Pánico en la cueva
La angosta cueva de los niños tailandeses tiene eco en la que describió Mark Twain en 'Las aventuras de Tom Sawyer'
Lo de la angosta cueva de los niños tailandeses ha salido al final bien, excepto para el valiente Saman Gunan, el veterano nadador de la Armada que se ha ahogado en el rescate. Los que padecemos de claustrofobia hemos vivido el drama de manera especialmente intensa. La sinuosa y serpenteante Tham Luang, con nombre como de Conrad y topografía maligna, figura ya en nuestras peores pesadillas. Hay noches en que aún me despierto con crisis de ahogo, tacto de neopreno y la sensación de tener una pared de piedra ante la cara y no poder avanzar ni retroceder. A mí no me hubieran sacado de allí, de esa manera, buceando, aunque, claro, tampoco me hubiera metido.
La asociación niños-cuevas tiene precedentes en Altamira y sobre todo en Las aventuras de Tom Sawyer, cuando Tom y su novieta Beckie Thatcher se pierden en la cueva de MacDougal al haberse separado del resto del grupo de colegiales para ir a lo suyo. Tom está ya abandonando la fase en que lo mejor que se te ocurre hacer con una chica es meterle una rana en el bolsillo (cosa que he probado y es divertida, y todavía –al tiempo- no constituye delito).
Escribe Twain en la novela que la cueva, que conocía desde pequeño (se encuentra en Hannibal, Misuri, y en la actualidad se llama Mark Twain Cave), “no era sino un vasto laberinto de retorcidas galerías que se separaban unas de otras, se volvían a encontrar y no conducían a parte alguna. Se decía que podía uno vagar días y noches por la intrincada red de grietas y fisuras sin llegar nunca al término de la cueva, y que se podía bajar y bajar a las profundidades de la tierra y por todas partes era lo mismo: un laberinto debajo del otro y todos ellos sin fin ni término”. Qué espanto. Es cierto que no estaba inundada pero a cambio la infestaban millones de murciélagos. Y cosas peores. Parece que se escondió allí Jesse James (dejó un grafiti) y hacia 1850 un médico de Hannibal compró la cueva y la usó para realizar experimentos con cadáveres. El más interesante incluía el intento de petrificar los restos de su hija de 14 años metida en un cilindro de cobre relleno de alcohol.
A mí, las cuevas me producen palpitaciones ya en la entrada. He visitado algunas por pundonor profesional, a fin de ver pinturas rupestres; pero en la de Font de Gaume, con sus estrechas anfractuosidades, tuve un ataque de ansiedad magdaleniense, y en la de Altamira solo pude entrar de la mano de Llàtzer Moix, como Beckie con Tom.
Hacia 1850 un médico de Hannibal, Misuri, compró la cueva y la usó para realizar extravagantes experimentos con cadáveres
En su cueva, Tom y Beckie no solo se pierden sino que resulta que además está dentro escondido el infame Indio Joe (Twain usa la entonces popular expresión “injun” y no “indian”), que se la tiene jurada al chico. Aún recuerdo la cara de pánico que se le ponía a Johnny Whitaker (Tom) cuando el indio le lanzaba su cuchillo durante el juicio en el que el chaval le incriminaba en un asesinato. En esa versión cinematográfica, de 1973, Beckie era nada menos que ¡Jodie Foster!, pizpireta y con coletas: yo entonces quería que fuera mi novia, pero Tom era un poderoso rival, y si no, aún estaba a la cola Huck. Al malvado Joe, sediento de venganza como el Magua de El último mohicano –como a él lo habían azotado con el látigo “igual que a un negro”-, lo interpretaba en aquella versión un indio de verdad, Kunu Hank, de la tribu de los winnebago al que se le acreditan pequeños papeles en Los profesionales y Un hombre llamado Caballo, aunque en los créditos de esta película yo no lo sé encontrar, a no ser que actuara en el papel de guerrero bajo el nom de plume (!) James Never Miss a Shot.
Si hay algo peor que la espeleología es el submarinismo en cuevas. Existe una película tremenda de 2011, El santuario (Sanctum), producida por James Cameron , en 3D!, en la que un equipo de buceadores queda atrapado, precisamente a causa de una tormenta, como en la de Tailandia, en el mayor complejo de cuevas del mundo, el de Esa Ala en Papúa-Nueva Guinea que ya es sito al que ir para meterte en una gruta. Esa Ala está considerada la madre de todas las cuevas, con profundidades de más de 100 kilómetros. El filme (rodado en realidad en la Cueva de las Golondrinas, en México, que no es mucho mejor pero queda más a mano) se basa en una historia real, cuando en 1998 un equipo de 12 personas entró a explorar Esa Ala y solo salió... una. Como dice animosamente uno de los personajes en la película, "aquí abajo no hay misiones de rescate, solo recuperación de cadáveres". Hala, felices pesadillas.
Babelia
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