‘Berlín’: ¿Funciona la fórmula para repetir el éxito de ‘La casa de papel’?
La serie protagonizada por Pedro Alonso acierta en la parte espectacular, la idea del robo perfecto y todo lo que sostenía a la original, pero se ve lastrada en su empeño por ser una historia de amor
Todo éxito televisivo global implica un efecto en cadena: surge la necesidad de seguir con ese universo (que se lo digan a Marvel) y, a la presión añadida por repetir el triunfo y la gloria, se añade el riesgo de fracasar. Los creadores de La casa de papel sabían que todo eso estaba en juego antes de atreverse con un spin- off que se sitúa antes en el tiempo y convierte a uno de los ladrones de la popular serie en protagonista hasta en el título: Berlín.
Los ingredientes están claros desde el primer minuto: es un producto derivado de La casa de papel, guiño aquí y guiño allá, con ingredientes y tono de las clásicas producciones de atracos espectaculares (piensen en Ocean’s Eleven: el equipo multidisciplinar, la acción con una música muy parecida de fondo, el truco de la cámara acorazada del tercer capítulo, etc.), escenarios internacionales (un París contemporáneo que nos recuerda al de Lupin) y humor para equilibrar la apuesta. Añadamos al cóctel, como ya ocurría en el éxito internacional de Esther Martínez Lobato y Alex Pina, una historia de amor, o varias, y temas musicales que el espectador reconozca (todavía se acordarán de cómo convirtieron Bella ciao en un hit global) y tendremos la esencia de esta nueva superproducción de Netflix y Vancouver.
El punto de partida del argumento es sencillo: la banda de Berlín quiere robar 44 millones en joyas de una casa de subastas parisina y sin dejar huella. El atraco perfecto que por definición nunca sale bien del todo. Esta parte criminal está bien elaborada, pero se ve lastrada por la otra mitad de Berlín, el personaje y la serie: el romanticismo. Es esta una ficción de ladrones y amor y ahí cojea, pierde ritmo y le faltan matices. Berlín se enamora de la mujer del galerista al que van a arruinar y esto puede ser más o menos intenso, pero se mete dentro de la trama y le da sentido. No pasa lo mismo con las historias de amor entre los miembros de la banda: opuestos demasiado obvios y mucha tensión sexual no resuelta. El desamor, el de Berlín (un Pedro Alonso excesivo pero ajustado a ese papel de ladrón descarado y psicópata dandi) y el de Damián (su segundo a bordo, un Tristán Ulloa en su sitio) funcionan mejor.
Si volvemos al atraco entendemos que Berlín no es un personaje hecho para caer bien: es fanfarrón, pretencioso, encantador de serpientes y más cosas, todas las que tiene que ser. Su plan también es excesivo, pero en esas estamos (no olviden de dónde venimos). Si el espectador entra, lo hace con todas las consecuencias y no se pone a medir si ese hilo metálico de precisión puede cortar o no la pared de una caja fuerte de altísima seguridad. Tampoco se sale del relato porque en todo París solo se beba Estrella Galicia. Por cierto, los exteriores parisinos están muy bien, sobre todo los nocturnos, y las escenas de acción tienen el reloj puesto en hora siempre.
La segunda mitad de los ocho capítulos (escritos también por David Oliva y David Barrocal) se centra en qué ocurre después del atraco. En todo grupo de ladrones hay siempre un traidor o un irresponsable o las dos cosas. No destriparemos más aquí, pero la acción se dirige hacia la nave nodriza, es decir, regresa al universo de La casa de papel: los seguidores de aquella están esperando a Najwa Nimri e Itziar Ortuño, las dos subinspectoras que fueron parte central de la serie original y que aquí se alían con una policía francesa en los dos últimos capítulos para perseguir a los malos, aunque el espectador no lo vea así.
¿Increíble? ¿Exagerada? ¿Divertida pero imposible? Quizás, pero Alex Pina explicaba así su visión narrativa en 2021 en EL PAÍS y es ahí donde hay que contextualizar Berlín: “La casa de papel es una locura porque nunca podrían estar unos tíos encerrados en el Banco de España porque los aniquilan, pero hay que hacer algo que tenga otros componentes, con sus propias reglas internas, con las que tiene que ser coherente, no con la realidad, que es deleznable desde el punto de vista de la ficción. Y cuando lo haces te dicen: ‘¿Dónde vas?’ Pues, señores, ahí está la Marvel, que lleva 10 años siendo lo más visto en cine y no para de ganar peso”. El final queda abierto para que el show continúe si antes se convierte, como todos aspiran, en otro éxito global.
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