‘Ennio: el maestro’: Morricone, esa música con alma
Giuseppe Tornatore hace un sentido homenaje mediante el testimonio de mucha gente ilustre que trabajó con él o que siguió muy de cerca su obra
Era un hombre pequeño y enjuto, no excesivamente locuaz, pero preciso en su lenguaje. Pasó su larga existencia con su novia de juventud. Nada en su apariencia ni en la forma de relatar su trabajo revela que este era asombroso, sonríe lo justo y tampoco exhibe demasiado sentido del humor. Su padre, trompetista, le aseguró en la niñez que ese instrumento había dado de comer a la familia y que tenía la obligación de seguir esa alimentaria tradición. Este hombre tan poco preocupado por el glamur, se limitaba a crear sin prisas y sin pausas una música extraordinaria. Para el cine. Ilustrando y potenciando las imágenes, acompañando poderosamente las historias, contándote lo que sentían los personajes, alterando la sensibilidad de los espectadores, incrustando esos sonidos en su memoria, convirtiéndose en un clásico. Se llamaba Ennio Morricone. Las películas (fueran obras maestras, buenas, mediocres o malas) tienen una deuda impagable con este señor. Morricone pertenece por derecho a esa lista de músicos inolvidables que pusieron su creatividad, su inspiración, su heterodoxia al servicio de la fábrica de sueños. Para mi gusto, los más grandes han sido Bernard Herman, Miklos Rozsa, Henri Mancini, John Williams y Ennio Morricone.
Giuseppe Tornatore puede ser un director irregular (abusa del caramelo, el pretendido lirismo se convierte a veces en sensiblería), pero existe una película suya que me conmueve cada vez que la visito y es La mejor oferta, aunque también es un hombre profundamente agradecido y que no ha perdido la capacidad para admirar el talento ajeno. Lo demuestra en su bonito documental Ennio: El Maestro. Tornatore no ha olvidado que la emoción que compartió un público masivo al ver su película Cinema Paradiso tenía una deuda trascendente con la preciosa música que compuso para ella Morricone. Tornatore le hace un sentido homenaje mediante el testimonio de mucha gente ilustre que trabajó con él o que siguió muy de cerca su obra. Nadie expone quejas. Y sus alabanzas parecen sinceras. Desde músicos ilustres como Bruce Springsteen, Pat Metheny y Quincy Jones a cineastas como Bertolucci, Eastwood, Tarantino y Leone. Todos coinciden en que esa música, además de servir a las películas, se quedaba grabada en el sentimiento de los oyentes. Era pegadiza en el mejor sentido del término, pero nunca fácil. También era profunda, cambiante, original, desbordante, íntima, coral, capaz de remover las entrañas de los receptores.
El joven Morricone, que sabía que su trompeta nunca sonaría como la Miles Davis o la de Chet Baker, estudió con fervor música clásica y contemporánea. Su brillante futuro, según sus maestros, estaba ahí. Pero el cine y él se enamoraron. Y debió de hacerle muy rico, además de popular. Entre los puristas, existió la sospecha o la certeza de que el arte de Morricone hubiera sido más trascendente y respetable si hubiera seguido por el camino inicial, que podría haberse convertido en el nuevo Stravinski, pero que eligió algo que era más cómodo y rentable. Ignoro si sus composiciones de música clásica hubieran pertenecido a la eternidad, pero tengo claro que voy a seguir escuchando siempre y con absoluto deleite sus bandas sonoras. No me gustan los wésterns de Sergio Leone, creo que revolucionó el género para mal. Pero adoro la tragedia que narra en Érase una vez en América. También me emociona La misión, que dirigió Roland Joffe. Y no las puedo concebir sin la maravillosa música que les inyectó Ennio Morricone.
Ennio: el maestro
Dirección: Giuseppe Tornatore.
Género: documental. Italia, 2021.
Duración: 156 minutos.
Estreno: 13 de mayo.
Babelia
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