La represión y la guerra disparan las ventas del libro ‘1984’ en Rusia
Los lectores buscan paralelismos y respuestas a la situación actual en distopías, obras de autoayuda y clásicos que escribieron sobre guerras o autoritarismos del pasado como Tolstói o Thomas Mann
1984, de George Orwell, no trata solo de ser espiado. El presidente ruso, Vladímir Putin, denominó oficialmente su guerra contra Ucrania “Operación militar especial para la defensa de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk”, y en varias ocasiones ha reiterado que “era evidente que el enfrentamiento era inevitable”. “La única pregunta era cuándo […] y mejor hoy que mañana”, dijo el mandatario en diciembre. Su cruzada contra Kiev, a la que acusa de ser la reencarnación del mismísimo nazismo, y la represión de su propia población han provocado que se disparen las ventas de libros con los que los rusos establecen algunos trágicos paralelismos, como el propio 1984. “[Para el Estado] el enemigo del momento representaba siempre el mal absoluto, y de ello se deducía que cualquier acuerdo pasado o futuro con él era imposible”, acentuaba Orwell en el tercer capítulo de su célebre distopía, una advertencia contra la represión y la neolengua que ha estado a mano en cualquier librería durante tres cuartos de siglo.
En una sociedad confundida por el derramamiento de sangre que tiene lugar al otro lado de la frontera, los libros de moda en 2022 han sido los de autoayuda, de comparaciones con los totalitarismos del siglo pasado y de las heridas que deja de una guerra. La librería digital LitRes, la mayor del país, ha revelado que las dos obras más demandadas fueron 1984 y el libro de autoayuda Ternura contigo mismo: un libro sobre cómo apreciarse y protegerse, de Olga Primachenko. Ambos títulos aumentaron sus ventas respectivamente un 45% y un 83% respecto al año anterior, aunque las de Orwell ya eran elevadas porque en 2021 hubo otro boom tras la detención del activista Alexéi Navalni y la posterior persecución de manifestantes y medios de comunicación.
En la calle dedicada al poeta Nikolái Nekrásov en San Petersburgo hay varias librerías independientes. Todos Libres (Vse Svobodny) es una de ellas. En su cristalera está escrito con esparadrapo: “Paz para el mundo”, un lema soviético que hacía un juego de palabras en ruso (“Miru-Mir”). “Antes se vendían más los libros sobre antropología, filosofía y arte. Este año han sido claramente los de política, de historia y las biografías de periodos muy concretos de tiempo, como el fascismo en los años treinta y cuarenta”, nos cuenta Liobov Beliátskaya, copropietaria de la tienda.
“También muchos otros libros relacionados de alguna forma con la guerra. No solo documentales, sino también obras literarias”, añade Beliátskaya, quien cita entre otros escritores antimilitaristas a dos alemanes exiliados por la opresión nacionalsocialista, Heinrich Mann y Thomas Mann; y a uno de los maestros de la literatura rusa, León Tolstói.
“Los ensayos de Tolstói sobre la guerra ruso-japonesa de principios del siglo XX se han vendido muchísimo”, apunta la librera. El oligarca Oleg Deripaska, que al principio de la ofensiva abogó por la paz en sus redes sociales, citó un fragmento de uno de ellos, Repensadlo: “Otra vez la guerra. De nuevo sufrimientos que no necesita nadie, absolutamente innecesarios. Otra vez el fraude, de nuevo la estupefacción y el embrutecimiento universal de los hombres”, arrancaba aquel escrito del autor de Guerra y paz.
“Nos ha llegado una nueva traducción de 1984 este año, aunque no es muy buena, sinceramente. Siempre se ha vendido muy bien, como todas las distopías”, explica Beliátskaya. Su opinión la comparte el librero de la cercana Na Nekrásova, especializada en ediciones antiguas. “Orwell se vendía igual en el 2000 que en 2020, la distopía siempre ha sido muy popular”, cuenta sin querer revelar su nombre. “No quiero opinar de política”, se excusa, aunque cuenta que las ventas “cayeron un 40% al principio de la operación militar”. “La gente estaba preocupada, no tenía claro el futuro, pero se han recuperado a niveles del año anterior”, agrega en su mostrador entre viejos libros de los tiempos zaristas y de trenes soviéticos.
Varlaam es un veinteañero ruso que descubrió 1984 el año pasado. “No pensaba que [lo que leía] fuera posible. Sentí dos emociones: sorpresa y miedo”, dice a este periódico. El joven se identifica con los proles del libro, la clase más baja y controlada por la Policía del Pensamiento, aunque goza de cierta libertad mientras se mantenga al margen de la política. “Trato de desconectar de todo esto y concentrarme en mí mismo”, reconoce.
Para este lector no pasa desapercibido el paralelismo entre la neolengua de 1984 y los eufemismos del Kremlin, que tilda su ofensiva de ”operación especial” y deshumaniza al rival al hablar de “eliminados” y “suprimidos” en sus partes de guerra. “Están tratando de reemplazar el significado de las palabras, y tienen éxito porque la gente no está especialmente formada”, opina Varlaam. El joven ahora lee la saga El brujo, de Andrzej Sapkowski, y no logra dejar de pensar en Ucrania en aquellos pasajes donde el escritor polaco relata crudamente los horrores y la maldad que dejan a su paso las guerras de sus reyes.
Si 1984 es el lugar donde los rusos buscan respuestas al autoritarismo, el libro de autoayuda Ternura contigo mismo es la escapada de otros miles más que han querido desconectar de la realidad. “Creo que es muy relevante en estos tiempos; hay que cuidarse uno mismo cuando el mundo a tu alrededor se derrumba”, dice a EL PAÍS una joven que ha leído esa obra, Yevguenia. “Está claro que tú, como individuo, no puedes revertir la política internacional ni razonar con un dictador, pero puedes mejorar tu propia vida”, cree esta joyera de profesión.
Buscar respuestas en Historia de un alemán
Más allá de las obras de ficción, los rusos también se han visto atraídos por las reflexiones personales de quienes vivieron en persona el ascenso de los totalitarismos hace casi un siglo. “Hay libros sobre los que no se puso suficiente atención antes y ahora se han convertido en un éxito de ventas. Por ejemplo, Historia de un alemán, de Sebastian Haffner”, subraya la copropietaria de Todos Libres.
“A la gente le atraen los paralelismos históricos. Si pueden ocurrir los mismos procesos políticos, ¿podemos influir en ellos? ¿No podemos? Si la historia se repite de algún modo, se buscan respuestas en el pasado”, asevera Beliátskaya.
“La historia que me dispongo a contar aquí es la historia de un duelo peculiar. Un duelo entre dos rivales desiguales: un increíblemente poderoso e implacable Estado y un desconocido y pequeño ciudadano”, arranca el prólogo de Haffner. Aquel periodista logró huir a Reino Unido en el último momento. Su libro, escrito en 1939, no fue publicado hasta el 2000, un año después de su muerte.
Este libro ha sobrevivido a la férrea censura de las autoridades, pero otros no han logrado escapar a esa suerte. Todo está jodido: un libro sobre la esperanza, de Mark Manson, ha sido mutilado en una de sus páginas. Un párrafo y medio que comparaba la Alemania nazi con la URSS aparece tapado porque, como explica el pie de página, “esta parte ha sido eliminada de acuerdo con la ley sobre la perpetuación de la victoria del pueblo soviético en la gran guerra patria”.
La censura alcanza más ámbitos. “La ley contra la propaganda LGTBIQ ha tenido un efecto Barbra Streisand [cuando un acto de censura produce el efecto contrario]”, apunta Beliátskaya, quien destaca el aumento de sus ventas en otras tiendas: “Lo que te prohíben te despierta más interés”.
La librería Orden de las Palabras (Poriádok Slov) tiene un cartel que prohíbe la entrada a menores de 18 años en su puerta. Dentro no hay ningún indicio de contenido adulto, nada que no se pueda encontrar en cualquier biblioteca pública. Sin embargo, en el rincón de una de sus estanterías aparece de improviso el supuesto contenido peligroso. Se trata de varios libros sobre la Rusia reciente del periodista Mijaíl Zygar, declarado “agente extranjero” el pasado año. Una nueva ley no solo obliga a los autores que están en la lista negra a identificarse como tal en todas las redes sociales, sino que desde ahora también están obligados a mostrar un enorme signo de “+18″ en las tapas de todos sus libros. “Se venden muy bien”, cuentan en una de las librerías donde aún se atreven a distribuir obras de “agentes extranjeros”.
Apenas se puede encontrar un libro de estos autores proscritos en las tiendas de la cautivadora avenida Nevski. Allí ocupan un lugar destacado, sin embargo, los calendarios con motivos soviéticos y otros libros sobre Putin, Stalin y la guerra de Ucrania desde un punto de vista ultrapatriótico. Novorrosiya, el regreZo, titula uno de ellos con la “Z” que identifica al ejército en su ofensiva. Desnazificación de Ucrania se llama otro con otra enorme “Z” en la portada. Y cerca, en otra estantería, un recopilatorio de textos del Nobel de la paz Alexandr Solzhenitsin. Con Ucrania será extremadamente doloroso es su título, una cita directa de un fragmento de Archipiélago Gulag, donde el escritor defendía que parte de Ucrania es proclive a Rusia, pero que aquel país debe decidir solo su destino sin ninguna interferencia de Moscú. Pese a que respaldó a Putin antes de su muerte, sobre la figura de Solzhenitsin también rondan nubarrones en la Rusia actual: esta misma semana un diputado de la Duma Estatal pidió retirar Archipiélago Gulag de los colegios porque, a su juicio, “no ha resistido el paso del tiempo y no se corresponde con la realidad”.
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