Vampiros, nazis y vampiros nazis
Los legendarios no muertos se han mezclado con el III Reich en algunas ficciones populares mientras que la lectura de las memorias de un miembro de las Waffen-SS originario de Transilvania arroja luz sobre una maldad muy real
De vuelta del Festival Bram Stoker de Dublín, dedicado al creador de Drácula y donde he hecho amistades muy interesantes, de esas para toda la vida y más allá, me encuentro en Barcelona con el animado festival de géneros fantásticos 42 (hasta el domingo) en el que está como invitado David J. Skal, autor de una de las biografías más radicales y afiladas (como una estaca) de Stoker, precisamente. Pero es que, además, me he enganchado a una vieja (2016) serie de vampiros en Netflix, Van Helsing, del dramaturgo y cineasta Neil LaBute (cinco temporadas), que juega con una descendiente del profesor (¡Vanessa!) en un mundo postapocalíptico con chupasangres. Vamos, que noto el aleteo del vampiro en la nuca. En paralelo, me he leído las memorias de un miembro de las Waffen-SS originario de Transilvania —un personaje maligno muy real—, lo que me ha llevado a reflexionar sobre la conexión nazis-vampiros, que ha dado lugar a algunas curiosas producciones de cultura popular.
En el proceloso mundo de la relación del III Reich con el ocultismo y lo sobrenatural (como si el nazismo ya no fuera bastante siniestro por sí mismo) figuran capítulos tan curiosos como la obsesión de Himmler con los objetos mágicos (el Grial, la lanza sagrada, el martillo de Thor), o con las brujas (el jefe de las SS montó una Misión Especial sobre las Brujas, la Hexen-Sonderauftrag, para estudiarlas, y no es broma), por no hablar de lo que les gustó el mito del hombre lobo (Werwolf) en las postrimerías del régimen. En las filas de enfrente, esta propensión de los nazis hacia lo extraño provocó una reacción en ciertos círculos esotéricos británicos que auspiciaron una “guerra mágica” contra los nazis (seguramente, para la guerra secreta, eran más útiles los comandos, el SAS y el SOE, la dirección especial de operaciones consagrada a “incendiar la Europa ocupada”, según el plan de Churchill). Con ese título, Guerra mágica (y subtitulado El batallón mágico que combatió a Hitler), ha publicado Editorial La Felguera en su colección Zodiaco Negro (!) unos textos, fundamentalmente cartas, de la ocultista Dion Fortune, en el mundo Violet Mary Firth (1890-1946), sobre esa otra guerra en las sombras que trataba de combatir a los nazis y su panoplia oscura con sus mismas armas. La sociedad secreta de Fortune, la Fraternidad de la Luz Interior, lanzó una verdadera campaña de magia para contrarrestar los supuestos diabólicos poderes ocultos del Reich (el “lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y las ciudades” con el añadido de lucharemos con la telepatía, la meditación, el espiritismo y los hechizos). De hecho, Fortune se atribuía haber ganado la Batalla de Inglaterra.
La cosa, como explica David Bizarro, que se ha encargado de la edición de Guerra mágica, en su largo prólogo (cien páginas de las doscientas), tiene algo de La bruja novata, pero no podemos sino ver con simpatía ese intento de vencer la negra magia de los nazis con símbolos y poderes de magia de buen rollo, a los Panzers y submarinos con la escoba de las brujas de siempre y la espada de los ángeles. A destacar que Dion Fortune escribía muy bien: “Visualicemos Alemania como una vasta ciénaga de impotencia e ignorancia humana cubiertas por una densa nube negra de mal antiguo”.
Volviendo a los vampiros nazis, hay que recordar que pese a su relativa popularidad en tiempos modernos, en la ficción literaria, el cine y el cómic (Requiem: Caballero vampiro, de Mills y Ledroit, West Wind Cómics, sobre un soldado alemán que muere en el Frente del Este y es convertido en vampiro por sus pecados), en realidad los nazis no se identificaban con los vampiros sino que atribuían ese papel a los judíos. En el Mein Kampf, sin ir más lejos, y en sus discursos, Hitler atribuía a los hebreos la condición de chupasangres y parásitos de la humanidad aria. De hecho, con la guerra de exterminio que declaró a la judería mundial, esa obsesión suya, trató a los judíos de toda edad y condición como una plaga a erradicar por todos los medios, empleando un método genocida y despiadado —con la idea de que estaba en juego la supervivencia de su raza— no muy distinto al desatado a pequeña escala por el doctor Van Helsing y sus compañeros en Drácula, un patrón que es el habitual en las historias de vampiros y que sólo cambia en creaciones heterodoxas como Soy leyenda, Déjame entrar, El sueño del Fevre o Entrevista con el vampiro, por citar algunas. Por otro lado, la obsesión con la sangre de la cosmología de los nazis (y los uniformes negros, la ferocidad y el tenebrismo de las SS) les acerca al Conde y sus huestes...
Entre los vampiros nazis de la ficción contemporánea hay que destacar al Lord Constanta de Operación vampiro (primera novela de una serie muy interesante) de David Bishop. Publicada en 2006 por Timun Mas, la historia se centra en un joven soldado alemán que durante la guerra contra la URSS traba contacto con una compañía rumana aliada mandada por un misterioso aristócrata y que combate sólo de noche. Por supuesto, descubre que se trata de una unidad de vampiros que libran la guerra con sus propios planes malignos. Otro vampiro nazi reseñable es Otto Von Grimm, el personaje de la película de bajo presupuesto y alta popularidad, con elementos del videojuego Wolfenstein, The Golden nazi vampyr by Absam 2. The secreto of Kottlitz Castle (rebautizado para su venta en DVD como Iron Nazi Vampire, para vincularlo a la notable franquicia de nazis en la Luna Iron Sky) . En el filme, con toques de comedia negra, la inteligencia militar estadounidense destaca a un especialista en lo oculto, William BJ Blazkowicz (inspirado en el protagonista de los videojuegos) para infiltrarse en la fortaleza alpina de los nazis en Absam, Austria. Allí, el general de las SS Von Grimm está creando un ejército de vampiros nazis a partir de los restos del conde Drácula hallados en Valaquia por la Ahnenerbe, la organización de las SS para la Herencia Ancestral. Sólo por ese argumento ya merecería la peli un Oscar. El agente infiltrado cree que ha destruido la amenaza, pero Von Grimm, que se ha vampirizado a sí mismo con un colmillo de Drácula, descubre que si se baña en oro (como la chica de Goldfinger) no le afecta la luz solar, y continúa con sus grandes planes para el dominio mundial. Otra película con nazis y vampiros es la terrorífica Blod Vessel (2019), con los supervivientes de un barco aliado torpedeado por un submarino subiendo a bordo de un dragaminas nazi que lleva a bordo en un ataúd un strigoi, un vampiro...
Por supuesto, en este rápido repaso de los vampiros nazis no podemos olvidar a Deacon Brücke (Jonathan Brugh), uno de los tres protagonistas de Lo que hacemos en las sombras, la imprescindible película (planteada como falso documental) sobre vampiros que comparten piso en Wellington, Nueva Zelanda, y que dio pie a la serie del mismo título. Brücke tiene un pasado como soldado reclutado por Hitler para su ejército de vampiros nazis. Al explicar a la cámara su experiencia, el tipo, que se ve en la necesidad de recordar que los alemanes perdieron la guerra, lanza una frase antológica: “Si eres nazi, malo, si eres vampiro, psé, pero si eres nazi y vampiro, no tienes nada que hacer”.
Y ahora vamos con un vampiro nazi de verdad. He estado leyendo estos días Goodby Transylvania, de Sigmund Heinz Landau, las memorias de un soldado de las Waffen-SS procedente de Rumanía (Stackpole Military History, 2015). Aquí ya no estamos en los predios de la leyenda sino ante una realidad escalofriante, la guerra librada por un joven de la minoría étnica alemana (sajones) en Rumanía enrolado como voluntario en las temibles unidades de combate de las SS. Si ha habido alguna vez algo parecido a un vampiro real (aparte de Hitler, que era bastante noctámbulo) es este transilvano de ideología nazi metido el baño de sangre del frente del Este durante la Segunda Guerra Mundial. Landau, que, como Drácula, se instaló en Inglaterra tras la guerra (después de ser investigado y desnazificado en lo posible), combatió de manera casi ininterrumpida durante seis años, la mayor parte del tiempo contra los soviéticos. En sus memorias trata de pasar por un joven agradable y sensible, pero el retrato que arroja de sí mismo es abominable.
Muestra un odio visceral hacia los rumanos, de los que se distancia, considerando sólo a los de origen alemán como él y a los húngaros verdaderos habitantes de Transilvania. Los describe, a los rumanos, con despreciable racismo, como de color oscuro, mezclados con gitanos y de carácter cobarde y traicionero; además señala su falta de higiene y —curiosamente— su olor a ajo, que le repugna. Landau (1920-1998) explica en el libro su formación paramilitar de joven en el seno de las organizaciones juveniles germánicas en su Brasov natal (el prefiere llamar a la ciudad Kronstadt) y cómo evade el reclutamiento en el ejército rumano ingresando en unidades de la Wehrmacht estacionadas en Rumanía y luego, cuando se consideró a los alemanes étnicos elegibles para las Waffen-SS, alistándose en estas. Tras un periodo de formación rigurosa (un ejercicio es aguantar de pie sobre un casco mientras se hace explotar una granada de mano debajo), el joven es enviado al combate como tirador de una ametralladora MG-34, pasa por la Galicia polaca y Ucrania y se despliega en la zona de Leningrado. Landau lucha cuerpo a cuerpo contra los soviéticos, participa en acciones contra los partisanos y ve por ahí algunos judíos, de los que no da más detalle.
Resulta herido varias veces, es condecorado, le otorgan un anillo de la calavera firmado por Himmler, lo incorporan a un servicio secreto de información adscrito a la Gestapo y también lo transfieren a una de las divisiones de élite de las Waffen-SS, la 5ª división Panzer Wiking, con lo mejor de cada casa especialmente SS escandinavos. Todo ello pretendidamente sin dejar de ser un buen chico muy enamorado de su novia Mitzi y añorado de casa. Los rusos, a los que juzga viciosos, nauseabundos e inhumanos, también le inspiran repulsión. Relata episodios de lucha que harían encanecer a Sven Hassel, con profusión de escenas gore: tanques enemigos que arrastran trozos de carne humana y pelo en las cadenas, el baño de sangre y vísceras defendiendo posiciones en la estepa y un soldado buscando la mano que ha perdido en el campo de batalla. Refiere las crueldades de los soviéticos y el orgullo que le produce ver pasar volando a Hans Rudel, el as de los Stukas (y notable nazi), con sus escuadrillas.
Convertido en oficial al frente de una sección cazacarros, el transilvano participa en la defensa de Budapest y acaba la guerra defendiendo asimismo Berlín contra los “subhumanos y violadores” del Ejército Rojo, y describiendo episodios aún más atroces (siempre de los otros). Cuando cae prisionero, le dan una paliza y le orina encima una mujer soldado soviética. En las memorias, escritas mucho tiempo después, no hay ni una pizca de compasión o arrepentimiento (las SS no fomentaban la empatía). Landau conservó hasta el final, bien atrincherados, sus ideas y sus odios. Uno lo imagina durmiendo en sus recuerdos como el Conde en su negra arena transilvana.
Una lectura durísima y amarga. Desde luego, habría hecho mejor releyendo Drácula. Pero siempre es bueno recordar dónde está el horror de verdad.
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