Emma Suárez: “Es una suerte ser actriz y ser tanta gente a la vez”
La intérprete, que estrenó dos películas justo antes del confinamiento, asegura que ha aprendido de todas las experiencias de la vida, “de las dolorosas también”
Hay una secuencia en Julieta, de Pedro Almodóvar, en la que una Emma Suárez (Madrid, 56 años) enfurruñada recompone una fotografía rota de su hija en la ficción. El drama era inmenso, y ella le prestaba la cara y el alma a lo que quería decir el ser creado por el director de la película. Fue un trabajo común, el director, la cámara, la actriz, cuyo resultado erizaba los pelos. Pero, en medio de ese rostro que la propia Emma Suárez logró como si lo esculpiera estaba quizá un rastro de ella misma, la muchacha que en la adolescencia ya era a la vez muchas otras actuando para crear mundos que no eran los propios. Es una actriz desde niña, y esa abundancia de matices que ha ido logrando representan para una felicidad y un estímulo a seguir siendo, también por dentro, otras personas. Esta entrevista se hizo al aire libre, cerca de donde vive en el barrio de Chamberí, en Madrid. Por allí sigue habiendo carteles de las películas suyas que, simultáneamente, estaban anunciadas en los cines de España cuando empezó el confinamiento. Ambas son dramas y en las dos también se advierte ese reducto adolescente que sigue marcando los rasgos de su cara.
Pregunta. En tiempos de pandemia usted estaba en los cines, actuando. ¿En la vida misma como ha estado?
Respuesta. Cuando empezó este drama se cerraron los cines. Invisibles había llenado las salas, y fue muy frustrante que ya no pudiera exhibirse. Teníamos previsto estrenar Una ventana al mar. Se canceló. Toda la programación que teníamos prevista dejó de existir. Desde entonces, ocurridas estas cosas, ¿cómo vas a concebir la vida? Pues como un lugar en el que te puedes esperar cualquier cosa. En cuanto al cine: sigue siendo, en el mejor de los casos, la oportunidad de ser otro. Ambas películas, por cierto, forman parte del ciclo de la vida. Una trata de mujeres maduras muy diferentes que se juntan para hablar de una realidad que las ha hecho desaparecer del mapa… Eso está cambiando, aunque creo que hace falta una reestructuración educacional desde los colegios para aprender qué es la igualdad. Tengo esperanza de que los que vienen sean pronto conscientes de que todos somos iguales.
P. Una ventana al mar es también la metáfora de una frontera…
R. Sí, es la toma de conciencia ante una situación extrema, ante una noticia fatal. Una mujer, María, decide tomar las riendas de su vida… Le queda poco tiempo, decide vivir lo que le quede sin anclarse en el pasado. A través de ese viaje busca las bases de su propia existencia…
P. ¿Mientras actúa siente que está interpretando la vida real?
R. Siempre me ha gustado ese límite entre la verdad y la mentira, la capacidad que tenemos los actores de convertir la mentira en verdad. Y, a partir de ahí, hay mentira o verdad donde tú quieres que la haya, porque todo forma parte de las emociones que estás viviendo en ese instante... Creo que no hay otra forma de trabajar en esto que tomando partido y creyéndote las historias, aparte de que eso es lo divertido, participar en películas que me hacen aprender.
P. En su cara es posible observar que aquella niña que fue le sigue escribiendo mensajes…
R. Siempre me siento un poco niña. Ese es el espíritu de mi familia numerosa. Mi padre ya murió; participaba en nuestros juegos, él me enseñó a jugar al ajedrez. Conservo ese espíritu: infantil, soñadora, idealista, en ese espacio íntimo sigue mi imaginación. Es indispensable para mi trabajo: inventar los juegos, los personajes, recrearlos. Por eso soy actriz. Actuando somos según los personajes. En todos hay una parte tuya que entregas y que está íntimamente relacionada contigo. Por muy alejada que estés, intentas conectar con el otro, sale algo de ti que lo defiende. En Una ventana al mar me he sentido muy libre. Sentí, al recibir el guion, que lo tenía que afrontar desde un lugar muy honesto, muy transparente. Sin artificios. Traté de ser, no de actuar.
P. ¿Se quiebra a veces esa aspiración de niña a la que sigue ligada?
R. El dolor forma parte de la vida, no podemos vivir sin él. Lo incorporamos, como forman ya parte de nosotros las experiencias duras; con todo ello se completa nuestra personalidad. Yo no trato de evitarlo: con el tiempo aprendes a colocarlo en un espacio emocional. Cuando he estado en épocas de conflictos he pensado que todo eso pasará. Eso me ha ayudado a levantarme… Este tiempo de confinamiento, de quedarme en casa, ha sido de calma, con mis hijos, parando la velocidad de la vida. Llevaba mucho tiempo juntando un trabajo con otro… Ha sido una toma de conciencia social; me di cuenta de la capacidad de adaptación que tenemos. Hemos sido buenos como sociedad, tomando conciencia del otro, de los movimientos solidarios, contra la soledad y el hambre… Pero, mira lo que pasó, de pronto ese clima se transformó y empezaron a crearse las diferencias. El ser humano no es una esfera perfecta.
P. ¿Le sorprendieron las inquinas?
R. Me sorprenden la injusticia social, los egos que siempre ganan, la necesidad de poder y de pensar en agredir al otro en vez de arreglar las cosas. La ira, la falta de empatía, de respeto a la gente que vive en un metro cuadrado, que está en la calle, los inmigrantes, las pateras. Nos hemos acostumbrado a vivir cómodamente, en un capitalismo tramposo que no es nada constructivo para el ser humano… El consumo voraz, que nos impide aprender a vivir con lo que tenemos.
P. Y este país parecía hecho…
R. Está roto, quebrado, dividido. Recuerdo la manifestación de Vox el 24 de mayo. Bajé a la calle a comprar un regalo para mi hija, que cumplía años. Me encontré la calle Génova inundada de coches, de banderas, y pasé miedo. Había una energía agresiva y realmente volví corriendo a casa. Había mucha rabia, y ahí sigue.
P. En este rostro suyo coexiste aquella Julieta devastada con la niña que aprendía ajedrez…
R. Julieta es una mujer en permanente duelo… Para interpretarla leí El año del pensamiento mágico, de Joan Didion… Cuenta muy bien el sentimiento de ausencia, de pérdida. Julieta era una mujer rota, explota ahí. En mi cara está consecuencia de ese trabajo. En El perro del hortelano era alguien más pícaro, más juguetón. Muchas veces guardas esos personajes como si hubieras vivido esas vidas; cuando trabajo demasiado vivo más la vida de los otros que la mía propia… Todas las experiencias de mi vida, las dolorosas también, han sido válidas, me han enseñado. Antes era más kamikaze; creo que he aprendido a cuidarme. Soy bastantes personas dentro de una misma, por lo que me siento afortunada de ser actriz, porque cada día puedo desarrollar personajes que están dentro, pero que no los vivo. Es una suerte. Espero morirme conservando todavía esa niñez que usted dice que muestro hasta poniendo en orden los pedazos de una fotografía en Julieta. Si no conservo esa niñez no sé como me levantaría cada mañana.
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