‘As bestas’ devoran la noche de los Goya
El homenaje al recién fallecido Carlos Saura fue justo y razonable y Rodrigo Sorogoyen confirmó con su triunfo de este sábado que es dueño de un estilo original y poderoso
Los premios Goya tuvieron este sábado la generosidad y la delicadeza hacia el espectador de abreviar los discursos de agradecimiento de los premiados. Entiendo que es inevitable el deseo de dedicar tus trofeos a toda la gente que quieres y que ha compartido tu trabajo, pero puede hacerse muy pesado para los demás. El espectáculo duró casi tres horas y media, pero a diferencia de otras ocasiones, no se me hizo irritante ni soporífero.
Los presentadores Clara Lago y Antonio de la Torre actuaron con naturalidad. Ignoro si se atuvieron todo el rato al guion que les habían escrito, pero daba la sensación de que improvisaban, de que lo que decían salía de su cerebro y de su corazón. Y tampoco se lo montaban todo el rato de graciosos. El homenaje al recién fallecido Carlos Saura era justo y razonable. De sus 50 películas, hay tres que me impactaron, que perduran en mi recuerdo. Son La caza, Deprisa, deprisa y ¡Ay, Carmela! Otras menos. Incluso algunas que no me gustan nada, pero creo que los infinitos elogios hacia su obra y su personalidad eran sinceros. Su familia estuvo digna y comedida. Y era bonito lo que contó de él la emocionada Carmen Maura. O que Juliette Binoche recurriera a la preciosa canción de Jeanette Porque te vas, que sonaba con sentido en Cría cuervos.Lo que más me sorprendió en el recordatorio de Saura fue el espíritu religioso de muchos de los que glosaban su figura, ya que están seguros de que nos contemplaba desde el cielo, las alturas, esos sitios.
Y era previsible que abundaran los cánticos al protagonismo de las mujeres en el actual cine español, la defensa de la sanidad pública, las necesidades ecologistas y otra reivindicaciones. Al lado de los oropeles artísticos y mundanos, el cine español siempre exhibe en público su profunda conciencia social. Le corresponde el derecho a hacerlo. Y le sobran razones en este año tan creativo para certificar el protagonismo de tantas directoras, actrices, guionistas, productoras y demás señoras. Me alegro de tanta exhibición de talento, sensibilidad y eficacia. Es lo que espero del cine. Y por supuesto, me da igual si me lo proporcionan hombres o mujeres. O ambos géneros. El arte debería de estar por encima de las cuotas.
Constato que As bestas se ha llevado la tarta en la fiesta colectiva y en el palmarés de un año memorable del cine español. Lo cual tiene mérito, ya que tiende a lo lamentable, mayoritariamente el que se ha rodado fuera de aquí, especialmente el estadounidense. Rodrigo Sorogoyen vuelve a confirmar con esta película que es dueño de un estilo original y poderoso, que se expresa inmejorablemente mediante imágenes y sonidos, crea atmosfera, dirige con primor y veracidad a actores y actrices, narra historias perturbadoras, imprevisibles, retorcidas, repletas de violencia interna, ásperas, hipnóticas. Es improbable que se me olvide jamás cómo está rodada la secuencia en un bosque donde una pareja de verdugos acorrala a su víctima. Es una película que te remueve, crea angustia y miedo, repleta de matices y de clima, muy bien interpretada. Te la crees.
As bestas ha desplazado a Alcarràs, avalada por premios nacionales e internacionales, visitada por un público mayoritario, idolatrada por la crítica. Reconozco virtudes en ella, la forma de retratar la vida de ese pueblo con problemas de supervivencia, pero a los cinco minutos de verla se difumina en mi memoria. No me ocurre lo mismo con la tan emotiva como creíble Cinco lobitos. Ni con el atractivo realismo de La Maternal. Y me encanta en ambas el trabajo de sus actrices.
Admiro el cine que realiza Alberto Rodríguez, pero en Modelo 77, reconociendo su solvencia como creador, hay algo que me rechina, que no me acabo de creer. Y el excesivo énfasis, cercano a la poetización, con el que están dibujados sus personajes. El sistema penitenciario era horroroso, pero no me creo que los protagonistas fueran tan buenos y tan noble su causa.
Sí que me turbaron duraderamente dos películas tan insólitas, turbias, inteligentes y arriesgadas como La consagración de la primavera y Mantícora. La temática de ambas es audaz. Me hacen pensar y sentir. También sentir rechazo, pero igualmente compasión, por el pedófilo que protagoniza la segunda de estas películas, la de Carlos Vermut. Complicado e inquietante el retrato que hace de él. Y, junto al pasmo, también me provoca comprensión y desasosiego la relación entre una enigmática chica y un hombre con parálisis cerebral en la primera de ellas. Los dos actores protagonistas están magníficos. Y me parece sorprendente, afortunadamente imprevisible y rotundo el deseo y la certidumbre del premiado, vitalista y singular Telmo Irureta al recoger su premio. Dijo: “Las personas con discapacidad existimos. Y también follamos”.
Entre los asistentes a la gala había presidentes y vicepresidentes nacionales y autonómicos, aspirantes al trono, ministras de Igualdad. Qué turbación la suya, imagino. Y existe una corriente muy extendida sobre la legitimidad de multar a los puteros y acabar con la prostitución, incluidas aquellas y aquellos profesionales que han escogido libremente ese oficio, sin padecer chantajes, violencia, explotación, trata. Y es comprensible que el legítimo derecho al sexo compartido de personas en esa situación de enfermedad les haga recurrir al servicio de la prostitución para donar alegría a su cuerpo. ¿Y qué van a hacer las leyes? ¿Multarles, enchironarles, considerarles pecadores?
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