De Tom Wolfe al presente convulso: vuelve la fiebre por el periodismo narrativo
La literatura de la realidad revive medio siglo después de la publicación de ‘El nuevo periodismo’
En una entrevista inédita de 1994, rescatada hace unos meses por la revista TintaLibre, Gabriel García Márquez advertía de que “los racionalistas tienen la tendencia a limitar el mundo a un espacio muy pequeño”, y avisaba: “Les han dado un cuadro dentro del cual meter la realidad, y la realidad que no cabe dentro de esos cuadros, no existe”. Frente a la escuela del periodismo impersonal y “objetivo”, ese angosto lugar salta por los aires gracias al periodismo narrativo. Es un tipo de periodismo que usa todas las herramientas literarias a su alcance para proveer de pensamiento, emoción y sensibilidad a su escritura. Son piezas de largo aliento, donde subyace la idea de ofrecer “una versión más rica de la experiencia de lo que puede proveer el mero reporteo factual”, explica la periodista Susan Orlean en El nuevo Nuevo periodismo, de Robert S. Boynton (Edicions de la Universitat de Barcelona, 2015). Se trata de transmitir y dotar de vida algo que realmente ocurrió. Un tipo de periodismo que captó una atención masiva —y un reconocimiento, también— en 2015, cuando la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich ganó el Premio Nobel de Literatura.
Ahora, el viejo periodismo narrativo hispanoamericano, o el “nuevo periodismo”, según lo bautizó Tom Wolfe en el libro del mismo nombre, publicado hace medio siglo —refiriéndose a un grupo inequívocamente estadounidense, formado por él mismo, Gay Talese, Joan Didion y Hunter S. Thompson, entre otros—, vive un buen momento. Alfaguara acaba de publicar Bartleby y yo: retratos de Nueva York, de Talese; hace poco Filmin ha estrenado el documental Radical Wolfe, y Joan Didion se ha transformado en un fenómeno cultural más allá de sus escritos. Además, los textos periodísticos de la Nora Ephron triunfan, bajo el título Biblioteca Rodolfo Walsh, Planeta está compilando la obra completa del periodista y escritor argentino, autor del formidable Operación masacre, y se están recuperando las figuras de periodistas como Sofía Casanova o la polaca Hanna Krall.
La historia, un tanque que avanza
“Ante un mundo periodístico demasiado apegado al poder y un mundo literario demasiado apegado a su propia voz, es difícil quien te explique la realidad con arte”, reflexiona al teléfono Roberto Herrscher, profesor de Periodismo en la universidad Alberto Hurtado, en Santiago de Chile. Ese es el objetivo del periodismo narrativo, y los tiempos actuales parecen reclamarlo. “El jour [día, en francés] de la palabra journalisme desapareció, la inmediatez lo dinamitó”, dice Herrscher, y las noticias del día, instantáneas y cortas, necesitan una contextualización larga. Y también una reflexión. “Se esperan voces que desentrañen esa realidad”, según este periodista argentino, autor de Crónicas bananeras (Tusquets, 2021).
Más allá de los periódicos, la escritura del presente convulso queda reflejada en reportajes publicados en revistas de pelaje e intereses tan variados como Gatopardo, 5W, El Malpensante, FronteraD, El Faro, JotDown, Anfibia, Soho, Altaïr Magazine, Panenka, Cometa, Marcapasos, Clinic, Píkara, El estornudo o Contracorriente, y en firmas como las de Eileen Truax, Karlos Zurutuza, Juan Pablo Meneses, Marta Armingol, Abraham Jiménez, María O’Donell, Ángela Martín Laiton, Anna Pacheco, Berta Jiménez Luesma, Alejandra Samper, Laureano Debat, Julio Villanueva Chang, Alba Muñoz, entre muchísimas otras.
La viveza de este ecosistema, alimentada por los Premios Ortega y Gasset, y festivales como Ñ, Nave de No Ficción, Periodismo Narrativo Chile Crónico o algunas ramas del Hay Festival, le debe mucho a la Fundación Gabo —antes Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano—, que el Nobel colombiano puso en marcha en 1995. “Ha sido un catalizador. Haciendo talleres, congresos y dando premios ha conseguido que el periodismo narrativo en español tenga la relevancia y el auge que hoy tiene”, subraya María Angulo Egea, doctora en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en Historia del Periodismo.
El novelista de Aracataca, primero joven periodista, ignoró límites y pasos de nivel y armó reportajes con las herramientas de la poesía, el drama o la comedia, transformando la pieza periodística en un relato ubicado a este lado de la realidad. Aunque nadie nace y crece solo, como explica Susana Rotker en su libro La invención de la crónica (Fondo de Cultura Económica de España, 2006) —basado en su tesis doctoral, que llevaba el título Fundación de una escritura—: ese camino agreste lo transitaron antes José Martí, Rubén Darío o Manuel Gutiérrez Nájera. Y también Chaves Nogales, Josep Pla, Carmen de Burgos, Gaziel o Xammar.
“La historia avanza como un tanque y cada presente reclama sus testigos, sus intérpretes, sus cronistas”, según escribe Jorge Carrión en su libro Mejor que ficción (Anagrama, 2012, reeditado y ampliado hace dos años por la editorial Almadía). Porque hay cosas que no cambian. “A la gente le sigue interesando mucho que le expliquen historias reales, pero han de llegar y estar muy bien contadas”, dice el periodista Eduardo Bravo, autor de AAA. Del periodismo mágico al caso Almirón (Ausider, 2024).
Y ahora destaca la crónica escrita por mujeres. “Cubren aspectos distintos, otras esferas o territorios. Son otros sujetos políticos y les interesa diferentes tipos de violencia, el decolonialismo el ecologismo. No son temas nuevos, eh? Ya estaban ahí, pero había que mirarlos”, apunta Angulo Egea.
Son voces como las de Lorena Amaro, Marcela Turati, Marcela Rivadeneira o Jennifer Ávila, que traen “los nuevos aires, los nuevos cuerpos, los nuevos horizontes, las nuevas luchas, las nuevas palabras, las que siguen empujando la puerta fría, las que han acampado en el extrarradio”, escribe Gabriela Wiener en el prólogo de Criaturas fenomenales. Antología de nuevas cronistas (La Caja Books, 2023), editado por Angulo Egea y Marcela Guzmán Aguilar.
En una entrevista con la Fundación Gabo, que la premió el año pasado, Jennifer Ávila señala que en el ejercicio del periodismo hay que salirse un poco “de ese rollo de que somos grandes intelectuales de la información” y, en cambio, permanecer atentos al desafío de “estar en la virtualidad pero no despegar los pies de la comunidad”. En un mundo de pantallas, a la realidad se llega observando, escuchando y preguntando a las personas cara a cara. Como dice el reportero Bru Rovira: “El periodismo tiene olor y la inteligencia artificial no lo capta”.
El peso del libro
A veces no todo cabe en un periódico o en una revista. Hay historias reclaman más tiempo y espacio. En la difusión de la crónica y el reportaje el libro ha ganado un rol importante, según Angulo Egea. Hay editoriales que cada vez conceden más peso a la no ficción periodística en su catálogo, como Libros del Asteroide, Capitán Swing o La Caja Books, o editoriales que solo publican obra periodística, como Libros del K.O. Sin olvidar a la precursora en lengua española de todo esto: la colección Contraseñas de la editorial Anagrama, que inició su andadura en 1977 precisamente con El nuevo periodismo, de Tom Wolfe, o la colección Crónicas, de la misma editorial, lanzada a finales de la década de los 80, con best sellers en su catálogo como Ébano y otras joyas del periodista polaco Ryszard Kapuściński.
Hay libros que ayudan a desentrañar la actualidad y sus relaciones con el pasado, la violencia o la esperanza, que generan debates y conversaciones. Obras como Cuando lo intenté por cuarta vez nos ahogamos, de Sally Hayden (Capitán Swing, 2024), o El invencible verano de Liliana (Random House, 2021), de Cristina Ribera Garza, que acaba de ganar un Pulitzer por aunar “memoria, periodismo de investigación de perspectiva feminista y biografía poética han sido unidos por un sentimiento de pérdida”, según el jurado. Libros como Subcampeón, de Ander Izagirre (Libros del K.O., 2023), que explica la historia del futbolista Zuhaitz Gurrutxaga, sus ansiedades y depresiones, y que “ha causado un pequeño terremoto porque está abriendo muchas puertas a conversar sobre salud mental más allá del deporte”, cuenta Emilio Sánchez Mediavilla, director de la editorial.
Otra obra de impacto es La llamada, de Leila Guerriero (Anagrama, 2024). Una idea del interés que ha despertado este retrato de la militante montonera Silvia Labayru (que sobrevivió a encierros y espantosas torturas, a las sospechas de los suyos, consiguiendo rehacer su vida) es que en internet proliferan copias ilegales del libro, y si se consultan las peticiones en las bibliotecas de la provincia de Barcelona que lo tienen en su catálogo, en todas está prestado y con numerosas solicitudes en lista de espera.
La llamada, que habla de la memoria, de las pequeñas alegrías cotidianas o del peso del terror a lo largo del tiempo, da una vuelta de tuerca al periodismo narrativo porque la autora comparte sus vacilaciones y reflexiones en torno al proceso de escritura. “Me pareció importante mostrar las dudas, los avances, los retrocesos, la imposibilidad incluso de perforar el discurso”, explica Guerriero en una entrevista para el Instituto Cervantes.
Dinero, precariedad y belleza
El periodismo narrativo contiene su propio mito, el relato funcional que irradió su historia al mundo. Fue en las décadas de los sesenta y setenta, en Estados Unidos, en un momento de ebullición y arrolladora influencia cultural, cuando un grupo de reporteros se dio cuenta de que el periodismo tradicional anglosajón no alcanzaba a reflejar el estado de confusión de aquel tiempo. “No era lo suficientemente vívido para presentar estos cambios extraordinarios”, escribe Boynton en El nuevo Nuevo Periodismo. “Los americanos querían, sobre todo, que les contaran historias, su propia historia”, explica Bravo, y eso es lo consiguieron los denominados nuevos periodistas. “La sociedad estadounidense entonces era mucho más dinámica, más desacomplejada a la hora de cubrir temas respecto a Europa, donde muchas propuestas del Nuevo Periodismo se hubieran rechazado, ni si quiera se habrían contemplado”, añade. Son historias que, transformadas en relatos reales, explican una convención de policías en un contexto de cuestionamiento de la violencia institucionalizada, el trabajo comprometedor de los porteros de los edificios de lujo en Nueva York, el lado oscuro —casi terrorífico— de la soleada California, las vicisitudes personales en una marcha contra la guerra de Vietnam, o las incómodas interioridades en el seno de la redacción de una revista tan mítica como The New Yorker (precursora, por cierto, en conceder espacio y tiempo al reportaje).
En esos años sesenta y setenta había curiosidad, había lectores, una proliferación importante de nuevas revistas y editoriales. También había mucho dinero, y algunos periodistas, directores y publicistas hicieron una magnífica explotación comercial de esa tendencia, convirtiéndose en ricos y famosos.
En el documental Radical Wolfe, el periodista Gay Talese, que define su propio trabajo como “literatura de la realidad” (y cuyo reportaje Joe Louis: el rey hecho hombre de edad madura, publicado en 1962 en Esquire inspiró a Wolfe a romper con las reglas del periodismo objetivo) transmite su asombro ante el trabajo del periodista sureño de impecable traje de lino, “una persona tan elegante, con tan buenos modales” que, “con un bolígrafo en la mano podía ser un terrorista”. Pero otros derriban el mito. En un artículo de 1983 en la revista Mother Jones, el periodista y ensayista Christopher Hitchens retrata a Wolfe como un buen miniaturista autoerigido en supremo antropólogo social, un habitual de las cenas del matrimonio Reagan, imitador de “tory de segunda del parlamento británico’ que escribe como si encontrara “la urgencia del cambio social algo risible”.
En cualquier caso, salvo alguna excepción, el dinero que alimentaba el fulgor del periodismo narrativo acabó. El modelo de negocio periodístico está en tránsito, y las apuestas son muy conservadoras. Este es un oficio tan bello como precario para muchos. “Antes se pagaba el trabajo, las dietas y los viajes, pero ahora se paga muchísimo menos, a veces casi a precio de risa. Y hay cortoplacismo. Se busca más la utilidad que el prestigio de un gran reportaje y su firma”, apunta Bravo.
Mientras, las historias bullen ahí fuera, y hay que explicarlas sin faltar a la verdad. Para ello se puede echar mano incluso de la poesía, que comparte con el periodismo el ejercicio de reflejar una cierta verdad, apunta Agus Morales, director de la revista 5W y Premio Ortega y Gasset en El viejo periodismo (5W, colección Voces, 2020), un libro de conversaciones con Martín Caparrós. Pero no todo vale. Hay que huir de esteticismos inanes, advierte el autor de El Hambre, Lacrónica y Ñamérica. También dice: “El mundo es un caos confuso lleno de material y el periodista, como cualquier otro narrador, lo que hace es elegir las cosas que va a comunicar a los otros. El periodismo clásico simula que no hay nadie que elige, que esas son simplemente las cosas que sucedieron y que hay que contar. Pero siempre es una persona”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.