‘Josefina’, la singular relación entre un gris funcionario de prisiones y la madre de un recluso
Con 10 cortometrajes conjuntos desde el año 2011, el director Javier Marco y la guionista Belén Sánchez-Arévalo estrenan ahora su primer largo
El tándem creativo formado por el director Javier Marco y la guionista Belén Sánchez-Arévalo obtuvo el pasado año el Goya al mejor cortometraje con una de las piezas más impactantes de los últimos años: A la cara, el brutal encuentro entre una brava mujer insultada en redes sociales y su cruel troll en casa de este. Un trabajo que se definía por la conversación, breve, sencilla y demoledora, pero sobre todo por el valor de las pequeñas cosas: de los silencios; de los objetos de la casa del acosador virtual e insultador a tiempo completo, salvo cuando tiene a la persona delante; de su aspecto, sus ropas, su (des)orden, su mirada cabizbaja, su cotidianidad hogareña, su modo de vivir, de pasar el rato, apenas vislumbrado en la pantalla pero auténticamente revelador en el fondo.
Con 10 cortometrajes conjuntos desde el año 2011, carrera larga, difícil, como casi siempre en el formato, pero a la postre fructífera, el director Marco y la escritora Sánchez-Arévalo estrenan ahora su primer largo, el muy interesante Josefina, en el que las principales señas de identidad de A la cara surgen de nuevo con naturalidad en una historia con aún más silencios y mayor austeridad narrativa. La singular relación entre un gris funcionario de prisiones, vigilante de las cámaras de seguridad de la cárcel, y la madre de un joven recluso.
De apariencia casi ingenua, aunque con intríngulis de gran trascendencia, Josefina está dotada además de un particularísimo sentido del humor, aupado detrás de la enfermiza timidez del hombre, pero que acaba evidenciando el absurdo que es tantas veces la vida y cómo se forjan las relaciones. Con pequeñas mentiras y subterfugios, escondiéndonos detrás de personajes creados por nosotros mismos que poco o nada tienen que ver con la realidad, salvo el hecho frontal de la bondad o la maldad interiores, algo que pocas veces puede disfrazarse. Al revés que el troll que representaba Manolo Solo en A la cara, el personaje que interpreta con verdad doliente Roberto Álamo es un hombre bueno y solo, con una casa que le delata en muchos aspectos, y que dice tanto de su presente como de su pasado. Y algo semejante ocurre con la tristeza alojada en la mirada de la mujer a la que da vida Emma Suárez, ser humano en apariencia derrotado, mala suerte infinita, que se mantiene de pie cada día con la fuerza de no querer pensar en lo que en verdad es su existencia. Ambos magníficos, gestos sutiles, cuerpos a la deriva. Dos personas en época de derribo que encuentran en el consuelo de la compañía mutua una insólita salvación que poco o nada tiene que ver con la pasión, el amor o el sexo, y sí con un deseo de ser acompañados, tocados, mirados, escuchados.
Como una especie de película del primer Jaime Rosales, pero con gracia, Josefina se modela así como un relato extrañamente feliz. Y Marco y Sánchez-Arévalo preparan ya su segundo largo: un desarrollo de su corto A la cara que esperamos desde ahora mismo.
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