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En España se lleva el pueblo: de dónde viene la fijación por la vida rural en el cine y la literatura

Una torrente de nuevos libros y películas, generalmente firmados por mujeres y aclamados por la crítica, supera las narrativas urbanas y explora el campo español y sus roces con la ciudad

Tom C. Avendaño
Un hombre camina por un pueblo aparentemente semidesierto, un terreno que parece últimamente un buen abono para la ficción española, especialmente femenina.
Un hombre camina por un pueblo aparentemente semidesierto, un terreno que parece últimamente un buen abono para la ficción española, especialmente femenina.Stefan Giftthaler

“Milagros es una aldea gallega ubicada al final de un camino de tierra que casi siempre se utiliza para salir”. El arranque de Recuérdame por qué te quiero (Suma), primera novela de la periodista de EL PAÍS Natalia Junquera (A Coruña, 40 años), es, además del inicio de una épica de silencios en el salón, el encapsulamiento de una idea no ya al alza, sino directamente troncal en la actual cultura española. Junquera ubica su historia, sobre un joven gallego, triunfador en su pueblo y perdedor en la Argentina a la que se muda para hacer fortuna, en la aldea que él deja atrás, un lugar donde todo el mundo se conoce y todo el mundo mira de reojo la salida para ver quién sale y cómo vuelve. “Milagros pretende representar esas aldeas diminutas de Galicia donde sus habitantes gozan de una vida aparentemente sencilla en la que uno sabe, al empezar el día, cómo va a acabar. Pero las apariencias engañan. Cualquier perímetro humano, por pequeño que sea, es un foco de emociones y por tanto, escenario potencial de una gran historia”, explica la periodista.

Junquera se une a cantidad de novelas y películas recientes, generalmente firmadas por mujeres y aclamadas por la crítica, que exploran la idea de volver al pueblo, o dejarlo atrás, o cómo se ve el mundo desde él. En literatura está Mamut, de Eva Baltasar (Random House); Panza de burro, de Andrea Abreu (Barrett), Un amor, de Sara Mesa (Anagrama) o Feria, de Ana Iris Simón (Círculo de Tiza), y escritas por hombres, Los asquerosos de Santiago Lorenzo (Blackie Books), Un hipster en España vacía, de Daniel Gascón (Random House) o Lo demás es aire, de Juan Gómez Bárcena (Seix Barral). En cine, resulta insoslayable lo que escribía la crítica Elsa Fernández-Santos, que “cada vez son más las películas españolas que vuelven a mirar al campo y a un mundo rural que, como la propia sociedad, ha sido cada vez más ajena a él”: solo este año son Alcarràs, de Carla Simon; As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen; El agua, de Elena López Riera y Secaderos, de Rocío Mesa.

Un instante de la película 'Alcarràs', de Carla Simón.
Un instante de la película 'Alcarràs', de Carla Simón.

Esta rotunda vuelta a lo rural podría ser la última expresión del neocostumbrismo con el que la cultura española lleva años tonteando, de Paquita Salas a Tangana, al menos desde que, en 2016, Sergio del Molino descubrió La España vacía (Alfaguara). O que los endiablados ritmos de la ciudad la han divorciado para siempre del reposo novelístico. Pero eso puede ser solo la superficie. “Yo lo achaco a la necesidad imperiosa de cambio, y de aceptar el cambio, que ha supuesto en nuestras vidas, en el mundo, la llegada de la pandemia y, en general estos primeros 20 años del siglo XXI”, explica Elisa Levi, quien en Yo no sé de otras cosas (Temas de Hoy) escribe sobre una joven de pueblo que mira con recelo y envidia a quienes viven fuera de él. “Tenía más sentido explicar la necesidad de irse de un sitio, de tomar una decisión definitiva, si situaba la historia en un lugar pequeño. La historia demandaba intimidad, pero una intimidad que fuera mirada, observada por esos ojos silenciosos que son todos los habitantes de ese pueblo ficticio. Necesitaba situar esa historia en un sincericidio continuo, que es al final la crudeza que ofrece la vida arraigada a la naturaleza”, explica. La obsesión de su heroína, sin nombre, es salir del pueblo, a ese concepto abstracto que es la vida fuera, la ciudad, lo desconocido, la posibilidad. “La huida como manera de afrontar los cambios internos, externos. Somos una sociedad en duelo que busca vías de escape. También volvieron y se fueron del pueblo generaciones literarias pasadas”, completa Levi.

Para ella, el pueblo supone un escenario creativamente fértil: “Es un mundo acotado que permite hablar de los límites del universo de esos personajes, de cómo se gestiona el miedo a lo desconocido, la incertidumbre, tan presente en nuestras vidas”. El roce entre la vida dentro y fuera de él ofrece, además, infinitas posibilidades: “Un pueblo es como una familia grande. De alguna manera, estás protegido por ese perímetro humano y físico y es más fácil que no se manifiesten las flaquezas, las inseguridades o los complejos que hace surgir, por ejemplo, la competencia, o que lo hagan en menor medida”, explica Junquera. “En su aldea, Manuel era el rey del mambo, un hombre guapo, divertido, carismático. En Buenos Aires se convierte en un inmigrante más, y en lugar de aparecer ese orgullo sano y necesario, que es el amor propio, brota otro, patológico, que hace que su vida empiece a desordenarse cada vez más hasta que la vergüenza, que no había sentido en casa, se apropia totalmente de él”.

Su santidad: el hechizo de un pueblo

Se teje una magia en las comunidades pequeñas: “El Papa sabe hoy cómo se llamaba la abuela de mi amigo el periodista David Beriain, nacido en Artajona, un pueblo navarro de mil habitantes, porque al entregarle recientemente su casco de guerra después de haber sido asesinado en Burkina Faso, otra periodista le contó que la productora con la que había recorrido el mundo se llamaba 93 Metros en homenaje a Juanita, que en toda su vida no había recorrido más distancia que esa, la que separaba su casa del banco de la iglesia donde rezaba todos los días”, cuenta Natalia Junquera. “David quiso ponerle ese nombre a la productora para no olvidarse nunca de que a veces las mejores historias están en los lugares más pequeños. Esa mujer no necesitó salir de su pueblo para tener una vida llena”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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