Las lágrimas del indio arapaho
El filme ‘Wind River’ contiene una de las más hermosas historias de amistad entre hombres
Si me llegan a decir que me iba a emocionar tanto con la conversación entre un cazador de coyotes y pumas de Wyoming y un indio arapaho de la reserva de Wind River (que, por cierto, comparten con los shoshones) me hubiera extrañado. Y mira que tengo una debilidad por los arapahos, esa antaño gran tribu de las praderas. Los valoro mucho desde que leí Enterrad mi corazón en Wounded Knee, de Dee Brown, donde salían a menudo, generalmente a caballo, metidos en todos los fregados del Lejano Oeste, y donde figuraba una foto impresionante del jefe Pequeño Cuervo (no confundir con el jefe sioux Pequeña Corneja, cuyo esqueleto y cuero cabelludo arrancado se exhibían en la Minnesota Historical Society) . Otro notable arapaho fue Water Man, uno de los contados de su tribu que lucharon en Little Big Horne y que afirmó luego haber visto a Custer a cuatro patas en medio de la batalla. Water Man y su banda, que venían a echar una mano, tuvieron inicialmente un problemilla cuando los sioux les confundieron con exploradores indios del Séptimo de Caballería, que no eran precisamente muy populares. Los amigos cheyenes, con los que, curiosamente, a pesar de formar una alianza, los arapahos nunca pudieron entenderse directamente y usaron siempre el lenguaje de signos, ayudaron a deshacer el entuerto.
He vuelto a encontrar a los arapahos en el espléndido La tierra llora, de Peer Cozzens (Desperta Ferro, 2017), que es algo así como una puesta al día de aquel libro inolvidable de Dee Brown (editado en España en 1976). Cozzens narra la misma amarga historia de las guerras indias durante la conquista del oeste por los blancos pero desde una perspectiva más ecuánime e imparcial, sin restarle un ápice de emoción y drama a la tragedia india. Ahí están de nuevo contadas la guerra de Nube Roja, la masacre de Sand Creek (de la que la banda de Pequeño Cuervo se libró por los pelos), el desastre de Custer, Wounded Knee, y también la guerra de los modoc y su caudillo, Capitán Jack (Cozzens explica que cuando lo iban a ahorcar, un bromista gritó “¡Eh, Jack, ¿qué me darías para que ocupara tu lugar?!”. Demostrando gran sentido del humor (negro) con la soga al cuello, el indio contestó: “¡Quinientos ponis y mis dos esposas!”.
Menos afortunados, en cuanto a popularidad, que los sioux o los cheyennes, con los que solían ir juntos (y junto a los que se enfrentaron a sus enemigos comunes los pawnee, los crows, los ute y, precisamente, los shohones), los arapahos, dada su trayectoria, merecerían ser más conocidos y apreciados. El gran Edward S. Curtis señaló su inclinación al pensamiento religioso, aunque también apuntó que el carácter arapaho (nombre que proviene de un término "comerciantes" o "tatuados"“parece ser más astuto y menos merecedor de confianza que el cheyene”. No sabría decirles. A mí las flechas me parecen todas iguales. En todo caso, desde luego no se puede apreciar más a un arapaho de lo que yo aprecio a Martin Hanson (desconocemos su nombre tribal), el indio del que les hablaba al comenzar y que es el padre de la chica violada y asesinada del duro y hermosísimo filme Wind River (2017), el estupendo debut como director, sobre un guion propio, de Taylor Sheridan, el guionista de Comanchería.
En realidad, el personaje de Hanson lo encarna Gil Birmingham, que tiene sangre india, pero no arapaho sino comanche. El actor ha interpretado otros papeles de nativo americano, entre ellos el guerrero comanche Red Knee de El llanero solitario (2013) o el inolvidable Alberto Parker, el ranger de Texas (también comanche) que aguantaba estoicamente las pullas de su compañero Jeff Bridges en Comanchería.
La historia de Wind River, estrenada en festival de Sundance, es -más allá de que también aparece una agente del FBI (encarnada por la reconvertida Elizabeth Olsen) que llega a Wyoming, a -20 grados, desde Fort Lauderdale (Florida) con lo puesto- en gran medida la historia de la profunda amistad entre el cazador de alimañas blanco al servicio del Gobierno Cory Lambert (Jeremy Renner) y el arapaho Hanson. El thriller, envuelto en nieve, melancolía, violencia y música de Nick Cave, tiene unos momentos de intensísima emotividad, muy rara de ver entre hombres en el cine (y, ¡ay!, fuera): el recio y estoico indio de pétrea actitud se desmonta y rompe a llorar en el hombro del cazador cuando este, que también ha perdido una hija adolescente, le dice que es mejor dejarse arrastrar por el dolor para no olvidarla. Otra escena muestra a los dos amigos sentados en el suelo en un parque infantil (el arapaho con su pintura de muerte en la cara) compartiendo tristeza y vistas a las salvajes montañas Absaroka. Y uno quisiera tener un amigo así. Arapaho, cazador de coyotes, o lo que sea.
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