‘Las leyes de la frontera’: romántica representación de lo quinqui
La película de Daniel Monzon, que adapta la novela de Javier Cercas, es el perfecto paradigma de película de época pese a que su ambientación, a finales de los años setenta, no parezca tan lejana
Cuando se habla de cine de época siempre pensamos en grandilocuencia, espacios palaciegos, vestuarios pomposos y espíritus social y moral tan alejados de nuestra contemporaneidad que cualquier relación sentimental transmite sin remedio las fórmulas del desuso. Y sin embargo, Las leyes de la frontera, séptimo largometraje de Daniel Monzón, podría configurarse como el perfecto paradigma de película de época pese a que su ambientación, a finales de los años setenta, no nos parezca tan lejana.
Poco o nada queda de aquello salvo, eso sí, las relaciones desbocadas, la furia juvenil, la desesperanza y la extrañeza de una adolescencia siempre al borde del barranco. Y ahí la película entra a degüello con elegancia, valga el contrasentido. El director de, entre otras, Celda 211 y El Niño parece querer llegar al nervio de la calle y al brío de la actitud salvaje desde lo impoluto de una producción y una película que optan por el remedo casi nostálgico. ¿Lo hace así porque lo quinqui ya no existe? Es posible, pero quizá también porque Monzón sabe que no puede (ni debe) intentar un documento de la época, sino más bien una emulación autoconsciente. De hecho, en cierto modo, la novela de Javier Cercas en que se basa la película también era así: escrita desde fuera de esos ambientes, y utilizando una voz y un estilo ajenos a la rabia y al cuchillo, los del Gafitas, el protagonista, chaval extraño en los círculos lumpen, que se ve abocado al delito y a la escapada más por rebeldía con su mundo de clase media que por instinto de supervivencia, y que además acaba engullido por esa cosa tan desmedida llamada primer amor.
La cuchara impregná de heroína, el dame veneno que quiero morir, dame veneno, y el si me das a elegir entre tú y ese cielo, me quedo contigo, modos de vida en el abismo, tuvieron la suerte de tener los mejores documentos cinematográficos posibles en forma de ficción. Pero una ficción extraña, por auténtica, espontánea y coetánea: José Antonio de la Loma, partiendo de una actitud conservadora, de una cierta denuncia sensacionalista; Eloy de la Iglesia, con una mirada más liberadora y procaz, desprejuiciada y carente de miedos; y el Carlos Saura de Deprisa, deprisa, como el perfecto epítome del movimiento, aunando la autoría artística y el desarraigo social, labraron lo quinqui sin saber aún que estaban haciendo historia de España.
La fórmula dramática de Cercas —relato desde un presente de madurez y desengaño para llegar, en forma de pesquisa entre lo policial y lo literario, hasta el volcán de la juventud— se comprime en la pantalla. Y Monzón, en una buena decisión, ha optado por rostros nuevos o relativamente desconocidos para sus intérpretes. Ahora bien, aunque los tres protagonistas estén muy bien, no dejan de ser efigies pulcras de mirada limpia, estilosos émulos de aquellos chavales que un buen mal día existieron, y nada pueden hacer en la lucha por la autenticidad con gente como José Luis Manzano, José Antonio Valdelomar, El Vaquilla o El Pirri, todos ellos muertos tras el cine, el jolgorio y la hecatombe. Marcos Ruiz, Begoña Vargas y Chechu Salgado, voces y miradas preciosas, son dulces reflejos de una época que ya solo se puede representar en una película romántica, intensa y bonita como esta, y en esa línea de melancolía incluso la energía sonora de los Derby Motoreta’s Burrito Kachimba encaja a la perfección, con sus reminiscencias de Triana y la rumba taleguera, y su autodenominación musical como quinquidelia.
LAS LEYES DE LA FRONTERA
Dirección: Daniel Monzón.
Intérpretes: Marcos Ruiz, Begoña Vargas, Chechu Salgado, Xavi Sáez.
Género: drama. España, 2021.
Duración: 130 minutos.
Babelia
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