Emma Suárez: “En los ochenta no fui salvaje, pero sí asilvestrada”
La actriz estrena ‘Alguien que cuide de mí', en la que encarna a una intérprete de éxito en los ochenta y de paso reflexiona sobre su carrera y la Movida madrileña
A Emma Suárez (Madrid, 58 años) de pequeña sus padres le apoyaron en sus ganas de ser actriz. “Siempre incentivaron la pasión por jugar”, recuerda. Poco que ver con Cecilia, su papel en Alguien que cuide de mí, una actriz aplastada por el éxito de su madre, una gran dama del teatro (a la que encarna Magüi Mira) y dolida por el éxito de su hija (Aura Garrido), que acaba de ganar el Goya. El drama, codirigido por Elvira Lindo y Daniela Fejerman, y que se estrena este viernes en España en salas comerciales, permite a Suárez componer una mujer con un pasado en la Movida madrileña (como ella), y que ha navegado por los altibajos de la profesión.
Pregunta. Al encarnar una actriz, ¿ha reflexionado sobre su profesión y su carrera?
Respuesta. Pues pensé en esas actrices que he conocido, que tuvieron un momento de gloria y que el paso del tiempo les ha hecho pasar de moda. De alguna manera, he querido rendirles homenaje. Y es cierto que en esta profesión un día te llaman, otro no cuentan contigo... Este oficio es una montaña rusa, no una línea recta o ascendente. Para mí es un personaje goloso, porque además brega contra el estigma del VIH, y me gustaba esa trama en un personaje femenino. Porque hubo muchas mujeres contagiadas, y el cine no las ha mostrado.
P. ¿Qué recuerda de aquellos años ochenta en Madrid? Es un territorio que comparte con Cecilia, su papel.
R. Es que el personaje y yo somos de la misma edad [risas]. La noche, las discotecas, los encuentros, los actores, las experiencias y la curiosidad... Cecilia es salvaje, disfrutó de la provocación de esos tiempos, y por ello pagó una factura. Yo recuerdo la ebullición artística en todos los ámbitos, y que muchos artistas se quedaron en el camino. Otros se reconvirtieron, supieron mantenerse.
P. Pero insisto, ¿cómo era usted?
R. Me sentía un poco intrusa [Suárez empezó su carrera con 15 años con Memorias de Leticia Valle en 1979] porque no pertenezco a ninguna saga de la profesión. Me movía la curiosidad por aprender, por adquirir las herramientas. Recuerdo las ganas insaciables de aprender, de leer, de ir al cine a la sala Alphaville [en Madrid], de acercarme a la discoteca El Sol, los encuentros con directores y actores que luego han tenido una gran carrera. Y se han convertido en amigos míos. Afortunadamente, no fui tan salvaje como Cecilia, pero sí asilvestrada.
P. ¿Por qué no se ha vuelto a producir un bullir artístico similar?
R. Porque los tiempos han cambiado, las generaciones son distintas. Aquello fue una respuesta a la dictadura, un producto de la Transición. Llegó una generación de jóvenes que nacen con el deseo de vivir, y que ya no están bajo la opresión. Se abren puertas y ventanas. La necesidad de expresarse dentro del arte triunfa.
P. ¿Sus hijos tienen inquietudes artísticas?
R. Más mi hija que mi hijo.
P. ¿Y no les intenta disuadir para no acabar como la familia de la película?
R. Ni mucho menos. En mi caso, mis padres me alentaron y me llevaron a los primeros trabajos. Nunca me había planteado actuar, a mí me daba pudor, no estaba en mis planes de adolescencia, que iban más encaminados a estudiar Periodismo o Filosofía. Por eso, en esos tiempos me sentía una extraña, y de ahí probablemente mi obsesión en la formación, en clases de dicción, interpretación y baile. La vocación surgió según fui trabajando. Como en este oficio nunca te sacas el carnet de actor, esto no se acaba jamás. A mí el síndrome del impostor nunca me ha abandonado, y de vez en cuando retorna como un fantasma.
El síndrome del impostor nunca me ha abandonado, y de vez en cuando retorna como un fantasma”
P. Hablando de temporadas, usted se dedicó unos años al teatro y por eso dejó cine y televisión. Y en entrevistas previas se quejaba de cierto olvido.
R. Es injusto porque, obviamente, el teatro también es interpretación. Cuando yo debuté con 18 años en un escenario aún se palpaba una diferencia radical entre actores de cine y actores de teatro. Había una confrontación extraña. Ansiaba hacer teatro, y allí me enfrenté a mí misma: no sabía qué hacer con los brazos, no sabía qué hacer con las piernas o cómo lograr que mi voz llegara al espectador. Recuerdo el consejo de María José Goyanes: “Piensa que tu voz es una piedra y la lanzas donde tú quieras”. Lo bueno de haber empezado en los ochenta es que coincidí con una generación de veteranos que han sido mis maestros. Fernando Fernán-Gómez, Paco Rabal, Irene Gutiérrez Caba, Queta Claver, Pepe Sacristán...
P. ¿Lleva bien ser ahora el referente?
R. Bueno, en fin... Encima ahora que hasta hago de madre [risas]. Sí, se me acercan actrices jóvenes y es muy bonito, porque casi siempre hablan desde la timidez y el pudor. Me han llegado a decir: “Vi La ardilla roja, y entonces quise ser actriz”. Oye, y son mujeres a las que yo admiro. Me conmueve, aunque, por otro lado, es una sensación extraña, porque yo he estado ahí. Sé lo que significa, sé lo que quieren decir. A mí me pasó con Carmen Maura cuando trabajamos en Tata mía. Me sentaba a su lado en maquillaje y no paraba de observarla. Es muy curioso el paso del tiempo. Como la vida la ves desde tu interior, hasta que no te cruzas con un espejo no observas ese transcurrir. La edad es un concepto abstracto, me dijo Bob Wilson una vez.
P. ¿Y cómo lleva ese concepto?
R. Pues muy bien, no me puedo quejar. Tengo el privilegio de seguir trabajando, y como mujer he vivido amores, desamores, películas... Estoy muy agradecida. Y a veces reflexiono sobre si soy la persona que hace décadas se planteó podría ser.
P. ¿Y?
R. Pues en algunas cosas, sí. Gana la fortuna, me despierto cada día dando las gracias. Tengo unos hijos maravillosos, me gusta estar sola, convivo bien conmigo misma... Disfruto del silencio, de escuchar la música que me apetece... Puede que venga de que como actriz estás todo el rato dando, entregándote, investigando emociones para construir personajes. Tras tanta exposición, me gusta esa soledad.
Pertenezco a una generación aún educada en cierto machismo, y ante comportamientos machistas me bloqueo”
P. Lleva casi dos décadas combinando películas más populares con proyectos muy arriesgados. ¿De manera consciente?
R. Y ha ido saliendo bien. Este es un oficio de equilibrista, aunque no hay tanto plan preconcebido, porque si te fijas no hay muchas de las populares. No depende de mí. Elijo en la medida de lo que me ofrecen. Me llaman para muchas óperas primas. Y reconozco que me gustan. No rechazo muchos trabajos, pero cuando digo que no es que lo tengo claro. Mi carácter define los proyectos que acepto. A veces dudo: me ocurrió con 70 binladens. Hasta que me senté con Koldo Serra y me convenció. Y hasta hoy: acabo de trabajar con él en la serie Reina roja.
P. ¿Cómo han cambiado los rodajes de inicios de los ochenta a 2023?
R. Uf, el digital ha transformado todo. El ritual del celuloide, ese cambio de rollo y la necesidad imperiosa de que las tomas valieran, ha desaparecido. Se hacían menos películas, por lo que actuar en una era muy importante. Los equipos eran más pequeños y había menos. Coincidías menos. Ahora, muchas veces llego al primer día de filmación y no conozco a nadie del equipo técnico. Y si lo conozco es que es de mi quinta. Hay más mujeres y en más puestos técnicos... ¿Acoso sexual? Pues sí, los he sufrido, pero no en mi profesión. Porque el acoso está en todas partes. Recuerdo hasta de pequeña en el parque... En fin, el acoso está impregnado en toda nuestra sociedad. Pertenezco a una generación aún educada en cierto machismo, y ante comportamientos machistas me bloqueo. Siento cierta confusión cuando lo sufro. Por suerte, las nuevas generaciones ya no los admiten.
P. Las personas que la conocen bien, ¿la pillan cuando actúa en su vida diaria?
R. Sí, y se ríen de mí. En cualquier caso, mi madre, aunque no se dedique a esto, es muy buena actriz [risas].
P. Y en este rato, ¿cuánto ha actuado?
R. Algo, y todos lo hacemos en nuestra vida social. Si no, ¿cómo sales a la calle?
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