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Reportaje:

Juana de Arco, 550 años después de la batallla de Orleans

Quinientos cincuenta años después de la batalla de Orleans, en la que Juana de Arco batalló con fortuna contra la dominación inglesa, los franceses han recordado a la heroína. Una gran exposición sobre las distintas interpretaciones artísticas que se han hecho de la guerrera más famosa de la historia fue abierta recientemente en París por el propio presidente de la República, Giscard d'Estaing. Cuando la muestra se inauguró, se cumplían también 34 años de la victoria aliada sobre las tropas que Hitler tenía en Francia. Giscard dijo, con ese estilo gaullista de las grandes ocasiones: «No hay que buscar nada en común entre ambas fechas. Sólo hay una ligazón entre ellas: Francia ... » El espíritu de Juana de Arco, dicen los franceses, es el otro nexo indudable. Escribe Feliciano Fidalgo.

Juana Virgen, Juana la Doncella, Juana de Francia, Juana la Heroína, Santa Juana, Juana de Arco, Juana, simplemente, ha vuelto a resucitar. No han sido las feministas radicales quienes le han tendido la mano, «aunque ser virgen y mártir a los diecinueve años no deja de representar un precedente metafóricamente asimilable», ironizó uno de los comentaristas de Imágenes de Juana de Arco, la exposición que hasta finales de septiembre, en París, en el hotel des Monnaies, sobre los muelles del Sena, pegado a la Academia Francesa, revivificará una vez más a la heroína nacional gala, con motivo del 550 aniversario de la liberación de Orleans.Un recordatorio, de entrada, para centrar estas «imágenes», que, a la postre, resultan un comic panorámico de la explotación que se puede hacer de la imagen de marca de un personaje santo y equívoco.

Nacida en Domremy (Lorena), humilde, Juana la Doncella, a los trece años, oyó voces sobrenaturales, que, parece ser, eran las de san Miguel, santa Catalina y santa Margarita. «Tienes que liberar a Francia de la dominación inglesa», le ordenaron. Era la época de la guerra de los Cien Años. Pero hasta 1429 no realizó su proeza, liberando Orleans, forzando la coronación de Carlos VII en Reims y sitiando París, hasta que por hereje y por bruja fue condenada a la hoguera por un tribunal eclesiástico, presidido por el obispo Pierre Cauchon. Rehabilitada en 1450, beatificada en 1909 y canonizada en 1920, Juana la Doncella es una de las imágenes más «puras» de la historia francesa y, por ello, caldero sin fondo en el que han bebido y beben todos los sedientos creadores de pintura, de libros, publicistas e incluso los giscardianos que, en las recientes elecciones europeas, la usaron en Rouen (ciudad en la que fue quemada viva a los diecinueve años) para atraer a electores.

Esta huella, variada y rica, que ha dejado Juana de Arco a lo largo de los cinco siglos post mortem, constituye la trama de las 347 imágenes de una exposición impresionante, pero que sólo podía ser parcial (hasta la fecha están censadas más de quinientas estatuas de la doncella). La primera imagen de esta larga andadura iconográfica, la única que se realizó en vida de la heroína, es un facsímil del registro del Parlamento: el escribano de tumo, al mismo tiempo que anotaba las noticias que se gritaban en la calle, anunciando la liberación de Orleans, dibujó a la santa de perfil, con el estandarte en la mano, vestida de mujer y con cabello largo, imagen que ya anunciaba el potencial del que era portadora la muchacha, en tanto que musa, ya que por entonces su facha de hombre (armadura, pantalones, pelo corto) hizo de ella una imagen calcada de lo que iba a ser la reivindicación del feminismo beligerante de los tiempos presentes.

Y después, Juana de Arco se ha convertido en el supermercado de todos y de todo durante los siglos que han seguido: desde su primer monumento sobre el puente de Orleans, a la heroína en las cajas redondas del queso normando Cammenbert, en los manuscritos de todas las épocas, en el arte de la Restauración francesa. En las imágenes piadosas de 1900, en las medallas, en las etiquetas que anuncian la «mostaza de Orleans», o el «vinagre de vino puro», o Juana la guerrrera, con casco, armadura y espada, solicitando «Pidan en todas partes achicoria de la belle jardiniere» o «La crema Juana de Arco, doncella de Orleans».

Juana en teatro, reinventada por Jean Anouilh o representada por Sarah Bernhardt. En los dieciocho filmes que la han paseado por el mundo con la cara de Ingrid Bergman o de Michèle Morgan, realizados por Víctor Fleming, o Preminger, o Bresson, o Carl Dreyer. Y Juana de Arco, a la hora del patriotismo de todos los tiempos, ha prestado su imagen para enardecer a todos. En 1902 fue apropiada por la Liga de las Mujeres de Francia, para hacerlas cantar a sus congéneres, no feministas aún: «Dignas hermanas de la doncella, en pie, a guerrear con ella, con un corazón indomable, el alma llena de esperanza, para salvar la libertad.»

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