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Santiago Lorenzo: “Hay que hacer las cosas a lo bestia. O vives o no”

El escritor sigue preguntándose desde su pedanía segoviana de 23 habitantes qué está pasando con el éxito de su último libro, 'Los asquerosos'

Vídeo: Víctor Sainz
Patricia Gosálvez

En el huerto del escritor Santiago Lorenzo (Portugalete, Bizkaia, 55 años) hay seis lechugas “tan securrias que es un dolor verlas”. Espera que el calor se lo compense endulzando las uvas de la parra bajo la que charlamos. En la grabadora se cuelan los pajarillos de la pedanía segoviana de 23 habitantes en la que vive desde que se vino “con el armario grande” el 1 de agosto de 2012 (con él las fechas siempre son exactas). Aquí escribió Los asquerosos (Blackie Books, 2018), su quinto libro, del que lleva más de 50.000 copias vendidas. Para haberse hecho famoso con una novela sobre lo molesta que es la gente, es exquisitamente cordial y generoso con su tiempo.

Pregunta. Cuando se vive en un sitio así, ¿adónde se escapa uno?

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Respuesta. Yo nunca voy a ningún lado. No sé conducir. A cuenta del libro me invitan a cosas, pero me da mal rollo. En el bus la gente va haciendo ruido.

P. Dice que es más fácil escribir en la ciudad porque pasan cosas, y ya ha escrito su novela de aislamiento rural. ¿De qué irá la siguiente?

R. Igual ni escribo nada más. En realidad, ¿para que vas a escribir? Además, si escribes una novela que va bien, en la siguiente, hagas lo que hagas, te van a decir que eres gilipollas. ¡Pues que se queden con las putísimas ganas!

P. ¿De dónde viene la manía de estar solo?

R. Igual que hay gente anoréxica o glotona. O pajeros... Pero estoy muy orgulloso de haber conocido a mucha gente muy distinta. Con 23 años hice una lista con la gente que conocía y se había muerto; me salieron varios folios. Eso es que has conocido a mucha gente.

P. A su mujer la ve cada dos semanas. ¿Ese es el secreto?

R. A nosotros nos funciona fenomenal. Ocho años, requetecasados.

P. El 7 de julio de 1981, se mudó de Portugalete a Valladolid, el 18 de octubre de 1985 se fue a Madrid a estudiar. ¿Qué pasó el 28 febrero de 2005?

R. Dejé el alcohol. Iba a probar 15 días y van 14 años. Siempre bebía solo, me ponía hasta las cartolas. Estaba en una fase en que me temblaban las manos, me podía desmayar en un bar. Yo cultivo mis vergüenzas, pero aquello me daba tanta que ya no tenía gracia ni el enlatado. Fue una gozada dejarlo. Me recordó a empezar a beber; descubres un mundo nuevo. Y también fue una gozada haber estado empapuzado de alcohol. Lo que hay que hacer es las cosas a lo bestia. O vives o no.

P. ¿Pasó algo ese día para tomar la decisión?

R. Estaba en el maravilloso bar Couto de la Cuesta de San Vicente, jarreando a vinos. Pensé: “Estás en el mismo término municipal, a un viaje de metro, de plantarte ante la caja de cerillas que hay pintada en el cuadro La tertulia del Café Pombo, de Gutiérrez Solana. Pero no vas a ir. ¿A qué? No, mejor sácame otra botella de chinchón”. Y la gozada es hacer lo contrario. Decir, me voy a subir —como he hecho alguna vez— a ese monte de ahí y saber que tienes escasas posibilidades de aparecer muerto.

P. Colecciona cosas.

R. Antigüedades recientes —objetos de los sesenta y setenta que van a ser antigüedades pasado mañana—, también soldados, trenes eléctricos, maquetas... A veces me pregunto por qué malgasto las horas haciendo cualquier otra cosa que no sean maquetas. Libros no colecciono; solo me quedo con los que me han dejado bobo. El resto se los regalo a las visitas.

P. Le comparan con Jardiel Poncela, Azcona, Valle-Inclán… ¿Se pasan?

R. Claro. Si me hubieran influido esos, escribiría mejor.

P. ¿Quién entonces?

R. Todo el mundo quiere hacer como que es Venus salida de una concha. Pero es mentira; lo que pasa es que uno en su puta vanidad se calla quién le ha influido.

P. ¿Como usted ahora?

R. ¡Pero tengo la decencia de decirlo! ¡Ay! Tengo una chorrada que siempre olvido decir [pone voz nasal]: “Mis influencias son el dramaturgo vallisoletano Etelvino de Cigales; el poeta checo Vishki Ydiç y el poeta murciano Ginés Martín y Blanco... ¡Vino cigales, whisky Dyc y Martini blanco!

P. Qué elaborado.

R. Se me ocurrió en un autobús. Lo puede escribir como quiera.

P. Lo haré. Sí menciona a veces a Dionisio Ridruejo...

R. Me encantan los desplazados. Ridruejo y Manuel Tagüeña son dos sujetos simétricos de los años treinta y cuarenta. Uno empieza en Falange y otro en el Partido Comunista, y ambos se desencantaron. Y para mí el gran español es Benito Pérez Galdós. Me alegro de que no naciera en la Península.

P. Antes de escritor fue cineasta. ¿Lo echa de menos?

R. Lo echo de más. He conocido a cada soplagaitas... Y también a la gente más extraordinaria, unos talentazos, pero siempre mandaban los gilipollas. Forjé grandes amistades, y la camaradería que solo da el riesgo. Hice cortos, un largo y luego una segunda película que deploro. Cuando te viene un productor diciéndote lo que tienes que hacer, lo dejas.

P. De cineasta de culto a escritor mainstream...

R. Sigo preguntándome en turnos de mañana y tarde qué está pasando con este libro. Yo lo he hecho como siempre. Parece algo que diría Emilio Aragón, pero es la putísima verdad. Pensé que iba a caer mal, es un libro muy faltón, sin personajes, solo un gilipollas y un mismo decorado. Sería un corto de aficionados. A mí me gusta mi tercera novela, Las ganas, que vendió 3.000 copias. Lo que sí considero un éxito es haber acabado Los asquerosos aquí en mi casa el 18 de junio de 2018, que es la fecha de la batalla de Waterloo en 1815.

Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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