Muere el arabista Pedro Martínez Montávez
El historiador, primer rector elegido democráticamente en España, era un hombre de ideas avanzadas, renovador, comprometido con la mejora de la sociedad y muy generoso de su tiempo y su esfuerzo
Cuando Pedro Martínez Montávez echaba la vista atrás —como historiador, aquí de su propia vida— afirmaba que lo más importante que había llevado a cabo fue asumir el cargo de rector de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) entre 1978 y 1982. Fue el primer rector elegido democráticamente en España, a la par que A. Badia i Margarit. En la UAM se vivió durante su rectorado un periodo de construcción y práctica de la democracia en todos los niveles universitarios, desde la puesta en funcionamiento de impresionantes claustros hasta la recuperación de la pluralidad de ideas y libertad de cátedra. Hombre comprometido con la educación y la cultura, hasta la médula, también solía precisar que no estaba adscrito a ningún partido, pues pensaba que entonces la Universidad y la sociedad requerían su máxima y directa disponibilidad e independencia. Era un hombre de ideas avanzadas, renovador, comprometido con la mejora de la sociedad, y muy generoso de su tiempo y su esfuerzo. Por eso gozó de apoyo convencido en la mayoría de los medios universitarios y culturales.
Siguió vinculado al quehacer universitario, respetado y admirado por su trayectoria en todo el país, y reconocido especialmente con el doctorado honoris causa por tres universidades con las que mantenía lazos especiales: Alicante, Jaén —provincia en la que nació en 1933, en la localidad de Jódar, de la que fue nombrado hijo predilecto—, y la de Granada, donde participaba en programas de doctorado. Sevilla ocupó asimismo un lugar especial en su trayectoria, pues en esta ciudad desempeñó su primera cátedra, en el área de los Estudios Árabes e Islámicos.
Como dice acertada y lealmente Federico Arbós, quien le ha dedicado un reciente libro, ha sido “maestro de varias generaciones”, no solo de la nuestra, sino de todas las que han seguido. Y es que su obra plantea análisis de tiempos largos, de largas duraciones, yendo más allá de los apuntes y registros “evenemenciales”. Véase, por ejemplo, sus libros Pensando en la historia de los árabes (1995) o Mundo árabe y cambio de siglo (2004), entre otros.
El escritor Juan José Téllez lo calificó, con gracia y acierto, como “nuestro arabista de cabecera”, aquel sabio que sabía divulgar y explicarnos lo que sucede en este mundo árabe tan cercano e intrincado.
Su vida después de Egipto
Su experiencia vital y profesional dio un salto cualitativo durante su estancia en Egipto, desde 1957, recién casado con María Mercedes Lillo, hasta 1962, año en el que vuelve a España, ya como profesor contratado en la Universidad Complutense, en la que había cursado dos ramas: Historia y Filología Semítica (Árabe e Islam). En El Cairo nacieron sus tres hijos mayores: Sergio, Pedro Antonio y Rosa-Isabel. Ya de vuelta en España, nace su hija Natalia en Madrid. En la capital egipcia conoció un mundo árabe moderno en plena eclosión cultural, mientras dirigía el Centro Cultural Hispánico, y trabajaba como profesor en la Universidad. Y allí descubrió la gran literatura árabe moderna y se entrevistó con escritores desconocidos en España: Mahfuz, Bayati, Qabbani, Adonís…
El Profesor Pedro, como le llamaban los alumnos y colegas árabes, viajó por casi todos los países hablantes de esa lengua, por todo el Magreb, hasta el extremo del Próximo Oriente, a los confines de Emiratos, Irak, Yemen, Emiratos, Siria, Líbano… y Palestina. Con Roberto Mesa Garrido fundó en los años setenta la Asociación de Amigos del Pueblo Palestino, y siempre fue leal a la causa justa del pueblo palestino, que representaba a tantos otros oprimidos. En una hermosa carta publicada, Luis García Montero recuerda este hecho. Y, en particular, sus hermosas traducciones de los poetas palestinos de resistencia, la primera antología que de ellos se publicó en Europa. Mahmud Sobh colaboró con él en aquella obra.
Más tarde, se creó la Asociación de Amistad Hispano-Árabe, que presidió inicialmente Antonio Gala, y luego el propio Pedro Martínez Montávez, siempre manteniendo criterios de independencia cultural respecto a presiones políticas. Decía en broma: “Parece que me llaman el arabista que siempre dice no”.
Pero todo esto es solo una capa, visible, de la persona y la actividad magistral de este sentidor andaluz y andalusí, universal. Era el maestro de la traducción y el conocimiento poéticos. En su pluma habitaba el ritmo de la poesía, en su corazón, el sentir poético más hondo, el ansia de la libertad, el ritmo de las coplas de su tierra, desde las alboreás a las soleares. En su mente, el estudio y la exigencia científica. Reflexivo, observador, detallista, pendiente de todos con discreción, de lejos y de cerca, nada vanidoso, natural en el trato, bondadoso, firme, generoso… ¡Cuántos adjetivos para resumirlos en decir que fue un hombre cabal, y en cierto sentido heroico, al cargar con muy difíciles retos! Él mismo recogió la frase de un poeta árabe para expresar cómo se encontraba: “En el tiempo del reto, los himnos son mis manos”. Todos los homenajes que se le hicieron seguramente serán revisitados y ampliados. Así también las entrevistas de tantos buenos periodistas.
Nuestras palabras, ahora, son solo una emoción que intenta conducirse racionalmente, y dejar testimonio de sentimientos de afecto ante un gran amigo, de inmenso y franco agradecimiento personal y colectivo al maestro. Los mensajes de despedida y reencuentro cruzan de un lado como la luz. Pedro Martínez, en una libertad ganada pulso a pulso. El de la mirada clara, entre antiguos y nuevos horizontes de olivares.
Babelia
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