El indio más malo de la ficción: ¿el hurón Magua, el apache Ulzana, el pawnee de ‘Bailando con lobos’ o el brujo de ‘Desapariciones’?
Cine y literatura han creado una amplia galería de villanos al tratar la figura del nativo norteamericano
La coincidencia de la muerte a los 75 años a causa de un cáncer de Sacheen Littlefeather, la entonces joven medio apache que en 1972, con 26 años, renunció en nombre de Marlon Brandon al Óscar al mejor actor por El padrino para protestar por la imagen que daba Hollywood de los nativos americanos; haber encontrado en discos Revólver un álbum que no conocía de Buffy Sainte-Marie, la cantante y compositora india autora de la canción de la película Soldado azul, que mostraba a los indios como víctimas, y el hecho de que el malo de la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, Revolución, sea un indio, el apache Sarmiento, invita a reflexionar sobre los pueblos nativos de EE UU y su representación en el cine y la literatura. Ha habido indios de ficción buenos y malvados, pero estos últimos, como suele suceder con los villanos, han dejado más huella (de mocasín, en este caso).¿Cuál ha sido el peor indio de ficción?, ¿quizá Magua, el traidor y asesino hurón de El último mohicano? Hay muchos candidatos.
El rechazo de Brando expresado en la ceremonia de los Óscar por Littlefeather (a quien, según ella misma contó, estuvo a punto de sacarla a la fuerza del escenario el mismísimo John Wayne: experiencia con los indios no le faltaba), fue a causa de la manera inexacta y denigrante en que, a juicio del actor, se había mostrado tradicionalmente a los nativos en las películas. Sainte-Marie, activista india como Littlefeather, hizo aún más inolvidable con su tema del mismo nombre la película de 1970 Soldado azul, que supuso un giro radical al presentar a los indios (en este caso los cheyenes) como víctimas (de la matanza de Sand Creek perpetrada en 1864 por tropas de caballería de Colorado bajo el mando del coronel Chivington). Fue un puntazo escoger al apolíneo Jorge Rivero para encarnar al noble jefe Spotted Wolfe que compartía interés con Peter Strauss por Candice Bergen. En Soldado azul no había indios malos, aunque al principio el cándido soldado Honus Gent se hacía cruces (y recitaba sentidamente a Tennyson) al ver lo que hacían los guerreros cheyenes con su destacamento; pero más se horrorizaba al final al contemplar la masacre de mujeres y niños en el poblado indio. En cuanto al bueno (malo, malísimo) de Sarmiento, es el último de una larga cadena de indios, y especialmente apaches, que han hecho de villanos en la ficción marcando nuestro imaginario.
En el ranking, el peor, podríamos convenir en una primera impresión, quizá sería el hurón Magua, el malo de El último mohicano, la novela de Fenimore Cooper llevada varias veces al cine. Magua mata a Uncas, lo cual ya bastaría para que nos cayera fatal. El cine le ha hecho peor que en el libro: en la versión de 1992 de Michael Mann con Daniel Day-Lewis (una de mis películas favoritas), y donde lo encarna Wes Studi (de origen cheroqui), se le hace que mate al coronel Munro (que en la novela sobrevive) y le arranque el corazón. Curiosamente, eso, arrancarle el corazón a un enemigo, es algo que se le atribuía haber hecho en Little Bighorn con el hermano de Custer, Tom, a un indio real, el sioux hunkpapa Lluvia en la cara.
Malísimo resulta sin duda el anónimo guerrero pawnee (encarnado también por Wes Studi) que pone el contrapunto indio de mal rollo a los buenísimos sioux amigos del teniente Dunbar (Kevin Costner) de Bailando con lobos (1990), película señera en la revisión de la imagen de los nativos americanos. Es imposible no recordar a ese cruel pawnee regodeándose sádicamente en el sufrimiento del mulero Timmons mientras le va lanzando flechas desde su caballo.
Los sioux, como sus aliados los cheyenes (El gran combate, de John Ford, director mucho menos anti indio de lo que se lo ha querido ver, mostró con mucha solidaridad su éxodo), han disfrutado de relativa buena prensa en la ficción (aunque habría que preguntarle a Tom Custer). En Murieron con las botas puestas el retrato que se hace de Caballo Loco (Antony Quinn) es el de un tipo bastante íntegro. En Un hombre llamado caballo (1970), otra película revisionista —a la que tanto se parece Bailando con lobos—, se dio también una visión positiva de los sioux, con un esfuerzo del protagonista, Richard Harris, para asimilarse a sus costumbres, incluido el doloroso ritual de colgarte por las tetillas, que ya es ganas de tender puentes culturales; los malos eran otros indios, los shoshone, que pagaban ya con el nombre. Como ellos, los comanches se cuentan, al igual que sus amigos los kiowas, entre los indios vistos más negativamente, y si no que le pregunten a Ethan Edwards, el protagonista de Centauros del desierto. A destacar también el jefe iroqués Guyasuta del prewestern Los inconquistables que interpretaba con su solidez para los muy malos nada menos que Boris Karloff.
Varios apaches, nación también especialmente denostada (y es verdad que podían ser muy ásperos, mejor que no te pillara Gerónimo de mal humor; una tierra agreste y los mexicanos les habían hecho correosos y susceptibles), compiten con su recién llegado colega Sarmiento (al que Pérez-Reverte hace que mate de un inopinado disparo en la cara a un jovencito trompeta del ejército enemigo) por el indio más malvado.
Ahí está el terrible Salvaje de La noche de los gigantes (1968), de Robert Mulligan, un verdadero psicópata asesino que deja un rastro de cadáveres a su espalda y se enfrenta como una fiera maligna a Gregory Peck. Y Ulzana, el jefe del filme de Robert Aldrich La venganza de Ulzana (1972), que escapa de la reserva con su banda y asesina malamente (a ver si no es un mal morir que te quemen las partes, atado a la rueda de un carromato) a todos los blancos que encuentra mientras lo persigue esforzadamente Burt Lancaster.
De Ulzana hacía el mexicano Joaquín Martínez (que el mismo año, por cierto, encarnó al jefe crown de Las aventuras de Jeremiah Johnson). La película está basada en un apache chiricahua real llamado Ulzana, como el de la ficción, y que protagonizó, al frente de solo una decena de guerreros, el más exitoso (y terrible) raid de su nación: recorrieron casi dos mil kilómetros en dos meses, mataron a 38 personas, robaron 250 reses y perdieron un solo guerrero; incluso se permitieron atacar Fort Apache, y de noche, para que te fíes de los hábitos de los indios. Del miedo que despertaba Ulzana (y los apaches en general) da testimonio una de las escenas más impactantes de la película de Aldrich, cuando un soldado de caballería mata a una mujer y se pega un tiro él mismo para no caer ninguno de los dos en manos de los indios.
Mi candidato, sin embargo, a indio malo número 1 es un tercer apache. El ficticio Pesh-Chidin alias El Brujo de Desapariciones (2003) de Ron Howard, película en la que una partida de apaches capitaneada por un hechicero realmente malévolo (El Brujo, efectivamente) secuestra a las hijas de una doctora (Cate Blanchett) que se embarca en una peligrosa persecución de los indios y sus cautivas, a lo Centauros del desierto, junto a su padre, Tommy Lee Jones, que se ha convertido en apache por amor. La maldad de El Brujo (es lo que significa su nombre en apache) bordea lo sobrenatural y su crueldad es espantosa. Al novio de la doctora lo mutila y cuelgan a trozos en una bolsa en una de las escenas más terribles del cine de indios, y de cualquier cine.
Al hechicero, un tipo obeso y siniestro, que además a la que te descuidas te lanza polvo alucinógeno a la cara, lo encarna el actor Eric Schweig que curiosamente —con un aspecto muy distinto y ni digamos carácter— hacía de Uncas en El último mohicano de Mann. Ya es curioso ser el indio más noble y el más villano. Pero es que además Schweig, canadiense con raíces indígenas, ha interpretado a un indio histórico tan ilustre como el mohawk Thayendanegea/ Joseph Brandt, en The broken chain, filme en el que compartía reparto con Wes Studi y ¡Buffy Sainte-Marie! (todo cuadra). Pero lo más gracioso es que Schweig ha sido en otra película, Tom & Huck (1995), nada menos que ¡Indio Joe!, nuestro arquetipo de los indios malos de ficción, el que persigue a Tom Sawyer y Becky Tatcher.
En el otro extremo de los indios malvados están no solo los indios buenos —el Massai de Burt Lancaster en el western proindio Apache, de Robert Aldrich; el Cochise de la conciliadora Flecha rota, el Chato de Charles Bronson...—, sino una buena cantidad de indios reales que fueron vilmente asesinados. Entre ellos, el propio Caballo Loco, atravesado por la bayoneta de un soldado; Mangas Coloradas, martirizado con las de otros, puestas al rojo para hacer más daño; Pequeña Corneja, escalpado y mutilado tras dispararle mientras cogía frambuesas; Capitán Jack (Kintpuash), el jefe modoc, ahorcado, embalsamado para ser exhibido como atracción de feria y cuya cabeza acabó en el Smithsonian hasta ser devuelta en 1984 a sus descendientes… Por cierto, Charles Bronson lo encarnó en Drum beat (1954).
En fin, para muchos blancos, como el general Sheridan, sería absurdo juzgar cuál fue el indio más malo: el único bueno era el indio muerto. Lo que suena a aquello de que si hay un muerto y es vietnamita entonces era un vietcong, la oficiosa Mere Gooke Rule en vigor en el ejército de EE UU durante la guerra en el sudeste asiático.
Babelia
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