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EL CORREO DEL ZAR
Columna
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En ‘Bailando con lobos’ nos cambiaron a los comanches por sioux

Kevin Costner modificó la novela original, que reedita ahora con su secuela Valdemar, y transformó una tribu en la otra en su oscarizada película

Fotograma de 'Bailando con lobos', de Kevin Costner. En vídeo, tráiler en versión original de 'Bailando con Lobos'.
Jacinto Antón

¡Me persiguen los comanches! De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que me encuentro a esa tribu, célebre por la ferocidad de sus guerreros, hasta en la sopa. La última ocasión, muy inesperada, ha sido en la lectura de Baila con lobos, la novela, recién reeditada por Valdemar/ Frontera (la publicó Grijalbo Mondadori en 1991), en la que está basada la popular y muy oscarizada (siete premios) película de 1990 Bailando con lobos, de Kevin Costner. Resulta que en el libro los indios señores de las llanuras con que topa el oficial de caballería protagonista y a cuya vida se incorpora entusiásticamente no son sioux, como en el filme, sino, efectivamente, comanches.

El hecho me ha sorprendido muchísimo porque de los sioux a los comanches hay un buen trecho, aunque ambos pueblos formaran parte de la cultura de las grandes praderas (unos al norte y otros al sur) y compartieran rasgos como la existencia nómada, la dependencia del búfalo y la pericia a caballo, así como la amistad con los cheyenes, ocasional en el caso de los comanches, que se hacían más con los kiowas. Los comanches siempre han tenido más mala prensa que los sioux, aparte de ser más bajos; de hecho son de los indios con peor fama, y eso que no fueron ellos los que mataron a Custer. Sobrios, minimalistas, duros, considerados los espartanos de las llanuras, vengativos, capaces de un salvajismo y una crueldad espeluznantes y descuidados en la higiene, no son la gente con la que te gustaría pasar una temporada. Baila con lobos, la novela, los idealiza mucho, a diferencia de la monumental El hijo, de Philip Meyer (Random House, 2015), en la que figura, por ejemplo, la atroz tortura de varios días a un cazador blanco, un castigo que impresionaría hasta a Ulzana. Supongo que Kevin Costner debió pensar que su emotiva película (de la que se cumplen 30 años) sería poco creíble con ellos de protagonistas: al cabo, los comanches siempre han sido menos conocidos y los malos malísimos en los wésterns. Haciéndolos sioux, la tribu de Toro Sentado, Caballo Loco y Nube Roja, consiguió aproximar más a su historia al gran público. Alfredo Lara, el editor de Valdemar/ Frontera apunta en su erudito prólogo que los sioux tienen “más glamour”. 

Un momento del rodaje de 'Bailando con lobos', con Wes Studi como el cruel guerrero pawnee y Ronert Pastorelli como el desafortunado mulero.
Un momento del rodaje de 'Bailando con lobos', con Wes Studi como el cruel guerrero pawnee y Ronert Pastorelli como el desafortunado mulero.

El escamoteo de los comanches en Bailando con lobos recuerda al que se produjo, también en beneficio de los sioux, con otros indios, los mandan —cuya cultura era la que en realidad se mostraba en pantalla—, en Un hombre llamado caballo. Lara recuerda que también pasó con los crows de la novela de Thomas Berger en que se basó Pequeño gran hombre, devenidos asimismo sioux en la película de Arthur Penn con Dustin Hoffman.

El autor de Baila con lobos, el escritor y guionista Michael Blake (1945-2015), del que también puede leerse la estupenda Marcha al Valhalla (Martínez Roca, 1997), una insólita novela en la que Custer cuenta su vida en primera persona justo hasta el mismísimo momento de entrar en combate en Little Big Horn —obviamente después ya no pudo—, conoció a Kevin Costner en 1983 por la película de juego y casinos Stacy’s Knights de la que era guionista y que el actor interpretaba. Cinco años después, Blake acudió a Costner con la idea de un guion sobre los indios y este le animó a que escribiera antes una novela. Fue Baila con lobos (1988), que pasó sin pena ni gloria, pero que finalmente resultó la base de Dance with wolves (castellanizada, vaya usted a saber por qué, en gerundio). Blake justificó el cambio de indios diciendo que se quería que, en aras de la veracidad, los nativos hablaran en su idioma y encontraron muy pocos que usaran el comanche. También porque la manada privada más grande de búfalos, que había que usar en el filme, estaba en Dakota del Sur, territorio sioux (dos bisontes fueron alquilados a Neil Young). En todo caso, consideró con pragmatismo el escritor, la espiritualidad es la misma.

La novela, sioux por comanches aparte, es clavada a la película, aunque el episodio del teniente John Dunbar (convertido luego en Baila con Lobos) herido cabalgando a lomos de Cisco suicidamente ante los rifles de los rebeldes es un flash back en el libro (y mira que parecía que esa escena se había creado para mayor gloria de Costner). En las páginas, de un lirismo y una emoción intensísimos, parte en forma de diario, se evoca con tonos muy románticos y una esplendorosa épica el espacio puro y vacío de las praderas, se narra, igualito que en el filme, la robinsoniana existencia del oficial en el remoto Fort Sedgewick, la muerte del mulero a manos de los “implacables” pawnees (flecha en el trasero incluida), la aparición del lobo Calcetines, el encuentro con Pájaro Guía (Ave que Patea en el filme) y Cabello al Viento,  la vida roussoniana de los indios, el enamoramiento de la excautiva blanca En Pie con el Puño en Alto, la caza de búfalos, el ascenso de Dunbar en la honesta y primigenia sociedad de los pieles rojas, la defensa del poblado contra la incursión pawnee con los rifles recuperados del fuerte, la caída del protagonista en manos de los soldados, que no entienden su conversión en comanche, y el rescate...

En la secuela de la novela, que transcurre 11 años más tarde, el tono es más oscuro y descubrimos que fue del protagonista

La novela, de unas 350 páginas, se ofrece en el mismo volumen con su continuación, El camino sagrado, del propio Blake, en la que se cuentan los sucesos posteriores. La secuela, que transcurre 11 años más tarde, es mucho más oscura, como puede imaginar cualquiera que sepa la trágica evolución de las guerras indias. Conocemos a la familia de Baila con Lobos y En Pie con el Puño en Alto, niños “comanches en todos los aspectos excepto en la sangre” (recordemos que ella también era blanca). Nuestro hombre, al que le secuestran la familia, ha sido iniciado en la sociedad guerrera de élite de los Escudos Duros, tras un combate heroico contra los utes, y en la narración aparece un hechicero de los comanches llamado Profeta Búho, que es un personaje real que causó bastantes sinsabores a la tribu al garantizar que poseía una magia (esparcir tierra de topo sobre la cruz de tu poni) que hacía que no te mataran las balas de los soldados.

En la novela se cargan las tintas con los tónkawas, enemigos acérrimos de los comanches —y cuyo jefe histórico respondía al poco heroico nombre de El Mocho—, dando crédito a la especie de que eran caníbales. Lo más interesante de esta secuela, en la que salen los rangers, cuerpo creado precisamente para combatir a los comanches, y se narra la batalla de Adobe Walls, es que descubrimos la suerte final de Baila con Lobos/Dunbar. La novela se cierra con una masiva y brutal matanza de ponis por parte de los soldados que pone punto final a la nación comanche, una gente que sin caballos no era nada. Blake falleció antes de que la continuación de Baila con lobos pudiera llegar al cine (estaba trabajando en el guion), pero es poco probable que con ese argumento tan triste Kevin Costner hubiera querido volver a vestirse de comanche, uy, de sioux.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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