Todo para la misma. Así no hay problemas
La gala ha durado 223 minutos. O sea, que el patriótico espectáculo en otras cadenas, con publicidad, hubiera durado siete horas. Todo sea por celebrar los permanentes días de vino y rosas del tantas veces incomprendido cine español
Retorno hipnotizado a mi casa desde el Bernabéu por el placer estético que provoca un individuo muy desagradable y jugador excepcional llamado Vinicius y un dios tan joven como mágico que responde al ya mitológico nombre de Belllingham. Y me dispongo en mi solitario sofá a vivir, o sufrir o cabecear con intensidad la gran fiesta del cine español, la eterna marcha de pompa y circunstancia, lo de “estamos tan unidos, cómo nos queremos y nos admiramos todos”.
Constato al final de la hermanada gala que ha durado 223 minutos. Y con tan solo tres de publicidad institucional de RTVE. O sea, que el patriótico espectáculo, el supremo homenaje al arte que rige el cine español, en otras cadenas hubiera durado siete horas. Un poco abrumador, sospecho. Pero todo sea por la cultura, por celebrar los permanentes días de vino y rosas del tantas veces incomprendido o repudiado cine español. Presentan la ceremonia pesos pesados. Esa mitológica señora que lo hace todo bien, interpreta, canta, es hermosa y certifico que también buena persona llamada Ana Belén. Y la acompañan, ataviados con pijamas hipermodernos, una pareja posmoderna que milagrosamente son tan listos como turbadores (constátenlo con la serie La Mesías) que responden al colegueante seudónimo de Los Javis.
Se supone que van a repartir los premios entre una heterodoxa multitud de talentos. Y que la ceremonia estará marcada por la loa del empoderamiento y las inaplazables diatribas contra el viejo y condenable universo que montaron los machos desde el falso paraíso terrenal para oprimir y humillar a las mujeres. Certificación correcta, aunque ahora todo podría correr el riesgo de una oportunista y militante farsa si el renovado poder, siempre tan abusivo y asqueroso, impone que todas ellas son reivindicativas santas e inconfesos verdugos los varones. Y los que más (que se note nuestro compromiso, aunque hayamos sido los opresores, no nos vayan a meter en la lista de los ancestrales pecadores) y las que menos, se apuntan con calculado discurso a lo que exige la buena conciencia y a mantener el curro.
Escalofríos me dan cuando veo subir un par de veces al estrado de los premiados a doce personas para agradecer el premio. Si todos expresan su agradecimiento a familiares y mecenas, la cansina movida va a durar hasta Navidad. No ocurre así. Pero mi malicia disfruta mucho cuando escucho las loas y los subterráneos enfrentamientos a los que agradecen a Netfix y a las plataformas que sean las salvadoras económicas de sus grandiosos proyectos y a los que exigen a los espectadores que la forma ideal de ver el cine es acudiendo a las salas, su formato natural, que todo lo demás es bastardo.
Y pienso en un antiguo refrán que afirmaba “cada uno habla de la feria según le va en ella”. O sea, hablemos de donde está la pasta, del único principio incontestable desde los comienzos de la humanidad, del hiperrealista y soez “¿qué hay de lo mío?” Y los galardones se empeñan en otorgárselos casi todos, los pequeños y los carnosos, a una proteica triunfadora: la muy meritoria La sociedad de la nieve. La película de Bayona. ¿Por qué todo su mundo, cercano o más distante, se empeña en llamarle con el familiar y entrañable J.? ¿Pero no estamos hablando del jefe supremo? “Antes de aprender magia, la gente debería conocer y practicar la etiqueta”, afirmaba el siempre lúcido Leonard Cohen.
Imagino que debió de suponer una carga excesiva para el humilde Bayona tener que corresponder todo el rato y no repetirse en su agradecimiento a la gran familia al otorgarle el título del más capacitado, el más artista, el supremo vencedor en todas las facetas. Se lo merece. Me parece poderosa, dura, complicada y tierna su película. Es de lo mejor que he visto este año en el cine español, aunque mi gusto y corazón se sientan muy cerca de las admirables Saben aquell, Una vida no tan simple, El amor de Andrea y Dispararon al pianista.
Las películas que alteran la existencia
Cuentan Los Javis que a ellos le cambió su adolescente vida el cine de Almodóvar. Me lo creo. Benditos sean. No es mi caso, que para eso existe la diversidad, tan celebrada por Susi Sánchez, vicepresidenta de la Academia, o algo así, que tiene una equivocación sonrojante en su discurso, en su progresista discurso sobre el abuso de poder y la violencia que se ejerce contra las mujeres al afirmar: “Que esto siga igual no es la norma, sino la excepción“. Ay de las involuntarias confesiones, cerebro, ella quería decir todo lo contrario. Y que cada uno se busque las películas que alteraron su existencia para bien. Las mías fueron El apartamento, El buscavidas, El hombre tranquilo, Casablanca, cosas de viejos.
Muy reivindicativo y frontal el alegato del sofisticado Almodóvar, ahora en plan ardoroso, solidario y corporativo, en plan Espartaco, contra un político de Vox que estaba en la sala, culpable de acusaciones viles sin fundamento sobre el cine patrio que nos dona felicidad permanentemente. No enfocan las cámaras al vilipendiador. Tampoco le linchan. Pero sí nos han ofrecido planos del gesto sonriente y entusiasmado con la ceremonia de los que dirigen el Gobierno, enamorados ancestralmente de la cultura.
¿Qué me sorprende para bien en esta fiesta que homenajea al talento? La dedicatoria de la fantástica Sigourney Weaver, clase, elegancia, inteligencia, a la señora española que le ha doblado siempre a nuestra lengua. Probablemente, estaba preparado, no fue espontáneo, pero fue tan insólito como generoso. Y el magnífico actor David Verdaguer, hablando de su permanente miedo y del que probablemente nos inunda a todos. Y qué lástima no haber reconocido la maravillosa interpretación de Carolina Yuste, su compañera en la hermosa y muy triste película de David Trueba.
Babelia
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