Muere Tomás Muñoz, creador de la moderna industria discográfica española
El ejecutivo, fallecido a los 88 años, lanzó las carreras de artistas como Julio Iglesias, Cecilia, Joaquín Sabina o Las Grecas
Tomás Muñoz Romero, de 88 años, falleció este miércoles en Villanueva de Córdoba, su localidad natal. A Muñoz se le atribuye el despegue de la edad moderna en el negocio discográfico español, a raíz de la instalación de la sucursal de CBS Records en 1970. No solo cambió los modos de una industria anticuada: bajo sus alas se formaron muchos de los principales directivos de las siguientes décadas (José María Cámara, José Luis Gil, Manolo Díaz, Carlos Sanmartín, Ramón Crespo, etc.).
Perteneciente a una familia minera de tradición republicana, en los años cuarenta ingresó en el seminario de Córdoba, por entonces una manera legítima de conseguir educación superior en un país devastado por la guerra. De esa etapa con los jesuitas le quedó una preocupación social que le llevó a visitar de extranjis la Europa del Este, aparte de una clara simpatía por la futura Teología de la Liberación (en 1977 facilitaría la grabación de la Misa Campesina Nicaragüense, del sandinista Carlos Mejía Godoy).
Instalado en México, montó allí Gamma, compañía dependiente de la española Hispavox. Le gustaban los retos y presumía de haber logrado popularizar a un grupo teóricamente allí dificultoso, como The Kinks. De vuelta en España, supervisó la grabación de la magna antología de música antigua de Hispavox, incluyendo al coro de los Monjes de Silos, luego un insospechado fenómeno mundial en la época de la new age.
En 1970, partiendo de cero, estableció la delegación hispana de Columbia Broadcasting System (obligada, por una cuestión de patentes, a rebautizarse como CBS). La empresa había tenido distribuidores en España de nula visión: por ejemplo, apenas publicaban elepés de Bob Dylan. Muñoz y su equipo fueron rellenando los huecos y respetando los embalajes originales (a veces, incluso se mejoraban, sumando letras y los folletos de Nuestra Música, con información biográfica). Procuraban evitar las barbaridades impuestas por la censura franquista. Y se arriesgaban: trajeron a Leonard Cohen o Santana cuando España no figuraba en las trayectorias de las eminencias del pop y el rock.
Muñoz tenía una segunda misión. Una vez establecida en el mercado, se afanó por crear un catálogo de artistas nacionales. Apostaron por los flamencos (Las Grecas, Manzanita, El Luis, Los Chorbos) con condimentos de rock o jazz aportados por el productor José Luis de Carlos. Vieron un filón en los cantautores, descubriendo a Cecilia o Javier Krahe y relanzando incluso a personajes como Víctor Manuel, Ana Belén, Joaquín Sabina o —alargando la definición— José Luis Perales. También hicieron pop de amplio espectro, cubriendo desde lo elegante —Mocedades— a vulgaridades tipo Georgie Dann o Los Pecos.
Pulcro y educado, Muñoz trataba a todo el mundo de “usted”. Se implicaba en proyectos imposibles, como el deseo de Bob Dylan —se supone que por razones románticas— de grabar todo un álbum en castellano. Una idea complicada —Dylan quería insertar las nuevas letras sobre las bases instrumentales originales— que se fue al traste cuando el artista se apuntó al fundamentalismo cristiano.
Aunque hay wiki-libros que ni lo mencionan, Muñoz estuvo detrás de jugadas arriesgadas y multimillonarias, como la adquisición en 1978 del contrato de Julio Iglesias, inicialmente artista exclusivo de Columbia (la Columbia española, fundada en San Sebastián en 1917). Se trataba de transformarle en una estrella global y se logró con mucho trabajo y mucha mano izquierda.
Tales hazañas llamaron la atención de la cúpula estadounidense de CBS, que en 1980 le nombró director general de la multinacional en Brasil. Muñoz facilitó el tránsito entre las dos esferas lingüísticas, con Roberto Carlos cantando con éxito en español y Julio acomodándose al portugués. Mirando las cifras, CBS le designó en 1986 como vicepresidente encargado de la música latina. Aportaba una visión cosmopolita a un mercado acostumbrado a trabajar por parcelas geográficas. En el fondo, pertenecía a la vieja escuela de los disqueros cultos: sabía que los superventas no eran incompatibles con los proyectos de voluntad artística; en la sombra, impulsó el costoso disco Poeta en Nueva York, donde los versos de Federico García Lorca eran musicados por Cohen, Donovan, Angelo Branduardi, Lluís Llach o Georges Moustaki.
Hacía 1989, entró el capital japonés y Columbia, la más longeva discográfica, pasó a llamarse Sony. Como vicepresidente de Sony Music International, Muñoz pudo poner condiciones: estableció su base en Nueva York, aunque la capital del crossover latino realmente era Miami. Pero la vida cultural de Manhattan no tenía comparación y Muñoz apreciaba tanto su programación de musicales como la libertad personal que caracterizaba a los neoyorquinos.
Muñoz pudo disfrutar del impacto mundial de artistas tan variados como Chayanne, Ricky Martin, El Puma o Plácido Domingo. Su olfato para el talento ajeno le permitió conseguir los derechos de Gipsy Kings, Hombres G o Juan Luis Guerra. Transmitía su entusiasmo por sus descubrimientos con viajes relámpago a Madrid, donde siempre mantuvo un piso.
Entre 2003 y 2008, salió del organigrama de Sony y ejerció funciones de consultante. Le ofrecieron escribir sus memorias, pero le pedían contar intimidades que chocaban con su sentido de la discreción. Prefirió publicar por su cuenta un librito modesto, Memoria banal, donde se hablaba más del obispo Pedro Casaldáliga que de sus apuros con la familia Flores (grabó tanto con Lola como con sus hijos); sólo a altas horas de la madrugada brotaban las anécdotas más sabrosas.
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