El drama de los jóvenes rusos que huyen de la homofobia y la guerra de Putin: “Era una persecución masiva, me iba a volver loco”
Daniil Korolishin es uno de los cerca de 464 rusos que han presentado peticiones de protección internacional a España desde que estalló el conflicto en Ucrania
Daniil Korolishin recibió dos notificaciones de reclutamiento del ejército ruso para ir a la guerra. “No lo podía creer. Estaba en shock”, lamenta el joven de 23 años. Lleva un arete en su oído derecho, en ambas manos tiene dos tatuajes. A más de 7.000 kilómetros de su país, en un bar del barrio madrileño de Vallecas, cuenta que huyó de Rusia porque no quería ir a la milicia y porque era discriminado por su orientación sexual. “Era una persecución masiva, me iba a volver loco”, sentencia. Cruzó la frontera entre Rusia y Bielorrusia el pasado 21 de septiembre, el mismo día que el presidente Vladímir Putin anunció una movilización parcial contra Ucrania. Como Korolishin, cerca de 464 rusos realizaron peticiones de protección internacional a España, según los últimos datos del Ministerio del Interior.
Ya en 2020 Rusia fue el segundo país de Europa con más solicitudes de protección internacional a España. Se registraron 458 solicitudes, un 0,5% del total de peticiones de ese año. El perfil tradicional de refugiados rusos es de personas LGBTI que huyen de la homofobia y opositores políticos, explica la coordinadora del Servicio Jurídico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), Elena Muñoz.
Muñoz enfatiza que estos últimos meses, desde que se estableció la movilización, han visto un cambio. Ahora, hay que sumar el perfil de “hombres jóvenes que no quieren ser reclutados” porque “están en contra de la guerra o porque su religión no se lo permite y alegan objeción de conciencia”. Korolishin se niega a participar del horror de la guerra y de volver a un país que lo margina por ser homosexual, zanja sentado mientras toma un café con leche.
Korolishin explica que vivió acoso por ser gay en su ciudad natal, Bélgorod, a 40 kilómetros de la frontera con Ucrania. Las amenazas sucedían por tener el cabello largo, ropa brillante o tener un “look femenino”. “Fui intimidado varias veces por llevar el peinado o la apariencia incorrecta, a pesar de que traté de parecerme a los demás”, dice. “Se me acercaban por la calle y me amenazaban con pegarme si no me cambiaba de ropa o me cortaba el pelo”, cuenta.
Recuerda que en una ocasión, cuando estaba en una fiesta, besó a un chico. Una mujer les tomó una foto y envió la imagen a un grupo de chicos radicales. “Recibimos una llamada y nos dijeron que saliéramos de la fiesta. Al salir, cerca de 20 personas salieron corriendo del bosque y comenzaron a golpearnos. Nos gritaban que éramos maricones y nos seguían pegando”, relata.
La intimidación permeaba todos los ámbitos de su vida, asegura, incluso en el instituto. Sus compañeros de clase lo golpeaban y hacían bullying. “Me salté clases durante casi un año, apenas iba por miedo a que me hicieran algo”. Pero la discriminación también venía de su propia familia. Durante años tuvo que ocultar su orientación. Hasta que se lo contó a sus padres. No le tomaron en serio: “Me dijeron que era una cosa pasajera y que seguro se me pasaría pronto”. Al poco tiempo, Korolishin tuvo que hacer el servicio militar obligatorio.
Pasó sus peores momentos: “Estaba mental y físicamente muy desgastado”. Los oficiales, asegura, le insultaban y golpeaban por su orientación sexual. “Nos prohibían dormir durante días, nos privaban de comidas y obligaban a hacer ejercicios físicos al límite de nuestras capacidades. Es solo una parte de lo que viví”, admite. Al finalizar el año de servicio militar volvió a su ciudad. Comenzó a trabajar y reunir todo el dinero que podía para marcharse a Moscú.
Al principio, la vida en Moscú parecía más segura, pero al igual que en su ciudad, las amenazas estaban lejos de acabar. “La homofobia no es un problema de ciudades individuales, es un problema de todo el país”, denuncia Korolishin. “Nos gritaban ‘pedik’ [un insulto en ruso que significa pederasta] si nos veían por la calle”, agrega. En uno de esos innumerables episodios de odio, un hombre lo agarró de su ropa y amenazó con patearlo si no “parecía un hombre de verdad”.
Censura y homofobia
El pasado 27 de octubre, Rusia aprobó una ley que prohíbe cualquier declaración de apoyo al colectivo LGBTI. La censura ha llegado al punto de vetar todas las obras culturales, desde las películas a los libros en los que se hable del colectivo. La llamada Ley contra la propaganda homosexual ya fue aprobada en 2013 para impedir que se habla del colectivo delante de menores, pero con la nueva norma también queda restringido entre adultos.
Korolishin cuenta la odisea que vivió en Rusia sentado junto a Boris Shinyayev (Moscú, 48 años) y Maksim Savinov (Moscú, 40 años). Ambos son pareja y tienen su propio proyecto de internet, dedicado a la difusión de contenido de botánica. Conocieron a Korolishin en Moscú cuando lo contrataron para su compañía. Trabajó ahí durnate dos años hasta que el 10 de septiembre su madre le mandó una foto de WhatsApp de una orden de reclutamiento. El joven busca en sus bolsillos su móvil y encuentra una foto en la que se observa un papel donde ponía su nombre. Un día antes, el presidente ruso, Vladímir Putin, llamó a 30.000 reservistas a una “movilización parcial” a la guerra.
Shinyayev y Savinov alertaron a Korolishin del peligro que corría. “Llamamos a Daniil y le dijimos que tenía que salir del país inmediatamente”, recuerda Shinyayev. Le ofrecieron huir a Madrid con ellos. Korolishin aceptó sin pensarlo dos veces. Cuando le contó a su madre que iba a abandonar el país, “pensó que estaba bromeando”. El joven no dio vuelta atrás y comenzó su travesía de 20 días cruzando fronteras. Compró un billete de tren a Bielorrusia, en donde permaneció 10 días. Después tomó otro tren y viajó a Azerbaiyán, desde donde compró un billete de avión a Turquía para encontrarse con Shinyayev y Savinov. Una vez juntos, los tres volaron hacia Madrid.
A su llegada a Madrid las cosas tampoco han resultado sencillas. Ya no se enfrentan al miedo de ir a la guerra, sino a la dificultad de encontrar un lugar donde vivir. Tardaron poco más de dos meses en encontrar un piso en Madrid. De los cerca de cien pisos que habían visitado, en la mitad los habían rechazado a pesar de demostrar tener los recursos suficientes para pagarlo. Shinyayev lo atribuye a que necesitan de un garante para poder firmar el contrato. Mientras esperaban a ser aceptados en alguno de los pisos, cambiaban cada semana de Airbnb.
Regresar a Rusia no es una opción. Los tres han pedido protección internacional para poder quedarse a vivir en España. Elena Muñoz, de CEAR, dice que pueden percibir un aumento de personas de origen ruso que solicitan asesoramiento para solicitar protección internacional. Aunque el aumento, dice Muñoz, es una percepción que tienen las entidades. “No se ve reflejado en las cifras oficiales debido al colapso del sistema de cita previa para pedir protección”, sostiene Muñoz.
Todas las dificultades por las que han atravesado en Rusia han convertido a Shinyayev y a Savinov en su familia, reconoce Korolishin. “Somos un hogar, aunque en nuestro país estaría penado”, añade Shinyayev. El joven asegura que si no hubiera sido por su ayuda no habría tenido otra alternativa que quedarse en su país. Ahora viven más aliviados y no sienten la presión de fingir una vida que no es la suya. Mientras Korolishin camina por la calle, recuerda cuando vivía en Moscú y pensaba: “Algún día tendré la oportunidad de dejar Rusia y construir una vida plena, tranquila y próspera”.
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