Juana de Arco como nunca se la ha visto: fea, corpulenta, víctima del maltrato de su padre, guerrera letal y mujer de acción empoderada
La escritora asiático-estadounidense Katherine J. Chen reescribe sorprendentemente la historia de la heroína y santa francesa usando su propia experiencia de abusos
Juana de Arco, la histórica heroína francesa abrasada por herejía en la hoguera en Ruan en 1431 (la quemaron tres veces, para que no quedara duda, ni restos que pudieran servir de recordatorio, en la segunda explotaron la caja craneal y la cavidad abdominal y algunos trozos salpicaron a los espectadores, según los testigos), ha tenido multitud de representaciones en el arte, la literatura, el teatro o el cine. Pensar en ella evoca, entre otras muchas imágenes, la de la resplandeciente, triunfal estatua ecuestre dorada de la plaza des Pyramids de París; el rostro ascético y atormentado de Renée Jeanne Falconetti en La pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer (1928), el de Ingrid Bergman (por duplicado: en Joan of Arc, de Victor Fleming, de 1948, y Juana en la hoguera, de Rossellini, de 1954), el de Florence Delay (Procès de Jeanne d’Arc, de Robert Bresson, 1962), el de una jovencísima Jean Seberg (Santa Juana, de Otto Preminger, 1957) o los muy carnales rostro y cuerpo de Milla Jovovich en el filme de Luc Besson de 1999, donde la actriz mostraba lo sensual que puede ser vestir armadura.
Sobre la pucelle, la doncella, de Orleans —que por cierto no era de allí ni de Arco (el apellido de su padre), sino de Domrémy, hoy Domrémy-la-pucelle, en Lorena— han escrito desde Shakespeare, que no la dejó muy bien en su Enrique VI, donde se la tacha de “ugly witch”, fea bruja, y “strumpet”, putita (lo que es lógico porque era la enemiga jurada de los ingleses y les fastidió un siglo de victorias en Francia) hasta Michel Tournier (Gilles y Juana, Alfaguara, 1989): “¿No veis la pureza que irradia su rostro?, existe inocencia en toda su carne, sí, una inocencia casi infantil, y una luz que no es de esta tierra”. Pasando por Schiller, Anatole France, Peguy, Bernard Shaw, Claudel, Bertolt Brecht, y Anouilh (L’alouette), sin olvidar la canción que le dedicó Leonard Cohen: “Now the flames they followed Joan of Arc as she came riding through the dark”.
Parecería que todo está dicho y hecho sobre Juana, pero llega ahora una novela histórica que da una sorprendente vuelta de tuerca al personaje. En Juana de Arco, de Katherine J. Chen (Destino, 2024, traducción del inglés de Montse Triviño), la protagonista es una joven muy masculina, corpulenta y fea (nada que ver con la chica guapa, inocente y soñadora de la polémica portada española del libro generada por IA, aunque a la autora le gusta). Es una virago de anchos hombros y poca higiene que se revela inesperadamente como una letal guerrera y cuya capacidad para la pelea y la resistencia —reveladas desde niña— proceden de haber soportado toda su vida las palizas de su padre. Sin visiones del arcángel Miguel ni de las santas Margarita de Antioquía y Catalina de Alejandría, muy terrestre, su fuerza no viene de Dios, ni de la santidad, sino de aguantar los abusos. Sus dones le han sido inculcados a golpes. Tampoco su motivación para marchar contra los ingleses es una de las clásicas de Juana (la religiosidad y el amor a Francia) sino simplemente el afán de vengar a su hermana violada y asesinada. Es una Juana, la de Chen, sin milagros ni esplendores, toda tesón y empoderamiento.
La novelista señala la paradoja de que para crear su Juana de ficción, “un gran reto” (escribió tres borradores), ha tenido que ser realista con la Juana histórica. “Las visiones juegan un papel muy importante en la historia de Juana, pero en una novela es muy difícil incorporarlas. Al intentar escribir sobre ella me encontraba con el problema de que su mirada como personaje estaba por encima de mí, como gravitando. Es la mirada que ofrecen los retratos y películas. Y yo quería que ella nos mirara, a mí y al lector, en el mismo plano”. Además, “la historia de Juana se la han apropiado tantos, en Francia incluso la extrema derecha, que para hacerla mía debía buscar mi propio enfoque”. Considera que hay “una trampa habitual en la novela histórica que consiste en regurgitar la biografía de un personaje histórico, y no ha de hacerse así, hay que evitar caer en la piscina de los datos durante tu investigación, tratar de mantenerte a flote como un niño con manguitos. Hay que encontrar el tono adecuado, que no se pierda el hecho de que estás en la época medieval, pero con una perspectiva contemporánea, que pueda ser relevante hoy”.
Chen (Wayne, New Jersey, 33 años, graduada en Princeton) dice que ha querido leer entre líneas en la historia de Juana para encontrar la que le interesaba. “En los interrogatorios que llevan a su ejecución encuentro una Juana muy fuerte y dura, orgullosa ante el tribunal, que se niega a seguir el juego de sus acusadores. Una figura de una gran personalidad”. Recuerda que, como dijo su biógrafa Mary Gordon, “Juana de Arco es un mito como Robin Hood o el rey Arturo, pero a diferencia de estos ella está firmemente anclada en la historia, tenemos fechas de su nacimiento y muerte, y multitud de testimonios, hasta sus propias palabras”.
De “las dos imágenes icónicas de Juana, la mujer con armadura y la mujer puesta en la hoguera, celebro más la primera”, subraya. De hecho, en su novela, que recorre la vida de Juana desde niña, repasando todos los sucesos canónicos (el encuentro con la corte y el delfín en Chinon, la liberación de Orleans, la coronación de Carlos VII en Reims en 1429, el rosario de victorias y heridas seguido de las derrotas al dejarla caer el rey, y la captura por los borgoñeses en 1430 y su entrega a los ingleses) no aparece la escena de la ejecución. “Hay esa película tan famosa, la de Dreyer, con tanto sufrimiento, y recreándose cuando la queman; cuando la vi me hizo sentir incómoda. Dreyer incluso hizo sufrir a la propia actriz y hasta hubo, se cuenta, sangre real. Otros no han ido tan lejos, pero siempre he encontrado esa imagen de Juana entre las llamas como muy trágica. Juana tenía 19 años al morir. Yo pretendía captar otros aspectos de su vida. Ya tenemos muchos mártires femeninos en la historia, quería investigar por qué Juana pervive tanto en la memoria y los otros no. Y la respuesta no es cómo murió. Fue muy reticente a aceptar su castigo, no aceptaba morir, al revés de lo que hace todo buen mártir. Se rebelaba. Yo no quiero glorificar su pasión y muerte”. Así que el libro acaba cuando la llevan presa en una jaula a Ruan y ve por primera vez el mar.
Mostrarla hermosa no me parecía realista”
Al preguntarle por la decisión de hacer fea a Juana, Chen se remite a Bernard Shaw, que dijo que retratar a Juana hermosa convierte cualquier obra sobre ella en romance. “Dio en el clavo, y en realidad no hay ningún indicio de que Juana fuera atractiva. En algún lugar se señala que sus senos eran bellos, pero no su cara, nadie habla de su hermosura. Mostrarla hermosa no me parece realista”. En cuanto a hacerla grande y fuerte, “llevaba armadura, y las armaduras pesaban mucho, me es difícil imaginarme a Juana pequeña, hacía falta físico para montar un caballo de guerra armada, para manejar una lanza y una espada. Quizá me tome alguna libertad, pero así lo veo yo”. La Juana de la novela viste de hombre (una de las cosas por las que la condenaron fue por travestirse) y lleva el pelo rapado con el corte militar de la nobleza. Sorprende en la novela su capacidad para derrotar a caballeros profesionales, para sumergirse en el horror de la batalla o para lanzar 12 certeras flechas por minuto como los mejores arqueros.
¿Era una gran guerrera Juana como la muestra Chen?, ¿fue decisiva en la fase final de la Guerra de los Cien Años y la victoria final de Francia? Se ha sugerido que quizá fue utilizada sólo como símbolo y mantenida lejos de los combates, llevando el pendón en la mano. “Me remito a las transcripciones de su juicio. Hay testigos oculares que la describieron, y un capitán declaró que Juana era simple o ignorante en todo, menos en lo que tenía que ver con los asuntos de la guerra. Hizo apartarse a un caballero de su ejército del lugar donde previó que iba a caer un proyectil inglés. Sabía intuitivamente cómo funcionaba una batalla. Tenemos testimonios de que fue herida en combate, y de que —la vieron bañándose— tenía callos en las nalgas, de montar. Sin duda no era sólo una animadora espiritual. Era una mujer de acción”.
De la perspectiva feminista de su novela —una novela emocionante, a ratos extraordinariamente bella, con pasajes dignos de una miniatura medieval— dice que era inevitable ver a Juana como una mujer empoderada y que no le ha interesado sólo el elemento de feminismo en su historia sino también hacer hincapié en lo heroico, “mostrar cómo se construye un héroe humano, uno auténtico”. “Mi Juana”, recalca, “es una figura moldeada por fuerzas externas, una mujer de gran fortaleza que al final no tiene nada, ni armadura, ni espada, ni ejército, ni rey, pero sigue siendo fuerte”.
Poco sexo en la novela, ¿condicionada por la castidad y la virginidad de la Pucelle? “La virginidad era muy importante para la Juana histórica y lo es para la mía. Siempre está bien añadir sexo a la narrativa, pero yo no lo podía hacer. Y era parte del desafío escribir sobre un personaje femenino en el que no hay amor romántico. Ella ama a su hermana, a su tío, a su perro, y luego al pueblo francés. Pero la virginidad era muy importante históricamente, Juana estaba muy orgullosa de ella y se dejó explorar varias veces para probarla. Ese orgullo de su virginidad fue incluso una de las cosas que usaron contra ella en el proceso”.
Las cosas buenas en la vida no te hacen más fuerte; las malas sí”
Sorprende la autora al explicar que hay algún elemento autobiográfico en su caracterización del personaje. “Crecí en un hogar con abuso y violencia. Mi padre no quemó a mi perro como hace el de Juana en la novela, pero asfixió hasta la muerte al mío. Me pregunto cómo superé eso. Puse mucho de mí en el personaje de Juana”. Que la motivación de su personaje sea haber sido abusada es duro. “Lo es, sí, hablo por mí, que he vivido abusos en casa como niña y adolescente. Eso me hizo como soy, y pesa. Pero por regla general, las cosas buenas en la vida no te hacen más fuerte; las malas sí. Quería mostrar eso en el libro”.
Autora de una novela anterior, Mary B., la historia jamás contada de ‘Orgullo y prejuicio’ (Edhasa, 2019), un pastiche o spin-off de la obra de Jane Austen, Chen es muy fan de Hillary Mantel, la célebre autora de la serie de novelas históricas sobre Thomas Cromwell y que fue muy elogiosa con su Juana de Arco. Chen, que escribió el libro sin haber puesto los pies en Francia y mientras se trataba de un cáncer de tiroides, trabaja en su próxima novela, sobre la relación entre el rey Arturo y su medio hermana y maga Morgana. A la espera de esa nueva visita a la Edad Media, es difícil no rendirse ante la imagen de su ruda doncella de Orleans, esa Juana grande, práctica y eficiente, que cabalga feroz y mata como un hombre, pero observa con pena la muerte en los ojos de un enemigo vencido, y arranca tiras de su sagrado estandarte para vendar las heridas de sus soldados.
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