Mods y rockers: de batallar en los sesenta a intentar sobrevivir en el siglo XXI
Estas dos subculturas resisten a duras penas a falta de recambio generacional. Una exposición relata su historia e idiosincrasia partiendo de la gran pelea en Brighton, 1964, que contó la película ‘Quadrophenia’
El 18 de mayo 1964, en la ciudad costera de Brighton, Reino Unido, un montón de chavales se dieron de hostias. Eran un par de miles y pertenecían a dos bandos: los mods y los rockers, dos de las primeras subculturas de la segunda mitad del siglo XX, alimentadas por el baby boom de posguerra que aumentó la población joven. En realidad, no había ningún motivo expreso o ideológico para el enfrentamiento: aburridos, cabalgando en sus motos y sus scooters, con sus chupas y sus parkas, mods y rockers vagabundeaban por las ciudades costeras en los días festivos. Hasta que un día saltó la chispa como a veces salta en la edad temprana. Y se lio parda.
Hubo lanzamiento de piedras, insultos masivos, estampidas y gran revuelo en la prensa internacional que vio en el evento sabrosa carnaza que ofrecer a unos y a otros. Desde la derecha (como en la España franquista) se pintó como un ejemplo de la decadencia moral de la democracia liberal y del fin de la tradición. Desde la izquierda, se pintó como un producto de las contradicciones del capitalismo y una respuesta a la alienación cotidiana de la chavalería. Muchos, desde hoy, coinciden en que la cosa no fue para tanto.
La historia e idiosincrasia de estas dos subculturas se relata en la exposición Chupas & Parkas, en el Museo Nacional de Antropología, que parte de la “batalla de Brighton” cuando se cumplen 60 años de aquellos disturbios legendarios. “Por entonces eran las dos únicas subculturas, chavales que vestían distinto, con gustos diferentes… No fue raro que aquella pelea tuviera lugar, pero lo cierto es que se magnificó todo”, dice Rubén Olivares Rosell, asesor rocker de la muestra, en la que se incluye otra pequeña exposición: Los ritmos de la calle. Rockers y mods en Madrid 1980-1990, obra de Miguel Trillo, fotógrafo célebre, precisamente, por sus retratos de tribus urbanas y estilos juveniles a lo largo de las décadas.
Los mods, con sus flequillos y patillas, las parkas, las corbatas finas, los trajes a medida, los mocasines, muy elegantes. Los rockers, con sus chupas de cuero, sus chaquetas beisboleras, sus tupés engominados, sus vaqueros con dobladillo, sus cadenas y sus botas. Curiosamente, aunque los rockers puedan parecer macarras de barrio y los mods refinados hijos de la burguesía, ambas subculturas proceden la clase obrera. La elegancia mod es especialmente interesante porque se reivindica también en la clase trabajadora y no solo en las élites acaudaladas.
“Eran jóvenes que trabajaban toda la semana para irse de fiesta el fin de semana, también para comprar discos o ir al sastre. Podía darse el caso de que el repartidor de correo de la compañía multinacional fuese más elegante que el propio jefe”, dice Daniel Llabrés, asesor mod de la exposición. Llabrés se inició a los 14 años, como su coasesor rocker (ambos tienen ahora 53), cuando estaba en un colegio de curas, uniformado, y se dio cuenta de que tenía que “jugar distinto”. “Vi lo mod por ahí, en las revistas, en la tele, en los cómics, y entendí que esa tenía que ser mi movida”, cuenta.
La exposición forma parte de un ciclo sobre culturas urbanas, porque la antropología también se refiere a estos fenómenos y no solo a eso que se nos viene rápido a la cabeza, las etnias lejanas con lejanas costumbres. “Es una buena manera de sacar al museo de su identidad tradicional, ofrecer algo diferente y llegar a nuevos públicos. También es novedoso el método de trabajo que ponemos en práctica, colaborativo. Da mucha intensidad, legitimidad y cobertura social a este tipo de proyectos”, explica Fernando Sáez, director del Museo Nacional de Antropología. La prueba del interés la encontró el director en la inauguración, en la que se congregaron 700 personas y no pocos tupés y flequillos (no llegó la sangre al río). Y en los tres conciertos que han organizado en julio, con largas listas de espera. La primera exposición de este ciclo estuvo dedicada a la cultura del hip hop a través del grafiti, titulada Todo comenzó en el ochenta y cuatro. Orígenes del graffiti en España.
Chupas & Parkas también rinde homenaje a la película Quadrophenia (Franc Roddam, 1979), que cumple 45 años, y que colaboró al revival mod de finales de los años setenta, como también lo hizo la emergencia de la banda The Jam y el calor del movimiento de punk. Curiosamente, en aquellos tiempos también se dio un renacimiento de lo rocker, también al calor del punk y otras subculturas. No en vano, los Sex Pistols, epítome de lo punk, versioneaban música rocker, como Eddi Crochran (Somethin’ Else), y música propia de los mods, como The Who (Substitute).
Inciso: no hay una música propiamente mod, sino que los mods han consumido jazz, pop, power pop, soul, northern soul, ska, reggae, rocksteady y mil variantes que permiten bailar en la pista toda la noche (de ahí el lema All Things Mod, algo así como todo es mod).
Pocos años después, en los ochenta, en España, lo rocker ya formaba parte de la radiofórmula encarnado en las propuestas de Loquillo y los Trogloditas, La Frontera o Los Rebeldes (internacionalmente lo petaron los Stray Cats). Es que en España el fin de franquismo supuso la llegada en tromba de muchas de estas tendencias, y lo mod y lo rocker, pero también lo punk, la new wave, lo siniestro..., comparecieron juntas y revueltas, compartiendo espacios, bandas y hasta conviviendo dentro de personas que tomaban ciertos elementos de cada una para configurar una identidad propia.
Fueron los tiempos de la Movida madrileña y otras movidas subsidiarias. “A mí me influyó, por una parte, que mi madre escuchara Elvis, pero es que en aquella época se te ofrecían todo tipo de subculturas entre las que elegir. Ahora es todo más homogéneo, y la tele mucho menos musical y variada”, recuerda Olivares Rosell. La película Grease (Randal Kleiser, 1978), aunque criticada por los puristas por sus estereotipos, también influyó en al menos una generación para introducirse en el universo del rock n’ roll y el macarrismo (a los rockers, apunta Olivares, les llamaban travoltas). La Movida se dio por acabada en 1985 cuando el rocker Demetrio Lefler fue asesinado en una pelea con mods a las puertas del mítico Rock-Ola, que después de aquello acabaría por cerrar. Luego lo rocker y lo mod volvieron a cierta clandestinidad, donde siguen ahora.
Mantener viva la llama
Algo que se evidencia en la exposición es que, si bien en ocasiones las tribus urbanas han sido retratadas como focos de delincuencia juvenil, modos de echarse a perder, cuentos asustaviejas, pertenecer a uno de estos movimientos puede resultar enriquecedor para un joven: le acerca a expresiones culturales como la moda, la música o la literatura, le proporciona un círculo social, le da un sentido existencial. Uno que algunos abandonan con la edad, pero que otros no abandonan nunca. Las escenas mod y rocker españolas, según indican estos expertos, andan ya algo talluditas, hay poco recambio general y los más jóvenes, no muy numerosos, ya rondan la treintena.
“La escena rocker, a pesar de todo, es vigorosa y está asentada, en las grandes ciudades y también hay gente que resiste en los pueblos. Somos gente muy variada, reflejo de la sociedad: hay desde transportistas a abogados”, dice Olivares Rossell. Un célebre rocker, por cierto, es el periodista televisivo Iñaki López (le delata el tupé), que hasta montó el sello Hot 45 Records, dedicado al género. En la exposición se citan algunos clubs mods y rockers, respectivamente, como The Boiler, en Barcelona, o Rockersaurios, en Madrid y festivales como el Rockin’Race, en Torremolinos, o el longevo EuroYeyé en Gijón (ahora rebautizado como Ye-yé Gijón), en pie (y bailando) desde hace tres décadas.
“La escena mod está mayor en términos de edad, pero igual de joven, canalla y crápula en el estado anímico”, dice Llabrés, “nos da bastante igual morirnos en la pista de baile y que todo esto acabe con nosotros”. Por cierto, que la subcultura tiene fama de ser de las mejores para cumplir años dada su elegancia intrínseca: no es lo mismo llegar a la tercera edad con un polo Fred Perry, unas gafas de pasta y unas patillas que con una cresta y unas tachuelas.
Según cuenta Llabrés, antes en el movimiento mod había que ganarse el hueco haciendo cosas, editando un fanzine, montando fiestas, pinchando, tocando, haciendo radio… Hoy se acepta más fácilmente a la gente, porque no son muchos. “Eso sí, lo que se ve es que muchos jóvenes mods llegan al movimiento, están un rato y se van a otra cosa”, dice. Debe ser síntoma de la posmodernidad líquida donde todo es efímero y fugaz y vivimos en un continuo zapping vital. Por cierto, Llabrés y Olivares, mod y rocker, no tienen más que buenas palabras el uno para el otro y han colaborado fraternalmente en esta exposición, sin llegar a las manos. Lo de Brighton queda muy lejos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.