“Antes venían de tapadillo, ahora han salido del armario”: cómo los hombres jóvenes se empezaron a aficionar al ganchillo
El crochet ha estado históricamente considerada una actividad femenina y del pasado, pero durante la pandemia las redes sociales la hicieron renacer para una nueva generación que, por primera vez, también incluye a los hombres


Nadie habría imaginado que el ganchillo pudiera considerarse una actividad extrema. Sin embargo, en cierto sentido, lo es: quienes lo practican suelen ser muy jóvenes o muy mayores. Fue la pandemia la que desató un furor lanero en la nueva generación, que ha recuperado una tradición largamente adscrita a mujeres de edad avanzada. La novedad —casi disruptiva— de esta ola es la llegada de los hombres al mundo del hilo y la aguja.
En Miss Kits, una tienda de lanas de la calle Atocha de Madrid, llevan tiempo disfrutando del auge del crochet. Marta Santiago, empleada del local, explica que durante la pandemia registraron un fuerte incremento en las ventas online y, cuando las restricciones comenzaron a relajarse, el éxito se trasladó a la tienda física, impulsado sobre todo por un público joven. “La incorporación de las nuevas generaciones es un poco cíclica”, afirma. “Cada cierto tiempo hay un nuevo boom. Con los primeros foros de internet ya notamos ese aumento, y ahora TikTok e Instagram, con sus vídeos virales de prendas de ganchillo, lo han potenciado”.
Santiago asegura que el perfil medio de quienes compran ya no es el de una mujer mayor. “Sigue habiendo un público tradicional, pero nuestros clientes se han rejuvenecido mucho. Además, la estética del ganchillo ya no tiene nada que ver con el tapete de la casa de nuestros abuelos. Ha habido toda una revolución”. Añade que, aunque la mayoría del público continúa siendo femenino, cada vez es más frecuente la presencia de hombres en la tienda. “En todas las clases aparece algún chico. Algunos venían de tapadillo y ahora han salido del armario lanero”.
Según datos de la plataforma de gestión de visibilidad online Semrush, el ganchillo ha acumulado casi un millón de búsquedas mensuales durante 2024, un incremento del 21,5 % respecto al año anterior. En redes como TikTok e Instagram, el hashtag #crochet suma millones de resultados, y en YouTube los tutoriales para principiantes alcanzan hasta 10 millones de reproducciones. Además, existen cientos de páginas donde se pueden encontrar patrones, tanto gratuitos como de pago.

Jone Arriola, una guionista de 26 años, se enganchó al ganchillo durante la pandemia. En su familia, las mujeres ya tejían, así que, buscando un pasatiempo para sobrellevar el confinamiento, le pidió a su tía que le enseñara. “Era tan fácil que empecé a tejer gorros de invierno y carteras. Me enganché porque conseguía desconectar del móvil y el tiempo se me pasaba volando”, comenta. Asegura que esta labor también la ayuda a la hora de crear: “Si estoy muy estresada o bloqueada de ideas, cojo el ganchillo y puedo pasar horas tejiendo. Al relajarme, es mucho más fácil que surjan nuevas ideas”.
Algo parecido le sucedió a Nuria Revuelta, actriz de 24 años, quien, tras recibir las primeras lecciones de su abuela en la niñez, decidió recuperar esta tradición durante la cuarentena. Descubrió que podía aprender fácilmente a través de tutoriales de YouTube y se enganchó de inmediato. “En muy poco tiempo hice un montón de cosas mientras tenía de fondo las temporadas antiguas de Física o química”, recuerda. Para ella, esta actividad también es una forma de ejercitar la paciencia. “No siempre me relaja. De hecho, a veces me estresa porque lo quiero todo ya. Pero me obliga a respirar y entender que las cosas hechas a mano con cariño no se consiguen en un minuto. Es una cura contra la cultura de la inmediatez”.
La incorporación de los hombres al mundo del ganchillo tuvo como gran impulsor al saltador y medallista olímpico Tom Daley, quien sorprendió al mundo durante los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020 al sacar su aguja y ovillo de lana mientras esperaba su turno para competir. Él mismo reconoció que había empezado a tejer poco antes del primer confinamiento y que, con el tiempo, se convirtió en una obsesión. “Creo que le debo el oro olímpico al ganchillo”, aseguró en una entrevista. “Tejer me ha permitido relajarme, probar cosas nuevas y, al final, concentrarme mejor en la perfección que me ha dado la medalla”, afirmó.
Jay, un actor de 20 años, también descubrió el ganchillo durante el encierro. Confiesa que hasta hace poco lo asociaba exclusivamente con señoras mayores, pero enseguida valoró el placer de encontrar una actividad que lo obligara a frenar y desconectar de la vorágine diaria. “El hecho de que algo que siempre han hecho las señoras ahora lo haga la gente joven también puede servir de puente entre ambas generaciones”, opina. Y añade: “Lo bueno del ganchillo es que ves resultados concretos. En un mundo de desplazamiento infinito, el ganchillo se termina en un momento dado y, con ello, obtienes tu recompensa”.
Esta tendencia forma parte de un resurgimiento de trabajos artesanales como la cerámica, el arte con resina, la fabricación de velas o la encuadernación. Es una ola que se opone al consumo rápido y reivindica la autenticidad y el valor de los objetos que usamos cada día. “Hemos asumido que la ropa solo la fabrican las multinacionales y nos sorprende que alguien pueda coserla en casa”, reconoce Arriola. “Me parece precioso rescatar la prenda única y hecha a mano”.
La nueva edad de oro del ganchillo no solo ha conectado con la gente joven, sino que ha superado la imagen de la mujer encerrada en tareas domésticas. Han surgido colectivos en torno a las artes textiles —Madejas contra la Violencia Sexista, Las Guerrilleras del ganchet o El latido de las Mariposas— que tejen para reivindicar el movimiento feminista.
También los hay que nacen con una vocación artística. Tejiendo Colmenarejo es una asociación de mujeres que, a través del tejido, encuentran su forma de expresión. Reúne a unas quince personas de edades muy diversas, desde Leire, de ocho años hasta Concha, de 90. Cada jueves, a partir de las seis y media de la tarde, se reúnen para tejer, compartir vivencias y, después, merendar. Suelen trabajar en proyectos encargados por distintas instituciones, que ellas mismas diseñan y elaboran con sumo esmero. Además de la creación artística, estos encuentros propician una conexión íntima entre las mujeres del pueblo. “Es nuestra terapia de grupo”, comenta una de ellas. “Tejer, hablar y cuidarnos las unas a las otras”.
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