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‘Los kodokusha’, una cruda y poética novela sobre la pandemia de morir en soledad

Milena Michiko Flašar reflexiona sobre el aislamiento a través de los limpiadores de los apartamentos de fallecidos solitarios

La autora Milena Michiko Flašar, en una imagen cedida por la editorial.
La autora Milena Michiko Flašar, en una imagen cedida por la editorial.Helmut Wimmer

Más de 68.000 personas, el 80% mayores de 65 años, morirán solas en sus casas este año en Japón, según un informe de la policía nacional japonesa. Este drama está tan arraigado en la sociedad nipona que hasta tiene un nombre: kodokusha. Detrás de este término sencillo —que significa “muerte solitaria”— se esconde una epidemia que asola el mundo. “Mi novela transcurre en el lugar donde se entrelazan la historia del fallecido y las de las personas que se ocupan de cuanto deja tras de sí. Aunque siempre tuve claro que el trabajo de las personas que trabajan en limpieza forense debía estar en el centro de la trama, quería dedicar la misma atención a los personajes: ¿qué les lleva a aceptar ese trabajo?, ¿cómo afecta a su vida personal?”, explica Milena Michiko Flašar (Sankt Pölten, Austria, 45 años), de ascendencia japonesa y austriaca y criada en Viena, autora de Los kodokusha, un crudo y poético relato publicado recientemente en español por la editorial Mapa. Narrado en primera persona por la protagonista, una voz honesta y vulnerable, Los kodokusha arrastra al lector desde la primera página.

Suzu es una mujer joven y solitaria atrapada en el vértigo de la desconexión: nunca ha sabido cómo encajar, ni con los compañeros del colegio, ni en el club de teatro de la universidad, ni en los códigos sociales de la edad adulta. “Hasta encontrar la voz de Suzu descarté tres borradores de la novela. Quería un personaje complejo con el que los lectores pudieran identificarse, reír y llorar”, cuenta Michiko Flašar. El desencadenante coincide con el despido de Suzu, por su “déficit social”, en palabras de su superior. Tras varios rechazos, la protagonista encuentra un empleo limpiando apartamentos de kodokusha, personas fallecidas en soledad, cuyas muertes pasan desapercibidas durante semanas o meses. Un fenómeno urbano hijo de un estilo de vida epidérmico. Esta es la era de la hiperconectividad solitaria. “Estamos interconectados y nos comunicamos más que nunca, pero eso no se traduce en vínculos fuertes. Cada vez huimos más del contacto directo. Escribimos mensajes rápidamente, pero llamar o quedar para verse requiere un compromiso para el que nos falta tiempo. La obsesión por presentar nuestra mejor faceta en redes nos causa estrés. Estamos demasiado ocupados en nosotros mismos”, apunta la autora.

Instalada en un apartamento prácticamente vacío —una caja como mesa y un futón en el suelo—, Suzu comienza a sentir una nueva necesidad: compartir con los otros. Así que intenta paliar su soledad adoptando a un hámster, y también con citas por apps que la dejan aún más vacía. “Conocer a alguien es más que saber de su existencia. Cuando la ghostean [esfumarse sin previo aviso], Suzu se percata de que ni siquiera sabe dónde vive el chico con quien creía tener una relación. Ni siquiera se ha molestado en arañar bajo la superficie: la cercanía digital (y física) que ha compartido con él es ajena al afecto. Es una seudocercanía. Como resultado, la descartan, la tiran a la papelera”, apunta la autora. En un mundo cada vez más individualista, Los kodokusha invita a replantearnos nuestros vínculos. “Necesitar y ser necesitado forman parte de una relación sana y, cuando tendemos la mano para ayudar a alguien, forjamos una cercanía. Dejamos de ser fantasmas que se mueven uno al lado del otro sin tocarse”, añade.

Las novelas de Michiko Flašar, entre las que se encuentran Le llamé corbata, publicada en español en 2015 por la editorial Siruela, son multiculturales y se centran en las relaciones humanas. En Los kodokusha, la autora sugiere que fortalecer los vínculos con quienes nos rodean —vecinos, amigos o desconocidos— puede ser una solución para combatir el aislamiento. “Mi soledad surge de una experiencia común. Alguna vez, cuando hablamos con alguien, nos damos cuenta de que las palabras no alcanzan, porque no hablamos el mismo idioma. El miedo a no tener un encuentro auténtico solo desaparece cuando comprendes que la tierra que pisamos es la misma. Es más fácil decirlo que hacerlo, claro”, comenta.

Con un estilo sensorial y explícito, la narración consigue que nos tapemos la nariz más de una vez. En una aterradora escena, la protagonista, su compañero Takada y su jefe, el señor Sakai, limpian el piso de un anciano que selló las ventanas porque sabía que tardarían en encontrar su cadáver cuando muriera y no quería importunar con el hedor a sus vecinos. Las moscas saturan la estancia con jirones de piel y uñas caídas. El impacto físico de la limpieza —el olor que se pega a los poros, el cansancio acumulado— trasciende la página. “Su oficio es necesario, pero se realiza en la sombra, donde nadie quiere mirar. Es una labor que asociamos con el asco, la culpa y la vergüenza. En mi obra, intento dirigir la mirada del lector hacia esas zonas oscuras”, explica Michiko Flašar.

Portada del libro 'Los kodokusha', de Milena Michiko Flašar.
Portada del libro 'Los kodokusha', de Milena Michiko Flašar.Editorial Mapa

La protagonista no tarda en vomitar en su primer encargo, y el señor Sakai le confiesa que él tardó un año en controlar las náuseas. Sakai ha desarrollado un sexto sentido para adivinar de qué murió cada kodokusha. Las larvas que devoran los restos humanos y que se convierten en moscas son el recordatorio de que todo forma parte de un ciclo. Lo visceral y lo poético confluyen en un equilibrio fascinante. “La obra bebe de la estética japonesa del wabisabi: la belleza y la fealdad no están reñidas. Conforman un todo. Lo mismo ocurre con la alegría y la tristeza. No hay momento alegre que no conduzca a la melancolía. El wabisabi —englobar lo decrépito y lo caduco y reconocer la muerte, la fugacidad y el vacío— me ayudó a conceptualizar la novela”.

Flašar construye un retrato devastador de lo que significa vivir solo, ya sea por elección propia o por malentendidos que distanciaron a las personas en momentos clave. A través de las pertenencias de los fallecidos, la protagonista reflexiona sobre la monotonía, la marginación y las oportunidades perdidas.

Los personajes secundarios dibujan el fresco de la sociedad: la señora Manilarga, una anciana que roba gominolas para ingresar en prisión, donde al menos se siente acompañada; la recepcionista de un sento (una casa de baños) con debilidad por el maquillaje estridente; Takada, el compañero de trabajo de la protagonista que esconde la mitad del rostro tras una abundante melena… “Mis personajes surgen de una atmósfera que se ha ido acumulado en mi interior a lo largo de años. La señora Manilarga, por ejemplo, me interesaba desde hacía mucho tiempo. En Japón hay jubilados que cometen pequeños hurtos para entrar en la cárcel y escapar de la soledad o la pobreza. Desde que leí noticias relacionadas, supe que debía seguir ese hilo. Acumulo muchos hilos de ese tipo en mi cuaderno de notas interior”, comenta la autora.

Los kodokusha no es solo una novela sobre la muerte, sino una reflexión profunda sobre la vida: cómo vivimos, a quién dejamos atrás y qué conexiones decidimos, o no, cultivar. Michiko Flašar nos recuerda, con brutal claridad, que incluso en un mundo hiperconectado, podemos terminar solos: “Mi admirado Klaus Mann escribió: ‘Seré un extraño allá donde esté. Alguien como yo está solo siempre y en todas partes’. Suscribo plenamente esta forma de soledad existencial. Aunque a mí me gusta añadir un ‘aun así'. Y, aun así, intento acercarme a otros. Y, aun así, espero que también se acerquen a mí”.

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