial agrícola, figura en el puesto siete de importadores de cereales, con 4,5 millones de toneladas adquiridas al exterior en 1975. La sorpresa es mayor cuando se descubre que el renglón de importaciones agrícolas españolas se aproxima a los.200.000 millones de pesetas, cuando el capítulo del petróleo no llega a los 300.000. El Gobierno acostumbra a recordar esta última cifra, inevitable, pero apenas habla de la primera, en buena parte evitable. Habría que preguntarse si el poder verde no mueve sus circuitos monopolísticos para impedir que ciertos países medios remonten la servidumbre de su dependencia exterior.
Otra gran prioridad USA está en el mantenimiento del esfuerzo investigador. La sociedad norteamericana no quiere perder terreno en la vanguardia científica porque sabe que ahí está la clave de su liderazgo o su decadencia. Dos ejemplos sirven para ilustrar ese proceso, en dos frentes tan heterogéneos como la energía y la información.
Las sociedades petroleras quieren mantener el secreto sobre las fuentes energéticas. Pero nadie sabe si las reservas de crudos y gas natural pueden durar a este ritmo cuarenta años o si las plataformas marinas pueden prolongar esta perspectiva durante un siglo más. El cálculo norteamericano establece las reservas petrolíferas offshore -bajo el mar- en unos dos billones y medio de barriles, equivalentes al consumo de 120 años.
Entre tanto, crece la reserva popular hacia la fisión nuclear, y las grandes compañías se ven obligadas a acelerar sus programas en busca de nuevas fuentes energéticas, no radiactivas. Un ingeniero petroquímico nos enseñaba hace un mes, junto a los Grandes Lagos, las instalaciones para la investigación geotérmica: inyección a profundidad en el subsuelo de masas líquidas que acumulan el calor recibido del interior de la corteza terrestre y son despedidas de nuevo hacia la superficie, con una incalculable capacidad de generación energética.
Otro ejemplo, esta vez en el mundo de la información: una estrategia de gran potencia comporta una voluntad política clara en terrenos como la investigación tecnológica, la energía o los alimentos. Pero también es indispensable una política de la información. Por eso Norteamérica asiste hoy a la explosión del poder documentario. Después de los grandes sectores tradicionales (agricultura e industria) y del sector terciario (servicios) aparece ahora este sector cuaternario, que cubre todo lo que en la sociedad postindustrial va a ser el almacenamiento y transferencia de conocimientos. La electrónica Aplicada a los bancos de informaciones permitirá el acceso instantáneo, sistematizado y fácil a los datos, a las disciplinas abstractas y a los hechos concretos. El que controle ese poder informativo tendrá en sus manos, para lo que queda de siglo, el verdadero «motor del cambio». Con peligros probablemente graves para la libertad individual y para los valores de la democracia clásica.
Cuando instantáneamente, tras una petición codificada, puedan leerse en una pantalla los balances y subvenciones de todos los periódicos italianos, los quirófanos disponibles en México o las partidas detalladas del presupuesto de defensa alemán, habrá empezado una nueva era.
Un país de tamaño medio como España debería también contar -expectativa número tres- con un proyecto ya ultimado para cambiar a imagen de Estados Unidos. Hacia dentro y hacia fuera, Norteamérica quiere romper con los recuerdos de Vietnam y Watergate, quizá los dos grandes ejemplos de corrupción moral para un pueblo que vive todavía hoy de la exigencia ética de los padres fundadores. Al cabo de un año de mandato, Carter es un presidente de perfil borroso, pero a pesar de las propagandas contrapiaestas, aparece hoy empeñado en restaurarla primacía de ciertos valores éticos. Un estadista poco pro-americano, Fidel Castro, declaraba el mes pasado: «Nixon era un hombre sin principios. La diferencia es que Jimmy Carter es un político con verdaderas convicciones morales.»
Carter ha cortado en seco los abusos de la CIA, ha puesto límites al secretismo de la alta política norteamericana. y ha comprometido a su país, se reconozca o no, en una defensa activa de los derechos humanos. Un país como España debe tener muy en cuenta esa nueva exigencia de la política norteamericana que impedirá hoy por hoy las connivencias de tiempos del carrerismo. La política exterior USA hacia España se hará de aquí a 1981 con mayor transparencia y con control público por ambas partes. Y esto tendrá un alcance mayor de lo que se supone.
Una última característica: de aquí a 1981 Estados Unidos impulsará la política de desarme en las SALT y tratará de reducir sus gastos de defensa para cubrir otros frentes más acuciantes de la política interior, sobre todo en seguridad social y desempleo. Pero toda la estrategia global de la presidencia descansa en la convicción de que no puede cederse una sola posición en el tablero militar sin que sea automáticamente ocupada por el poder alternativo. Las condiciones defensivas de Occidente han cambiado tras la distensión árabe-israelí. Pero España no debe olvidar que sus bases aéreas son decisivas en caso de conflicto en la zona mediterránea. La mayor unidad que USA mantiene en esa zona -la unidad táctica de combate 401- tiene su base en Torrejón, junto a Madrid. El 6 de enero se ha hecho público en Washington un informe sobre la defensa. occidental en 1978. El documento, de 117 páginas, explica con cierto pesimismo los puntos débiles de Europa. En estas circunstancias, el papel y la cotización estratégica de la península Ibérica tienden a subir. Los otros grandes temas de atención en ese lado del mundo son la transformación de Arabia Saudí en gran potencia y la evolución de Francia. Pero éste es tema de otro artículo.
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