Elogio de la copia: Los Ángeles reivindica el arte colonial
El Museo del condado muestra por primera vez en la exposición ‘Archivo del Mundo’ la colección de arte amasada desde hace 15 años
Dos grandes lienzos abren Archivo del mundo: arte e imaginación en Hispanoamérica, una reciente exposición inaugurada en el Museo del condado de Los Ángeles (LACMA). Son dos óleos de la Virgen de Guadalupe, un ícono de la pintura del Nuevo Mundo. Las figuras ya formaban parte del acervo, pero cuelgan juntas por primera vez en esta exhibición que muestra una colección creada en algo menos de 20 años de arte realizado entre 1500 y 1800. La muestra reivindica desde un museo joven (el LACMA abrió sus puertas en 1965) el arte colonial hecho en el nuevo continente.
A las dos obras las separan 29 años. La primera fue pintada en 1691 por Antonio y Manuel de Arellano, padre e hijo que funden bajo una sola firma una reconocida dinastía de arte virreinal. La segunda, de 1720, es de Antonio de Torres y muestra a la guadalupana en su tradicional pose con una paleta de colores más estética, casi de colores pasteles, representando un cambio generacional para una imagen reproducida miles de veces. Esta tenía a los pies de la figura un medallón en el que aparece el Tepeyac, el sitio de peregrinación donde el indígena Juan Diego fue testigo de la aparición. Ambas pinturas dan la sensación al espectador que son obras conocidas, ya vistas antes.
En el cuadro de los Arellano figura un mensaje: Tocado a la original. Con esta leyenda, padre e hijo advertían al espectador de que su obra era un derivado de la icónica imagen que cuelga hoy en la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México. “Probablemente, venga de una calca que hizo el artista Juan Correa, un famoso pintor del siglo XVII, quien tuvo acceso a la imagen”, explica Ilona Katzew, encargada del departamento de arte latinoamericano del LACMA y curadora de esta exposición. Con estas obras, la comisaria muestra un nexo en la obra artística del Nuevo Mundo: el tema de las copias y la religiosidad.
“Se habla mucho del arte hispanoamericano como derivativo del arte europeo, pero quería cambiar un poco la perspectiva para cambiar de la copia en general, que es una praxis, una postura intelectual, una manera de crear”, explica Katzew.
En otro lienzo, Vista de la villa y rada de Tolón, Juan Patricio Morlete Ruiz (México, 1713-1772) captura con maestría un sitio en el que no estuvo. La obra, considerada por la comisaria uno de los mejores paisajes hechos en México en el siglo XVIII, en realidad era una copia de un encargo de Luis XV a Claude Joseph Vernet para promocionar los puertos del reino. Morlete Ruiz pintó el año de su muerte 20 lienzos de esta colección. “Lo interesante es que solo dos años después de esas estampas, Morlete Ruiz ya tenía acceso a ellas, y hace alarde de que son copias hechas por un pintor mexicano. ¿Qué otro argumento puede haber para que un artista novohispano se posicione frente a un grupo de artistas europeos que generando un puente artístico y mental entre todo lo que está ocurriendo?”, se pregunta Katzew, quien en 2017 ya exploró la pintura mexicana en el siglo XVIII con la célebre exposición Pinxit Mexici.
El LACMA lleva unos 15 años ampliando su colección de arte latinoamericano. Cuando Katzew llegó al museo, ubicado en el centro de Los Ángeles, la única pieza propiedad del centro era un cáliz mexicano del siglo XVI que había formado parte de los tesoros del magnate mediático William Randolph Hearst. El centro tenía un robusto catálogo de piezas prehispánicas y también arte latino moderno, pero sentía que todo el periodo que conecta los extremos era un páramo que debía explorarse en California, una tierra que fue tanto española como mexicana.
Gracias a adquisiciones en Europa y América, se elevó el acervo a 90 piezas entre pinturas, esculturas, textiles y objetos decorativos como atriles, baúles y costureros fabricados en Guatemala con el objetivo de ser comerciados en el imperio del Perú. Más de 20 de estas obras se exhiben por primera vez en Archivo del Mundo, que estará montada hasta octubre en el pabellón Resnick.
La primera pieza que Katzew compró, y que puede apreciarse ahora, es un minucioso trabajo de autor desconocido pintado sobre un biombo y fechado entre 1660 y 1690. La obra muestra a una pareja indígena recién salida de la iglesia. Afuera del templo se topan con la danza del mitote, una fiesta prehispánica en honor a Moctezuma conservada por los nuevos mexicanos tras la Conquista. Las máscaras de los danzantes conviven en el mismo espacio con otro grupo que practica el tradicional rito de los hombres pájaro, conocidos hoy como voladores de Papantla. También hay señores a la española con capa y elegante vestimenta. Es, en resumen, una mezcla del vibrante cruce de culturas e ideas del Nuevo Mundo en aquella temprana Edad moderna. “Todo el mundo está epilogado ahí de alguna manera: El biombo es un formato asiático, la pintura sobre óleo es de origen europeo, las festividades locales. Todo se junta en un solo objeto”, añade la comisaria.
La construcción de la identidad es otro de los temas que explora la muestra. Esta no pasa solamente por el color de piel, un tema complejo en América gracias a la mezcla racial que trajo la Conquista, sino también en códigos como la vestimenta. Los trajes y prendas remarcaban las diferencias sociales y raciales en un sistema de castas de 16 niveles.
Como muestra hay óleos de parejas interraciales formadas por varones españoles y mujeres moriscas, identificadas por prendas con colores de los pueblos afrodescendientes. Una de estas, Morisca y albina, de Miguel Cabrera (México, 1715-1768), muestra incluso a ambos jugando con un bebé albino, una de las obsesiones de la época.
“La figura de la morisca tiene un acabado mucho más fino que el español”, explica Katzew, autora de un par de libros sobre el sistema de castas en América. “Cabrera era una artista que se autodefine como español, pero del que se sabe que probablemente fue de origen mixto. Siempre introduce en sus cuadros guiños que dan a entender que él no aceptaba la noción jerárquica de la raza”, añade la especialista. Cabrera dejaba en sus trazos la esencia que une las obras expuestas: la necesidad de ensanchar el canon y la necesidad de ver lo americano como algo nuevo que no copia necesariamente de Europa.
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