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España se va de camping: del Seat 600 y la tienda canadiense a las villas y los parques acuáticos

El turismo internacional impulsó la apertura de los primeros terrenos de acampada en los años cincuenta, sus precios los transformaron en destino popular y la pandemia impulsó una revolución que hoy parece no tener límites

El camping El Saler, en Valencia, en 1967, en una postal de García Garrabella y Cía.
El camping El Saler, en Valencia, en 1967, en una postal de García Garrabella y Cía. COLECCIÓN CRISTINA ARRIBAS
Nacho Sánchez

Bocatas, chanclas, aventuras, siestas y diversión. La infancia de Mario Gianni, de 56 años, estuvo protagonizada por largos veranos en los que hacía amigos alemanes, belgas o franceses, disfrutaba de la piscina a todas horas e iba de excursión al Delta del Ebro para visitar un barco semihundido. Se crio en el camping Els Alfacs, fundado por su familia en 1956. Con la licencia número 13, es uno de los más antiguos de España y pionero en una forma de entender los viajes que hoy vuelve a ser tendencia. Eran vacaciones largas junto a playas tranquilas y lejos de un turismo cuya masificación ni se sospechaba. Hoy Gianni dirige el recinto, que acaba de renovarse con cabañas prefabricadas y una arquitectura singular. No es el único. Los camping viven una verdadera revolución y en los últimos años se están modernizando tanto que sus comodidades y precios se asemejan a los hoteles. Baño privado, aire acondicionado y conceptos como el glamping han hecho que las maletas con ruedas hayan sustituido a las clásicas mochilas. Sin embargo, guardan algo del romanticismo original. El de aquellas familias enteras de viaje embutidas en un Seat 600 y jornadas eternas sin nada que hacer que reflejan películas como La ardilla roja, de Julio Medem.

“El camping tiene algo de pequeño pueblo de colonizadores de lejano Oeste”, escribe Esther García-Llovet en Los guapos, novela publicada este año y ambientada en los arrozales junto a uno de estos alojamientos en El Saler (Valencia). Allí, además de cantina “con cierto aire soviético”, hay tiendas de campaña y piscina, así como alemanes en tumbonas, franceses en bicicleta, mochileros, ecoturistas y veinteañeras de despedida de soltera. La breve descripción de la escritora malagueña parece resumir la historia de los camping españoles, que se remonta a principios del siglo pasado, con noticias que hablan ya en 1911 de las organizaciones juveniles de exploradores. Las sociedades excursionistas se desarrollaron durante las siguientes décadas y, antes de la Guerra Civil, dejaron un buen poso para su verdadero desarrollo, ligado al turismo en los años cincuenta, durante los inicios del aperturismo internacional del franquismo.

Los primeros en aprovecharlos fueron los europeos gracias a sus vacaciones pagadas, aunque el régimen tenía sus dudas porque suponía la presencia de biquinis y demasiada proximidad entre hombres y mujeres. En 1955, el propio ministro de Información y Turismo, Arias Salgado, reconocía en una reunión que su criterio era contrario por razones morales y sanitarias, “pero también aseguraba que era una oportunidad que no podía ignorarse para que los extranjeros hablaran bien del régimen”, relata Rafael Vallejo, historiador de la Universidad de Vigo y autor de Historia del turismo en España 1928-1962. “Propuso una reglamentación que se aprobó en 1956″, añade Vallejo.

Los nuevos turistas cruzaban a España desde Francia por la Nacional 340 y, por ello, los establecimientos pioneros nacieron en Cataluña: Girona, Barcelona, Tarragona —que entonces tenía más plazas de camping que de hoteles— acogían en 1960 a 70 de los 117 que había en toda España, según los datos recogidos por el investigador Francisco Feo. La mayoría se ubicaba entre la carretera y la costa. Sus instalaciones eran mínimas. Se llamaban terrenos de acampada porque eran solo eso: un lugar donde aparcar la caravana o el coche y montar la tienda de campaña junto a unos baños, unas duchas y un sencillo bar. “El nuestro era así”, rememora Gianni, que recuerda que su madre iba a Barcelona, donde estudiaba, “con un Renault 4L pintado donde se leía Camping Alfacs” para promocionar el negocio. Los barceloneses, como el resto de españoles, apenas podían viajar y pensaban que acampar era muy exótico. Hasta que todo cambió.

El camping Kampaoh, en la Ría de Vigo, en una fotografía cedida por la empresa.
El camping Kampaoh, en la Ría de Vigo, en una fotografía cedida por la empresa.


Vacaciones pagadas por el Mediterráneo

“En los sesenta, las clases populares consiguieron un nivel de confort que, aunque era muy bajo, nunca habían tenido”, revela Maribel Rosselló, profesora del Departament de Teoria i Història de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Las vacaciones —con suerte, pagadas— se convirtieron en una posibilidad y los camping, muy económicos, en el principal destino. El Seat 600 fue el elemento fundamental que hizo realidad aquellos desplazamientos con la casa a cuestas. “El día que los españoles se subieron al 600 empezaron a alejarse de su pasado e iniciar una excursión de fin de semana de la que aún no han vuelto”, escribió Manuel Vázquez Montalbán. Las imágenes de familias enteras en su reducido espacio interior y cargadas de maletas se hicieron icónicas. Como las clásicas tiendas de campaña canadienses, de lona impermeable azul y naranja. Su aspecto triangular es tan mítico como las dificultades para ponerlas en pie.

El camping Regio Salamanca, en 1964, en una postal de Fotocolor Valman.
El camping Regio Salamanca, en 1964, en una postal de Fotocolor Valman.COLECCIÓN CRISTINA ARRIBAS


La costa catalana fue, de nuevo, pionera en la evolución y en ponerle nombre: adoptaron el neologismo camping y las instalaciones nacían ya con piscina, restaurante y pistas deportivas. E incluso con interés por la arquitectura, como demostró La Ballena Alegre, en Viladecans, diseñado por Francesc Mitjans, que también firmó Camp Nou. Hoy ya parcialmente demolido, recogía las ideas de la Ciudad de Reposo y Vacaciones del GATCPAC —proyecto de los años treinta que nunca se construyó— y las influencias de Le Corbusier. “La llamada Playa de Barcelona, es decir, toda la zona sur de la ciudad hasta Sitges, tenía una arquitectura más libre y experimental”, recalca Rosselló, que ha publicado un monográfico sobre el desarrollo de campings en esa área. Florecían igualmente por todo el país, sobre todo por el Mediterráneo, pero también en áreas montañosas, donde mantenían el espíritu excursionista. En 1980, cuando ya había 637, se alojaron en ellos 1,6 millones de personas, todavía con mayoría extranjera, según los datos publicados por el Gabinete de Investigación Turística C. Guitart. Y se editaron miles de postales para atraer más campistas.

El camping Alfacs, a mediados de los años sesenta, en una fotografía facilitada por el campamento.
El camping Alfacs, a mediados de los años sesenta, en una fotografía facilitada por el campamento.

Cerca de un pantano se ubicaba La Ardilla Roja, camping de “ambiente mediterráneo”, según se leía en el cartel de entrada al recinto, que dio nombre a una película de Julio Medem (1993). El cineasta definió estos espacios como “un microcosmos donde están todas las intimidades a la vista” y su filme es un buen ejemplo, con almuerzos y cenas al aire libre y un erotismo a contraluz. A mediados de los noventa ocurrió la tragedia de Biescas, una riada que se llevó por delante a 87 personas y obligó a cambiar las normativas, pero el número de instalaciones siguió creciendo y llegó a niveles máximos en todo el país. En 1999 había ya 1.167 establecimientos que ofrecían más de 700.000 plazas y 212.000 parcelas, según los datos del INE. Dos tercios de quienes se alojaban en ellos eran ya españoles.

Las comodidades de un hotel

Las cifras se han mantenido en los últimos años, aunque el aspecto general ha cambiado debido a la renovación de las instalaciones, la llegada de tecnología, la profesionalización y la aparición de grandes empresas que han ido sustituyendo a los tradicionales propietarios familiares. “Ahora hay instalaciones de ocio y acuáticas que no tienen nada que envidiar a otro tipo de alojamientos de vacaciones”, sostenía hace unos días en EL PAÍS Sergio Chocarro, gerente de la Federación Española de Campings.

La pandemia significó un antes y un después. “La gente se lanzó a alojamientos experienciales, de naturaleza y espacios abiertos; lo más diferente a estar encerrado entre cuatro paredes”, explica Samuel Mateos, responsable de comunicación y marketing de Kampaoh, compañía sevillana que gestiona 90 campings en España, Francia, Italia y Portugal. Las cifras desde entonces no paran de crecer y en 2023 rompieron todos los récords: 10 millones de viajeros —más de la mitad, extranjeros— y 47 millones de pernoctaciones, 15 más que solo una década antes. Ahora, hasta los fondos de inversión se interesan por un sector que da empleo a casi 15.000 personas.

El camping de Taiga, en Almería, en una imagen cedida por la empresa.
El camping de Taiga, en Almería, en una imagen cedida por la empresa.


“Hoy se ofrecen ya experiencias más similares a los que ofrecen los hoteles”, subraya Mateos. El grueso de la clientela de Kampaoh es precisamente la que antes se alojaba en hoteles y que ya encuentra las mismas comodidades: aire acondicionado, frigorífico, camas, toallas, servicio de limpieza, restaurantes gastronómicos o baño privado. Incluso médico, como la doctora que interpretaba María León en la serie Con el culo al aire, que duró dos temporadas en Antena 3 (2012-2014). Hay parcelas para montar la tienda de campaña o aparcar caravanas o furgonetas camperizadas, pero los bungalows prefabricados y los tipis de glamping van ganando sitio. “Son de madera y lona y mantienen la adrenalina de acampar en la naturaleza, pero ofrecen todas las comodidades”, insiste Agustín Medina, director de Desarrollo y Expansión de TAIGA Campings Resort, con alojamientos en Almería, Conil, Tarifa, Tarragona y Zaragoza. Son recintos de tercera generación tan parecidos a hoteles que también igualan sus precios. “En las nuevas categorías sí, pero en las tradicionales son aún una alternativa más económica”, aclara. En el de Puçol (Valencia), que fue escenario principal de la película En temporada baja (2022) —con Antonio Resines, Edu Soto, Coque Malla y Fele Martínez—, el bungalow cuesta 150 euros la noche. Hasta 160 euros alcanza la suite en El Canto la Gallina, donde se rodaron varias secuencias de la serie Berlín. Una de las villas del Camping Resort Playa Montroig llega a 2.000 euros semanales.

El camping de Taiga (Almería), en una fotografía cedida por el acampamento.
El camping de Taiga (Almería), en una fotografía cedida por el acampamento.

Nosotros creemos que es importante no imitar a resorts ni hoteles, donde la dinámica que se genera es la de consumir en todo momento”, apunta Mario Gianni, aunque reconoce que “hay que renovarse sí o sí”. Por eso su negocio tiene una aplicación que indica los horarios de las actividades de ocio y ha impulsado una remodelación arquitectónica. “Apostamos por diferenciarnos haciendo algo auténtico”, sostiene. Lo hizo de la mano de los estudios de arquitectura Bajet Giramé y JAAS, que desde 2019 han actualizado tanto los edificios como la piscina y las zonas comunes en una obra reconocida en los premios FAD de arquitectura. Los trabajos incluyen la instalación de 24 cabañas prefabricadas de madera y tiendas de glamping. “Pero no tienen lavabo propio, tienen unos comunes muy cerca. Insistimos en que no queremos perder la esencia del camping, esa de vacaciones largas y económicas”, concluye Gianni con cierta morriña.

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