Rodaje en el Chinatown de Madrid: las vidas que se esconden al otro lado del mostrador del bazar chino
Tras retratar a la comunidad gitana en ‘Carmen y Lola’, la cineasta Arantxa Echevarría se adentra con su cámara en el barrio donde se concentra la mayor comunidad de la diáspora del gigante asiático en España
Hace unos doce años la cineasta Arantxa Echevarría vivía en el madrileño barrio de Lavapiés y era clienta de una tienda de alimentación regentada por chinos en la calle de Ave María. Solía llegar tarde del trabajo y, ya de noche, compraba allí leche, cerveza y productos de primera necesidad. Hizo amistad con aquella familia y en especial con la niña Lucía, que estaba hasta tarde haciendo los deberes en la tienda y que le pedía, fantasiosamente, solo porque trabajaba en cine, autógrafos del actor Mario Casas. Un día la madre, que tenía dificultades para leer en español, le pidió a Echevarría que le leyese un papel. Se trataba de una carta de Lucía a los Reyes Magos en la que les pedía una muñeca Monster High. La madre se negó a comprársela, decía que no se la merecía, que no sacaba buenas notas. La cineasta trató de convencerla. “Aquello me rompía el corazón. Lucía se iba a quedar sin regalo cuando todos los otros niños iban a tener el suyo”, recuerda. Insistió mucho, pero no hubo manera.
Así que, ni corta ni perezosa, un día fue a comprar una muñeca Monster High y la introdujo con nocturnidad y alevosía a través de la verja de la tienda cuando estaba cerrada. Al regresar a casa, reflexionó sobre lo que había hecho: “Me sentí una imbécil, una buenista blanca, ¿quién era yo para entrometerme en la educación de su hija?”. Sintió tanta vergüenza que nunca regresó a la tienda. Ni siquiera se despidió. Y le nació dentro una fuerte motivación para contar la historia de esa comunidad migrante y de la segunda generación de chinos en España, que viven en una encrucijada entre su milenaria cultura de origen y la española en la que han nacido y que muchas veces les rechaza. Doce años después está ya con la posproducción, tras pasar el verano rodando en Usera, barrio conocido como el Chinatown de Madrid. El rodaje ha acabado esta semana.
Echevarría ya retrató al colectivo gitano en la película Carmen y Lola (2018), que contaba la historia de dos gitanas lesbianas y con la que ganó el Goya a dirección novel. Ahora se introduce en la poco conocida comunidad china en España, aparentemente tan visible por sus bazares, restaurantes, establecimientos de manicura o de venta al por mayor, pero de la que no se sabe mucho más allá de sus actividades profesionales. “Esta vez ha sido más complejo”, dice la directora. “Con la etnia gitana había convivido toda la vida, hablan español, conocía algo de su cultura. Con los chinos hay gran desconocimiento, es una comunidad más volcada sobre sí misma y el idioma es una gran barrera”.
La comunidad china en España a 1 de enero de 2022 era de 193.129 personas (sin contar la segunda generación que ya tiene la nacionalidad), según el Instituto Nacional de Estadística, con una caída del 2,3% desde el año anterior. Lo más importante para la directora era no meter la pata, no contar realidades falsas, no caer en los clichés más extendidos, no ver la historia desde un punto de vista europeo. Ojo, los chinos no escriben en color rojo: trae mal fario. Clavar los palillos en el cuenco de arroz es una absoluta falta de respeto. Cuestiones culturales a tener en cuenta a la hora de hacer una película creíble.
“Imaginé a priori personajes y situaciones que luego, al conocer más cosas de la comunidad china, vi que no tenían razón de ser”, reconoce la cineasta. “Por ejemplo, las discusiones a gritos entre padres e hijos no son comunes en las familias, donde prima el respeto y el diálogo”, apunta. Chinas está protagonizada por Shiman Yang, Ella Qiu y Xinyi Ye y cuenta en su reparto con Leonor Watling y Pablo Molinero, además de la colaboración especial de Carolina Yuste. Se suman, además, numerosos actores no profesionales elegidos tras un proceso de selección. “Aportan verdad”, dice la directora.
En Usera, el equipo de rodaje ha montado un bazar desde cero (obra de la directora de arte Carmen Albacete), tan realista que algún vecino ha entrado a comprar una lata de refresco o una barra de pan y se ha desilusionado al ver que solo hay focos, cámaras y cineastas atareados. La película trata sobre la vida de dos niñas chinas con vidas algo diferentes: una es adoptada por una familia española (en referencia a la fiebre que hubo hace algunos años por adoptar a niños asiáticos: sus rasgos evidencian que no es hija biológica) y otra es “hija de bazar” (como se denomina a la prole de quien regenta estos establecimientos) y sus padres se oponen a que celebre su cumpleaños en una hamburguesería. “En el colegio piensan que tienen que ser uña y carne, pero en realidad cada una tiene una cultura y unas aspiraciones diferentes”, explica Echevarría.
“La película trata sobre la identidad, sobre cómo saber quién eres”, dice la directora. Muchos de los chinos de segunda generación viven un conflicto íntimo en torno a su identidad, no saben muy bien si son chinos o españoles. Existen términos peyorativos para ellos, como banana (amarillos por fuera, pero blancos por dentro) y otros más descriptivos como chiñol (la mezcla de chino y español).
Ese conflicto sobre la identidad lo conocen bien algunos miembros del reparto de la película. “Me muevo con amigos chinos y uso redes sociales chinas, no me entero mucho de los cantantes españoles y mucho menos de la política de aquí”, dice en un descanso del rodaje la actriz Xinyi Ye, cuyos padres regentan un restaurante chino. Aunque habla un español perfecto, porque nació y se educó en este país, no acaba de sentirse española. Un caso diferente es el de la auxiliar de producción Moshan Zhuqiu, también “hija de bazar”: es igualmente bilingüe, la diferencia es que fue criada en Sabinillas, un pueblo de Málaga, donde no había muchas niñas de origen chino, con lo que, a falta de ese contexto, se impregnó mucho más de la cultura española. “Me considero más española que china”, afirma.
Probablemente, opina Echevarría, las circunstancias cambien cuando esta segunda generación crezca, e incluso llegue la tercera generación. “Los jóvenes chinos en España están hiperpreparados y ya no abren bazares y restaurantes, sino que son ingenieros o empresarios. Entrarán en política”, augura la directora.
De hecho, ya se nota la presencia de la comunidad china en la cultura española. El músico Putochinomaricón. El poeta y performer Minke Wang. La dibujante Quan Zhou Wu (autora de Gazpacho agridulce). La artista Xirou Xiao (que trabaja como asesora en la película). La fotógrafa (100% española) Laura C. Vela ha trabajado profundamente con los llamados chiñoles y realizado junto con la citada Xirou Xiao el fotolibro Como la casa mía (Dalpine). La asociación de descendientes de asiáticos Catàrsia trabaja en Barcelona y organiza el festival de artes escénicas Furiasia. El director de cine Jiajie Yu Yan, cuyo corto Xiao Xian fue candidato al Oscar en su categoría en 2020. El grupo interdisciplinar de jóvenes de origen chino Liwai. Y también la poeta Paloma Chen, ganadora del premio #LdeLírica y autora del poemario Invocación a las minorías silenciosas (Letraversal). Precisamente la lectura de este poemario fue el impulso último que hizo que, de entre todas las historias que pueblan la cabeza de Echevarría, la directora se decidiera por esta. “El arte y la cultura son imprescindibles para dar a conocer a la comunidad china a los españoles, aunque tampoco creo que ese tenga por qué ser un objetivo para nosotros”, dice Paloma Chen. “Para mí es más importante situarme como sujeto político, una mujer de contexto migrante chino que está reclamando ser parte de la sociedad española. Lo soy, evidentemente, pero en muchos casos no se me reconoce, tengo que hacer un esfuerzo extra”.
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