‘Secaderos’: realismo mágico ‘granaíno’ libérrimo y recóndito
Rocío Mesa fusiona en su segundo largo el trabajo en el campo y los botellones juveniles junto a las acequias, el reguetón y los coros infantiles de la misa
Buena parte de los jóvenes cineastas españoles, sobre todo las mujeres, está mirando al pueblo y al campo, a las tradiciones y al combate entre el amargo presente y el incierto futuro, desde códigos alejados del realismo social. Añadiendo onirismo, poesía, surrealismo y hasta realismo mágico. Películas a un palmo del barro y de la faena, pero que no tienen miedo a la lírica y a situar sus historias justo en ese fino alambre que separa el documental de la ficción. Títulos comandados en su mayoría por intérpretes no profesionales, y muy libres en lo formal, que se despliegan en el formato largometraje pero que ya se habían venido ensayando antes en los cortometrajes, terreno en el que se formaron profesionalmente sus autores mientras forjaban un estilo propio que parece converger en toda una generación.
Así, a las películas de, entre otros, Carla Simón (Verano 1993, Alcarràs), Elena López Riera (los cortos Pueblo, Las vísceras y Los que desean, y el largo El agua), Clara Roquet (el corto Les bones nenes), Meritxell Colell (Con el viento), Estíbaliz Urresola (el corto Polvo somos y 20.000 especies de abejas) y Chema García Ibarra (el corto La disco resplandece), se une ahora Rocío Mesa con Secaderos, misterioso segundo trabajo como directora, ambientado en la vega de Granada, donde un grupo de familias trabaja en la recolección y el secado del tabaco por medio de un complejo sistema de procesado, colgado y empaquetamiento, y adonde ha llegado procedente de Madrid una cría pequeña que, en compañía de su madre, pasa uno de esos veranos que cambian la vida en casa de sus abuelos.
Mesa, que comparte muchos paralelismos con López Riera —Secaderos y El agua parecen primas hermanas—, aunque virando desde el onirismo hasta el realismo mágico, y un escaloncito por debajo en cuestión de calidad, fusiona el trabajo en el campo y los botellones juveniles junto a las acequias; el reguetón y los coros infantiles de la misa; la fantasía y las supersticiones; el efervescente fornicio juvenil y el cariño apretado de los abuelos; aprender a retorcerle el cuello a los conejos y luego comérselo en un plato con encebollado; los coches de choque, las ferias, siempre las ferias, los polos flash, el primer cigarrito de la infancia, el primer tripi de la adolescencia, y la indecisión entre quedarse a formar una nueva generación de trabajadores del campo o salir de allí por piernas.
Con metáforas claras y sencillas, pero de gran eficacia (los pájaros en las jaulas abiertas que, sin embargo, no hacen nada por escapar; el cobijo del monstruo amable del tabaco), la directora granadina afincada en Los Ángeles (California) ha compuesto una obra libérrima y recóndita en la que igual hay pasajes que parecen de documental que secuencias que lindan con la videocreación. Formatos en principio antagónicos que, en su forma de labrar este ejercicio de pasión y ternura, confluyen con la extrañeza que siempre ofrece la valentía que se escapa de lo convencional, incluyendo un puñado de zooms a destiempo y un segmento musical cerca de su desenlace que puede fascinar o provocar arqueos de ceja.
Secaderos, cuento mágico de amor fraterno y de dolor social, ganador del premio del público de la sección Visions del festival SXSW de Austin (Texas), habla, como algunas de sus compañeras fílmicas de generación, de la desaparición de un mundo, de un modo de vida, de una identidad. Y lo hace con el bendito descaro de un ejercicio sacado de las tripas, protagonizado por tres generaciones de mujeres unidas por la sangre y separadas por el tiempo.
Secaderos
Dirección: Rocío Mesa.
Intérpretes: Ada Mar Lupiáñez, Vera Centenera, Tamara Arias, José Sáez.
Género: drama. España, 2022.
Duración: 98 minutos.
Estreno: 2 de junio.
Babelia
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